martes, 13 de febrero de 2024

Designificación

 

                                                    Máscaras venecianas, en la película Eyes Wide Shut, de Stanley Kubrik

Escribo esta nota en la mañana de Carnaval de 2024, a propósito de mis reflexiones sobre la designificación de fiestas, celebraciones y rituales. Voy a referirme aquí a algunas a las que tengo un especial apego.

Durante mucho tiempo he asistido a la pérdida de significado de la celebración del Carnaval, que ha ido acompañada de su institucionalización y de un tránsito por el calendario que decreta finalmente el desdibujamiento de su sentido.

                                                  La pelea de don Carnal y doña Cuaresma. Brueghel el Viejo. 1559 (fragmento)

Choqué de bruces con la noción del Carnaval en Cuevas del Almanzora, a finales de los años '70 del siglo pasado. En el Casino, junto al Teatro Echegaray, se celebraba un baile de máscaras en el que los asistentes, con una voz impostada, habitaban el anonimato provocando todo tipo de situaciones divertidas y transgresoras. El puro espíritu del Carnaval, en una localidad que tiene el justificado orgullo de no haber dejado de celebrar la festividad ni en las oscuras épocas de la prohibición. Si cabe, es en esas épocas donde la transgresión cobraba todo su auténtico valor y alcance.

Mi curiosidad me llevó a conocer la naturaleza original de la celebración, relacionada con ancestrales rituales de excesos (cultos a Isis, rituales dionisíacos, saturnalia...) y su posterior vinculación con el calendario católico. El martes de Carnaval es el día antes del miércoles de ceniza, momento en el que empieza la Cuaresma, un periodo presidido por el recogimiento y la restricción. Precisamente este periodo de restricciones por venir es el que explica la tolerancia de la víspera, en el que se establece una indulgencia sobre los excesos carnavaleros. Es una válvula de escape preventiva de la presión de la restricción. Un día en el que habitar fuera de las normas sin graves consecuencias. Una colectiva despedida de soltero, o un Rumspringa de los amish, pero acotado a un día al año. La relajación de la norma y la invitación a la transgresión son el Carnaval. El disfraz y las máscaras son solo medios para mantener un anonimato que te permita acometer actos socialmente reprobables sin el riesgo de un reproche personal posterior.

La evolución a la que he asistido desde ese descubrimiento de juventud ha acabado por convertir al Carnaval en una fiesta de disfraces con un claro componente infantil, institucionalizado por administraciones públicas y la comunidad escolar, y trasladado en el calendario, de manera que ya no se habla de Carnaval, sino de carnavales, y su celebración se extiende a lo largo de varios fines de semana. Lo paradójico del asunto es que esa designificación, aparentemente transgresora del sentido original, supera esa tolerancia un poco paternal, tutelada por la Iglesia Católica, que ha acompañado durante siglos a la escenificación de la transgresión moral original. Pero lo hace, precisamente, prescindiendo de ese cruce de las normas como ritual de paso que está en su núcleo original, por lo que más que una transgresión supone una adulteración.

                                                                        . . . .

Nací un 23 de junio, junto al solsticio de verano, el día de la noche de San Juan. Esa noche, el mar, el fuego, la reunión, los rituales, han marcado mi vida. La celebración de mi cumpleaños se extendía a lo largo de una noche especial. Como todos los chavales de Villagarcía, sabíamos que ese día había que recoger trastos y enseres viejos que nos entregaban los vecinos, para montar la hoguera para la noche. Una espontánea, completa, utilitaria y simbólica fiesta que en los años de mi adolescencia apelaba y convocaba a quienes teníamos el privilegio de haber nacido junto al mar. Las hogueras iban marcando los distintos emplazamientos (San Miguel, Los Tritones, Villagarcía, Las Conchas, Sorrento, Carabineros, Barrio de Pescadores...). Poco a poco, el fascinante ritual de la noche (el salto de las ascuas, las abluciones en el rompeolas, con plena conciencia de que en todas las orillas del Mediterráneo se estaba procediendo del mismo modo en ese mismo momento) fue convocando a cada vez más gente de toda la ciudad. Hasta que el recién constituido Ayuntamiento democrático decidió sabotear la fiesta organizando un sarao en las Almadrabillas, que interfería con la liturgia de un ritual cósmico, solar, de com-pañerismo (compartir el pan), perfectamente connotado por la fuerza inexorable de la rueda del año. Los grandes desastres suelen venir precedidos por las mejores intenciones y esa intervención municipal facilitó un cambio de escala de la fiesta que lo ha convertido en una especie de espectáculo para el posicionamiento turístico. Muy poca gente conoce el origen y el vigoroso simbolismo de la celebración, por lo que la designificación se ha consumado.

                                                      Hoguera de San Juan. Playa de Villagarcía (Almería)

Pero, de una manera inadvertida, el ritual y sus elementos significantes sobreviven, tal es la potencia de su atávico arraigo. Los que tenemos una vinculación especial con esa noche, la seguimos disfrutando y apreciamos el mantenimiento de sus elementos esenciales. Aunque íntimamente añoramos la oscuridad de esas noches de nuestro recuerdo, solo puntualmente interrumpida por las hogueras, seguimos hermanándonos con todos los habitantes de las orillas del Mediterráneo.


                                                                                . . . .


En mi confesado propósito de convertirme en nijareño, recalé en la villa de Níjar a principios de 1983, para incorporarme al Ayuntamiento, tras superar unas oposiciones para un trabajo administrativo. De la inmersión en el mundo nijareño que me procuré, me queda una relación especial con los chisperos (16 de enero, día de San Antón), que conectaban muy bien con mi tradición polvorista, y complementaban mi vínculo solsticial de verano con este otro fuego solsticial de invierno. 

                                                      Polvorista en acción. Playazo de Rodalquilar.

Era una celebración tremenda, en toda la amplitud de la acepción, centrada en la villa de Níjar. El pueblo se cerraba, y no se permitía el paso a nadie ajeno a él. Al oscurecer la tarde, daba comienzo un ritual en el que los oficiantes, debidamente ataviados para minimizar riesgos, iban quemando chisperos por toda la zona vieja de la Villa. En sus pequeñas glorietas, plazas, o puntos de encuentro de calle, se formaban corros en los que todos sus componentes iban quemando y tirando chisperos que, en su aleatoria trayectoria rodeaban, percutían y acababan empercudiendo las blancas fachadas. Era el fuego de invierno. La peligrosidad del ritual, y algunos excesos fruto de la euforia polvorista acabaron provocando una intervención municipal que limita, regula y advierte de las responsabilidades. A tenor de los bandos municipales de los últimos años, los chisperos se queman en distintas localidades del municipio, pero en recintos acotados. En la villa, los chisperos se queman en el aparcamiento municipal del camino del Calvo. En este caso, la designificación viene por un intento de domesticación del fuego.

Pero, sobre todo, descubrí la romería de Huebro. No cabe en la dimensión de este escrito la descripción de las sensaciones de romería en un lugar tan fascinante como Huebro. Todas las maneras de vivir la romería (la ortodoxa, católica, la meramente tradicional, la del recuerdo de los moriscos y su habilidad para construir regadíos de montaña, la del ritual mediterráneo de celebrar juntos el “ser aquí”, la de la hermandad y la generosidad, la excesiva) se dan cita componiendo una escena embriagadora e inolvidable. En el centro, la relación de moros y cristianos, una representación que recrea el drama morisco (las capitulaciones, su incumplimiento, el bautismo obligatorio, la rebelión de 1568, la deportación y la expulsión definitiva en 1609). Como en tantos otros lugares moriscos, el culto católico se organiza en torno a la Virgen del Rosario, patrona de la pequeña localidad.

                                                      Collage de imágenes de Huebro (Níjar)

Huebro y su entorno forman un lugar que no deja indiferente a nadie. El día de la romería, Huebro florece, acogiendo a un elevado número de personas que recrean su vínculo con el sitio y con la memoria; tanto la memoria personal, trufada de momentos en los que Huebro aportó su singular escenario, como la memoria remota, con frecuentes componentes míticos, que nos conecta con significados romantizados por la imponente escena montañosa del valle de Huebro. ¡¡¡Viva Huebro!!!

Y, para los propósitos de este escrito, la romería de Huebro, cuya identidad ha sufrido mutaciones, abandonos transitorios y recuperaciones, es un ejemplo de ritual significante, por las múltiples interpretaciones, miradas y vivencias particulares a las que convoca, y que le proporcionan un renovado vigor. Pero no estaría mal que convivieran con una resignificación profunda de su simbolismo y significado histórico.

Este repaso por la designificación de fiestas y celebraciones que me son cercanas no estaría completo sin un análisis de las nuevas celebraciones, entre las que destacaría el Desembarco Pirata de San José, al que ya me referí en mi entrada sobre los Piratas de la Costa, y la Noche de las Velas de Rodalquilar, extravagante celebración cuyo análisis requiere una publicación específica.



domingo, 11 de diciembre de 2022

 


LOS “PIRATAS” DE LA COSTA

Aproximación a un mito

Dos cosas permanecen estables en la costa de Níjar desde el principio de los tiempos: la baja densidad de población y su situación respecto al norte de África. Ambos factores tienen una gran influencia en el devenir histórico de esta esquina, y, en consecuencia, contribuyen a explicarlo.

De un tiempo a esta parte, en el relato de la identidad de este sitio vienen apareciendo unos supuestos piratas, que se están convirtiendo así en protagonistas de una historia paralela a la real.

Convencido como estoy de que nunca ha habido más piratas en la costa de Níjar que en la actualidad, me propongo en estas líneas aportar información, documentación y también puntos de vista sobre una historia real, mucho más fascinante, a mi parecer, que los delirios con los que se está construyendo el relato de nuestra identidad contemporánea.

No pretendo aquí cambiar la cosmovisión de nadie: la figura romántica, literaria y cinematográfica del pirata tiene un simbolismo complejo, pero encaja bien con una tierra donde la presencia del orden y la ley siempre ha sido tenue. Esta tierra fronteriza sin territorio es un buen escenario para cosmovisiones alternativas y para ensoñaciones libertarias y antisistema, que me parecen tan respetables como cercanas. Pero preferiría que estas cosmovisiones fueran producto de una decisión libre, y no una manifestación de pura desorientación.

Es conveniente anotar que esa desorientación no es solo fruto de una falta de documentación. Contrastados investigadores y auténticos conocedores, al sucumbir a una especie de tentación comunicativa, han contribuido significativamente a los orígenes y afianzamiento del mito pirático. Es preciso destacar en ese capítulo al padre Tapia, archivero que fue de la catedral de Almería y prolífico autor que contribuyó a rellenar el vacío historiográfico que sufría Almería a finales de la década de los'70 del XX. Me siento en deuda con él, por lo mucho que disfruté de su “Almería piedra a piedra” y su monumental “Historia General de Almería y Provincia”, en los ya remotos tiempos en los que me adentraba en la pasión por el conocimiento de mi tierra. José Ángel Tapia Garrido publicó en 1972 en la Revista de Historia Militar (núm. 32, pgs 73-103) un artículo titulado: “La costa de los piratas”. Aunque en el texto del artículo la cosa aparece mucho más contrastada, en la elección del título queda patente la querencia del autor por categorías que nos parecen tan actuales como el “impacto”, o cómo captar la atención del lector.


Este escrito se organiza en dos bloques. En el primero, haré un repaso por los acontecimientos históricos de los que se nutre el relato pirático. En la segunda, analizaré los principales hitos de la presencia de la simbología pirática en la construcción de la identidad contemporánea de la costa de Níjar.

A. QUÉ NOS CUENTA LA HISTORIA

1. El corso turco-berberisco

El primer antecedente que encontramos de actividades que podrían encajar en la categoría de “piratería” se remonta al siglo XII. Tras el desmembramiento del califato de Córdoba, la taifa o reino de Almería, que había sido base naval de la flota califal, se encuentra con un gran número de embarcaciones y tripulaciones desconectadas de los motivos históricos por los que se habían constituido. Al parecer, o al menos eso nos cuenta el Poema de Almería (parte final de la Chronica Adefonsis Emperatoris), los marinos almerienses se dedicaron a interferir en las rutas comerciales impulsadas por catalanes, genoveses y pisanos. Su alianza con la corona de Castilla, en época de cruzadas, provoca la toma de la ciudad de Almería a los almorávides en 1147. Los almohades la recuperan en 1157. La finalidad de debilitar esa base naval se había cumplido.

Pero fue el final del proceso conocido como “Reconquista” el que sentó las bases geopolíticas de un escenario de guerra difusa que se extiende desde el XVI hasta finales del XVIII, en el que cabe entender el origen del mito pirático. Almería, y muy especialmente la zona litoral de la sierra de Cabo de Gata, se convierten en “frontera de moros”.

Es en el contexto de guerra difusa entre las coronas hispánicas y el imperio otomano, que había extendido su influencia en el Magreb, en el que hay que entender las hostilidades de todo tipo que se desarrollan entre ambas orillas. Es también ese contexto el que nos permite proponer aquí que las incursiones, razzias y secuestros, tan frecuentes en la época, encajarían con mayor rigor en la categoría de corso, y no en la de piratería. La piratería es una actividad delictiva llevada a cabo por la iniciativa individual de los criminales, y perseguible en cualquier contexto jurídico nacional. El corso es una actividad hostil, alentada o impulsada por una autoridad legítima en un escenario bélico.

   
Dos aspectos pueden contribuir a esclarecer las claves de esta época tumultuosa.

El primero es que a la narración de los piratas norteafricanos que hostigan nuestras costas, se puede contraponer el hecho de que, con frecuencia, los supuestos piratas eran moriscos almerienses recien expulsados (tras la conquista del reino de Granada, tras el fin de la guerra de las Alpujarras, o tras el decreto de expulsión definitiva de 1609), mientras que quienes defendían nuestras costas eran los castellanos recien aterrizados, con evidentes dificultades para controlar una costa tan escarpada como poco poblada y conocida.

El segundo aspecto es que durante ese dilatado periodo de confrontación geopolítica entre las dos orillas, la convivencia tuvo tanto espacio como el conflicto. Los habitantes y navegantes de este sector del Mediterráneo Occidental a menudo cooperaban, comerciaban y convivían. Una lengua transaccional, la lingua franca, una especie de esperanto regional, compuesto por voces castellanas, catalanas, italianas y bereberes, facilitaba los contactos. El continuo canje de cautivos entre las dos orillas permitió el florecimiento de algunos oficios de frontera, como el de los alfaqueques, especializados en la negociación para la liberación de cautivos, mediante el intercambio o el pago de distintas cantidades.

2. Unos alumbres penalizados por la inseguridad (y por la competencia)

En 1509, la reina Juana (la loca) firmó la concesión para la explotación de los alumbres de Rodalquilar (y los del resto del Obispado de Almería) a favor de Francisco de Vargas y Medina, a la sazón Tesorero Mayor de Castilla. Vargas, consciente de la exposición al “enfrente” africano y del riesgo de la explotación de un producto codiciado en la época en lugar tan aislado, creó un poblado fortificado, conocido como Los Alumbres de Rodalquilar, primer núcleo de población de entidad en este valle. 



Para su mejor defensa, construyó también la Torre de los Alumbres, una magnífica fortificación de cantería con una cerca cuadrilobulada, muy del gusto renacentista de la época. Hoy se encuentra en un penoso estado de abandono y deterioro, pero sigue siendo el único resto emergente de lo que fué aquel poblado-factoría, que está pidiendo a gritos una recuperación histórica. Dicha recuperación vendrá, con toda probabilidad, del trabajo de comprometidos investigadores como Francisco Hernández Ortiz, Antonio Muñoz Buendía o Antonio Gil Albarracín, que se ocupan con acierto de esta época y actividad.


El caso es que, a pesar de la fortificación del poblado, la actividad de la factoría de alumbre se vió interrumpida por un ataque norteafricano en 1520. No se retomará la actividad hasta 1565. Por lo que sabemos del contexto competitivo entre los tenedores de derechos concesionales sobre el alumbre, no sería descartable, siquiera como hipótesis, que el ataque berberisco de 1520 estuviera de alguna manera alentado por la competencia.

3. El “moro” de la Isleta

Desde mi más temprana juventud, estoy enamorado de la Isleta (y quién no, pensarán los innumerables devotos de tan maravilloso lugar). Mi instinto de geógrafo me ha hecho preguntarme por el origen del nombre de los sitios, y muy especialmente, de los sitios a los que quiero. ¿Quién era ese “moro” al que se refiere el nombre de la localidad? ¿Era Mohamed Arraez, tal como aparece en algunas cartografías y en la rotulación de alguna calle en el pueblo?. Un “arráez” es un capitán de almadraba (o de algunas embarcaciones), y en esta zona se ancla un arte de pesca similar a la almadraba, conocido como “moruna”, que sirve para capturar distintas especies, entre las que destaca la lecha, una especie a la que se podría considerar la reina de la gastronomía local. Esas eran las coordenadas de una certeza siempre provisional, hasta que tuve ocasión de leer un estupendo artículo de Francisco Velasco Hernández, titulado “La razzia del corsario Morato Arráez en la costa murciana en agosto de 1602”, publicado en el número 125 de la revista “MVRGETANA” en 2011, págs. 83-102. En dicho artículo, el especialista en Historia Moderna aporta unas muy interesantes y documentadas informaciones sobre el personaje (Murat Reis, castellanizado como Morato Arráez) en su expedición de 1602, y deja claro que su actividad como corsario obedecía a las instrucciones de las autoridades argelinas, y a su deseo de “tomar lengua” (obtener información) de los movimientos de la flota española.


En el artículo queda constancia, además, de la frecuencia con la que Murat Reis aparecía en su tramo de costa favorito, el que va desde el cabo de Gata al de la Nao, entre 1584 y 1605. Ese Morato Arráez podría ser, cabalmente, el moro de la Isleta. La sospecha acabó alcanzando la categoría de hipótesis bien fundada a través de otras fuentes. En las relaciones que redacta el Marqués de Valdecañas en 1739 para sugerir emplazamientos para la ubicación de las baterías costeras, señala que la de Escullos podría situarse también en el “islote grande de Amurate Arráez” (citado en el monumental volumen recopilado por Antonio Gil Albarracín “Documentos sobre la defensa de la costa del Reino de Granada (1497-1857)”, publicado en 2004. Pg. 282). 

En el mapa de Joseph Espelius, de 1759, que ilustra la provincia de Marina de Almería (Biblioteca Nacional-M. XLII/36) puede leerse, entre los topónimos costeros “Ysleta de Moratarraez”. Seguramente hemos dado con el “moro” de la Isleta: un corsario.

4. Unas baterías costeras que nacieron (o se renovaron) tardíamente

Durante el año 1984, tuve ocasión de procurar una primera ordenación del archivo histórico municipal de Níjar, que se encontraba en un estado calamitoso. Durante esas labores, encontré, y estudié en profundidad, un ejemplar del “Reglamento que su Magestad manda observar a las diferentes clases destinadas a el servicio de la Costa del Reyno de Granada (1764)”. Recuerdo perfectamente cómo llamó mi atención el preámbulo de dicho Reglamento, que comenzaba “EL REY. Informado de los repetidos insultos que padece la Costa del Reyno de Granada, por las frequentes correrías de los Corsarios, y de lo que dificulta el Comercio interior, y exterior el recelo de los que se emplean tanto en las Embarcaciones menores, como en el cultivo de los campos...”. El extraordinario placer que me produjo la detenida lectura de dicho documento está hoy al alcance de todos por la publicación del facsímil del mismo en la obra citada de Gil Albarracín (“Documentos sobre la defensa...). 




Gracias al minucioso trabajo del historiador, en dicha publicación se da acceso a la copiosa documentación que se generó a lo largo de tres siglos y medio de afán defensivo de nuestra costa y de la de todo el reino de Granada. Para la puesta en práctica de lo que se regulaba en el Reglamento, se aprobó un Plan General de Obras, que incluía la renovación de fortificaciones que llevaban siglos en funcionamiento (San José, San Francisco o San Pedro), así como la construcción de otras nuevas (San Felipe en Escullos o San Ramón en Rodalquilar). Esta última batería, también llamada de Santiago, acabó de construirse en 1768. La de Escullos, en 1774. La rehabilitación de la de San José concluyó en 1769, mientras que la de San Pedro lo hizo en 1773. Por azares de la historia, en 1775 se firmó en Argel un tratado de paz que acababa con casi tres siglos de inestabilidad y de hostilidades entre las dos orillas: la construcción de las nuevas defensas costeras y la adaptación de las existentes con anterioridad, habían sido en vano. Pero encontramos la prueba más concluyente de que lo que sufrimos en nuestras costas y mar era corso, y no piratería: las hostilidades cesaron con la paz de Argel.

A principios del s. XIX diferentes informes dan cuenta del estado de abandono y deterioro de las fortificaciones. El siglo antepasado iba a conocer otras pintorescas actividades náutico-comerciales, como las del contrabando de tabaco y otras mercancías desde Gibraltar. Pero esa es otra historia.


B. LOS “PIRATAS” CONTEMPORÁNEOS


1. El desembarco pirata

Desde hace unos años se celebra en la localidad de San José un evento conocido como “desembarco pirata”. Respecto a dicha celebración tengo una actitud dual y, por qué no reconocerlo, un poco contradictoria. Por una parte, cuenta con toda mi simpatía y mi agrado, al ver cómo una sociedad en construcción genera sus propios rituales, que están llamados a ser un potente elemento de cohesión. Por otra, lamento que la falta de documentación generalizada quede reflejada también en este evento, que, de una manera inadvertida, contribuye a cimentar una visión poco contrastada de la historia, con fuertes componentes maniqueos y supremacistas. Una visión especialmente desafortunada es unos momentos en que la asimetría en el desarrollo económico y social entre las dos orillas genera unos flujos migratorios que constituyen un trasunto trágico del espíritu lúdico de la celebración.


2. El bar de Jo

Seguramente quien más ha contribuido al auge de la simbología pirática en las últimas décadas ha sido el establecimiento conocido como “bar de Jo”, un atractivo e insólito recinto junto a la rambla de Escullos que acabó convirtiéndose en un referente de la vida nocturna de este espacio geográfico. Actualmente está cerrado, como consecuencia de que la ética pirata (si es que la expresión es posible) no inspiraba solo la escenografía y filosofía del sitio, sino también su relación con las Administraciones Públicas. El añorado bar de Jo era un lugar especial, donde podía escenificarse una actitud ante la vida que conectaba con el espíritu de una zona singular y fronteriza, y que había contado con unos estupendos antecedentes, como El Chamán, El Pez Rojo o la Haima de Escullos, con quien convivió durante bastantes años. Ese espíritu alternativo, común a los pioneros del renacimiento de este espacio, quedaba aquí subrayado por la simbología pirata del logo del establecimiento, presente como pegatina en un montón de vehículos, entre los que se cuenta el mio. No creo necesario insistir aquí sobre mi aprecio por este lugar, que, sin embargo, asistió -como todos los “dolientes”- al proceso de enajenación y desbordamiento que viene sufriendo esta costa en las últimas décadas y del que, a última hora, se constituyó en uno de sus exponentes.


3. El “pirata del Caribe” del Plan Turístico de Níjar

Llevo bastantes años dedicándome a la planificación turística, con un enfoque que se orienta a la clarificación del significado del paisaje y la historia territorial de cada zona. En mis distintas aportaciones, he intentado compaginar un acercamiento amable y atractivo a esos significados con el rigor de una buena documentación de partida. He podido constatar que no es una actitud muy frecuente en el ecosistema de la consultoría turística, que aparece dominado por un sedicente pragmatismo, que acaba atendiendo a las demandas de los agentes económicos y no a las necesidades de los territorios y sus habitantes. Así, no es extraño asistir a diferentes delirios mercadotécnicos, y al ofrecimiento a los visitantes de escenas, experiencias de vida y relatos basados en la pura fabulación. En torno a 2008 y 2009, el Ayuntamiento de Níjar y la Junta de Andalucía impulsaron la elaboración de un Plan Turístico de Níjar, una de cuyas propuestas temáticas era la sugerencia de una “Ruta de los Piratas”. En apoyo de esa propuesta temática, se instaló a la entrada de Escullos una silueta metálica que componía la imagen de un pirata. Inevitablemente, esa imagen contenía todos los tópicos semióticos hollywoodienses de un “pirata del Caribe”: un guacamayo o loro al hombro, la pata de palo, el garfio en el muñón de la mano... Junto a la silueta, una de las “lápidas” del Plan Turístico justificaba el concepto de la Ruta de los Piratas. Por primera vez, el delirio pirático aparecía impulsado por las Administraciones Públicas. Una vez más, las hipotéticas necesidades del turismo amparaban un relato falso, precisamente en un territorio del que supuestamente valoramos su identidad y su singularidad, y que nos ofrece cosas mucho más interesantes que los banales elementos con los que todas las zonas turísticas acaban pareciéndose.


4. Chicote y la narratividad lisérgica

Hace unas semanas se estrenó en televisión la serie “Fuera del mapa”. La serie, siguiendo el formato franquiciado, consiste en una serie de entrevistas entre Alberto Chicote, conductor del programa, y unos invitados, con cada uno de los cuales recorre distintos sitios, elegidos por su interés, singularidad y personalidad. No podía faltar uno dedicado a Cabo de Gata, que se emitió no hace mucho, con Raquel Sánchez Silva como invitada. 


Quien lo haya visto, habrá reparado en un extraño tratamiento del color, mediante unos filtros que acercan la experiencia de visionado a un viaje alucinógeno o lisérgico. El episodio adoptó el título “La ruta de los piratas”, título no menos estupefaciente que el tratamiento del color, y posiblemente influido por la propuesta del Plan Turístico de Níjar, del que ya hemos hablado. Se podrá argumentar que el programa no pretende describir sitios, sino enmarcar entrevistas, y que mis reparos son consecuencia de mi hipersensibilidad como geógrafo. No tendría ninguna objeción al argumento, si no fuera porque la productora del programa se puso en contacto conmigo para que les asesorara sobre rutas, contenidos o datos geográficos o históricos que les facilitara la elaboración del guión del episodio. Finalmente, después de varios cambios de orientación (al principio se trataba de deambular entre cortijos), el programa adoptó mi propuesta de ruta entre los castillos de San Felipe y San Ramón (los dos castillos “nuevos” del Reglamento de Carlos III), según un planteamiento temático que sugerí, y que quedó completamente postergado por el ya sabido título de “la ruta de los piratas”. 

Por lo menos, tuvieron el buen criterio de no incluirme en los créditos del programa, lo que hubiera resultado muy enojoso, si atendemos a la deriva final del guión. Seguramente, lo más acertado del programa sea el título. Ese “Fuera del mapa”, que podemos aquí entender como “fuera del territorio y de su historia”; en este caso, no se puede decir que sea consecuencia de la falta de documentación, sino de una cierta preferencia por la narrativa lisérgica.

Conclusiones

Este acercamiento a la creación, liviandad y vigencia del mito pirático, me permite compartir con mi exigua legión de fieles lectores algunas conclusiones.

Los sitios existen con independencia de nuestra vida en ellos. Existieron antes de que pudiéramos mirarlos y vivirlos, y nos sucederán. Mi disciplina, la geografía, se organiza en torno a esa evidencia. Pero también le cabe a mi disciplina entender los procesos de connotación cultural que proyectamos sobre los sitios. Estos se construyen con memoria, con emotividad, de manera que cada uno puede recrear el sitio en atención a sus experiencias en él. Otra cosa son los acuerdos colectivos que debamos adoptar para su buen gobierno.

Cuando los romanos identificaron y describieron el “genius loci”, se referían simultáneamente a esta doble dimensión del habitar en los sitios: los condicionantes, tanto positivos como negativos que los sitios nos ofrecen, y nuestra posibilidad de llenarlos de alma, de vida, a partir de un ejercicio reiterado de asignación simbólica y cultural.

Las culturas orientales, de las que el feng shui (viento y agua) es un claro exponente, aprecian la existencia de momentos o fases distintas de la energía, simbolizadas en cinco elementos (fuego, tierra, metal, agua y madera), que interactúan en diferentes ciclos, generando diversas condiciones para el correcto y benéfico funcionamiento de los espacios (en especial los domésticos).

En definitiva, los sitios contienen una personalidad que es consecuencia de sus condiciones físicas, del acumulado histórico de huellas de habitación, y de la connotación simbólica por la que asignamos significados a cada lugar.

Los Campos de Níjar no serían lo mismo sin Goytisolo. Rodalquilar no sería el mismo sin Carmen de Burgos; tampoco sin su historia minera. Pero alguien que acceda por primera vez a la Costa de Níjar puede establecer un fuerte vínculo emocional con sus lugares sin haber leído las obras de estos autores ni conocer nada de su historia. De hecho, esto ocurre. En muchas ocasiones, ese desconocimiento es una condición para una vivencia plena del encantamiento.

A todos nos gustaría haber descubierto este sitio. Algunos incluso se lo creen. Es frecuente asistir a distintas “competiciones” en las que se dirime quien fue el primero en descubrir este sitio, quien llegó antes. Porque la Costa de Níjar, el Cabo de Gata, es fascinante, poliédrico, riquísimo, y permite todo tipo de ensoñaciones. Mueve a la pasión, y en ella el componente de posesión es muy importante.

Los que nos dedicamos al conocimiento del territorio estamos en condiciones de afirmar que este ejercicio de libertad creativa respecto a la conciencia del sitio de vida, necesario y muy respetable, debe reconocer, no obstante, la existencia del “genius loci”, y, en consecuencia, intervenir en él desde el respeto.

Y ese respeto, que es una condición necesaria para el acuerdo colectivo sobre sus valores y cómo interpretarlos, sí que necesita algo de documentación. De lo contrario, la acción cultural sobre el territorio, lejos de servir como elemento de cohesión, se convierte en una desordenada feria de vanidades que puede tener algo de gracia para una vivencia vacacional, pero ninguna utilidad para construir un espacio de vida digno de los valores que el sitio contiene.

La gran dificultad para lograr este objetivo, la construcción de un espacio de vida digno y coherente con los valores de este territorio, que nadie debería cuestionar al menos en su formulación general, proviene de la debilidad demográfica , de la vulnerabilidad de la identidad local, de los procesos de desbordamiento y sustitución sociológicos de las últimas décadas, y de la creciente orientación a los distintos negocios “turísticos”.


Habrá que recordar las palabras de Marco Polo a Kublai Khan, según las imaginó Italo Calvino: en medio del infierno de los hombres, hay que buscar aquello y a quienes no son infierno, para protegerlos y darles un espacio que les permita sobrevivir.

A la búsqueda de ese espacio se dedica este artículo.

miércoles, 16 de noviembre de 2022

Un curioso documento de 1822

 

En el bicentenario de la provincia y Diputación de Almería


Un curioso documento de 1822 nos permite hacer algunas reflexiones, cuando se cumplen 200 años de la creación de la provincia de Almería, y de la Diputación Provincial.

El documento es una publicación del diario oficial, donde se da cuenta del “cupo que corresponde á cada uno de los pueblos de esta Provincia en el repartimiento de los 516 hombres que han tocado á la misma en la quinta de 29.973 decretada por las Cortes para el reemplazo del Egército permanente con fecha 22 de Octubre último despues de haberse egecutado por la Diputación provincial en acto público el sorteo de quebrados ó partes decimales, según se previene en la Disposición 7ª del decreto de 31 del referido mes.

Para atender a esa finalidad, el documento desglosa para cada pueblo el número de vecinos, el de almas (resultado de multiplicar por 4 el número de vecinos), los quintos que corresponden a cada pueblo, los décimos (restos decimales del número de quintos en relación al número de vecinos), y el total del cupo. Para calcular la aportación de cada pueblo, hay que tener en cuenta que una quinta de 29.973 hombres sobre una población española de 11.295.025 da una razón de un recluta por cada 94,21 vecinos, o por cada 376,84 almas.


Pero, además del dato del reemplazo, el documento nos permite hacer otro tipo de consideraciones.

El año 1822 es el de la constitución de las provincias en España, durante el trienio liberal. Sabemos que esta división provincial, así como la creación de las Diputaciones, quedó en suspenso durante la década ominosa, y se recuperan definitivamente en 1833, durante la regencia de Maria Cristina de Borbón.

En este documento de 1822 queda claro que la Diputación provincial de Almería estaba constituida y ejerciendo sus funciones, entre las cuales estaba la del “sorteo de quebrados o partes decimales” para la conformación del cupo de reemplazo, que se celebró en acto público, según queda acreditado en el documento.

Por otra parte, la referencia a “pueblos” pone de manifiesto que los municipios no estaban plenamente conformados, tal como los conocemos hoy.

Desde el punto de vista de la demografía histórica, es muy interesante observar la distribución de la población en el espacio, tal como queda reflejada en la tabla y en el mapa-gráfico que se ha elaborado. Sus principales rasgos son:

  • Una distribución de la población mucho más homogénea en el espacio que en la actualidad.

  • La debilidad de la población en los escasos pueblos costeros (tan solo Carboneras y Roquetas, además de la capital).

  • La importancia de la producción agropecuaria como base de la riqueza, de la actividad económica, y, en consecuencia, de la población (hay que tener en cuenta que todavía no habíamos entrado en el periodo de gran actividad minera, que cambió el panorama demográfico de la provincia).

En 1822, había 98 pueblos (lo que hoy llamaríamos municipios) reconocidos a efectos estadísticos.


Los cambios más llamativos respecto a los 103 municipios actuales son:

  • no existían los municipios de El Ejido (Dalías), La Mojonera (Felix), Balanegra (Berja), Alcóntar (Serón), Los Gallardos (Bédar), Garrucha (Vera) y Turrillas (Tabernas). En cambio, existían otros hoy desaparecidos (Presidio, hoy entidad local de Fuente Victoria en el municipio de Fondón; Darrícal, hoy integrado en el municipio de Alcolea; Doña María y Escullar, que, junto con Ocaña forman hoy el municipio de las Tres Villas;

  • Algunos pueblos presentan una ortografía distinta a la actual (Alicum -Alicún-; Lucaynena -Lucainena de las Torres-; Alsoduz -Alsodux-; Chiribel -Chirivel-; Moxacar -Mojácar-; Nixar -Níjar-; Cuebas -Cuevas del Almanzora-; Arboledas -Arboleas-; Uleyla del Campo -Uleila del Campo-; Alhavia -Alhabia-; Carbonera -Carboneras-.

  • Algunas denominaciones de pueblos hacían referencia a más de una entidad de población: “Fondón y Beneci”, “Darrical y Beninar”, “Nixar y Huebro”, “Enix y Marchal”, “Turre y Cabrera”, “Doña María y Escullar”, “Tahal y Benitorafe”, “Tabernas y Turrillas”.

  • El municipio de Alhama de Almería aparece como Alhama la seca (el nombre de la localidad desde que en el siglo XVI un terremoto secó su fuente, y hasta que adoptó en 1880 el actual, con el breve paréntesis entre 1932 y 1941, en que tuvo la denominación de “Alhama de Salmerón”).

  • Algunos pueblos carecen del “apellido” que hoy es habitual: Alcudia (de Monteagud), Armuña (de Almanzora), Castro (de Filabres), Paterna (del Río) y Roquetas (de Mar). Estos municipios adquirieron su nombre -y “apellido”- actual con la Reforma de la Nomenclatura Municipal de 1916, de la que trataremos al final de este “post”.

  • Otros adquirieron, o fijaron, su denominación actual en otros momentos o por otras circunstancias, pero figuran en esta relación sin “apellido”. Es el caso de Santa Fé (de Móndújar), Lucaynena (de las Torres), Santa Cruz (de Marchena), Cuebas (del Almanzora), Laujar (de Andarax).

  • El municipio de Adra se encuadraba en la provincia de Granada. No se incorporará a la de Almería hasta 1833.

El cambio de modelo demográfico que se ha producido en la provincia en los últimos dos siglos (acelerado en las últimas décadas), provocado por el tránsito de una economía de base orgánica a otra con un alto consumo de energía y recursos, que en su expresión cartográfica refleja un “vuelco hacia la costa”, o un “paso del alpujárride al sedimentario”, se ilustra perfectamente comparando los 20 municipios más poblados en 1822 y en 2022.




Además de las múltiples implicaciones territoriales que pueden extraerse de los datos de 1822, hay una cuestión, la onomástica, en la que merece la pena detenerse.

La toponimia es una enorme y excelente fuente de información territorial e histórica. Su estudio nos permite comprender su origen y sus significados. Las distintas incidencias que sufren los topónimos con el transcurrir del tiempo también nos explican muchas cosas del devenir del marco institucional del territorio.

Si la división provincial es un fruto del pensamiento liberal e ilustrado del XIX, la fijación definitiva de la denominación de los municipios es el resultado de una reforma de principios del siglo XX, provocada por la necesidad de evitar la confusión postal que se producía por la repetición de topónimos en distintos lugares del país.

De los más de 9.000 municipios que existían en el país en esa época, más de 1.000 planteaban problemas al repetirse al menos una vez. Se inició así un proceso, llevado a cabo por una Comisión de la Real Sociedad Geográfica, presidida por Manuel de Foronda y Aguilera, e integrada por Manuel Benítez y Parodi, Felipe Pérez del Toro, Ricardo Beltrán y Rózpide y Rafael Álvarez Seréix, que concluyó en un dictamen que fue sometido a consultas de los municipios afectados.

Se decidió que conservaran su nombre los municipios más poblados o que fueran cabecera de partido judicial, proponiéndose nombres alternativos para aquellos otros, de menor tamaño, que compartían nombres con aquellos.

Tras un arduo proceso, la Gaceta de Madrid (precedente del BOE), publicaba el 2 de julio de 1916 un Real Decreto de 27 de junio, por el que se procedía a modificar el nombre de 570 municipios españoles. En la provincia de Almería, los municipios que cambiaron de nombre son los que se han citado al principio de este “post”: Alcudia pasó a llamarse Alcudia de Monteagud; Armuña recibió el nombre de Armuña de Almanzora: Castro pasó a llamarse Castro de Filabres, Ocaña se denominó Ocaña de Alboloduy, Paterna adquirió la denominación de Paterna del Río y Roquetas acabó adoptando el bellísimo nombre de Roquetas de Mar.



En otra ocasión volveremos sobre este proceso denominado Reforma de la Nomenclatura Municipal de 1916, por su interés.

sábado, 5 de noviembre de 2022

Neomadridismos

 Escrito el 29 de mayo de 2022

Escribo este texto en la tarde del día después del triunfo del Real Madrid ante el Liverpool, por el que la entidad blanca ha alcanzado el impresionante record de 14 máximos títulos continentales en la competición de clubs (sumando las antiguas Copas de Europa, y su equivalente contemporáneo, Champions League). Me animo a escribirlo, como es en mí habitual, para poner orden a mis ideas y sensaciones, y definitivamente motivado por el deseo de evitar ser rodeado por un gran número de canales de TV y emisoras de radio “entregadas a la causa”. Ya me pasó el día de la celebración del título de Liga, título tan merecido esta temporada como desproporcionado fue su seguimiento en los medios. El planteamiento de ese seguimiento mediático me dió unas últimas pistas para el enfoque de lo que voy a compartir con vosotros en este escrito: parecería que ser madridista es la condición “normal”, mientras que no serlo resulta sospechoso. Los madridistas más conspicuos han llegado a la conclusión de que el que no es madridista, es antimadridista, por lo que esta desmesura en el tratamiento informativo tiene una doble dirección: la satisfacción extática de los merengones, y el escarnio de los que no lo son, lo que redobla esa satisfacción.



Mi afición al fútbol se remonta a mi más temprana infancia. Un chaval de Villagarcía de principios de los '60 vivía con, por y para el fútbol, tanto en el ambiente de los amigos y vecinos del barrio, como en el seno familiar, y también junto a los compañeros de los distintos niveles educativos por los que he ido transitando. Mi padre era un buen aficionado al fútbol, y, de todos sus hijos, yo era el que más he compartido con él la afición. Numerosas tardes en el Estadio entonces llamado de la Falange, y, antes de tener televisor en casa, la peregrinación a alguno de los bares del barrio para ver los lunes algo que me parecía sorprendente y misterioso: la repetición de los goles y mejores jugadas de cada partido de la jornada del día anterior (antes los partidos se jugaban en domingo). Cuando ya hubo tele en casa, asistir a todos los partidos televisados, y comentar las jugadas. Mi padre era un buen aficionado al fútbol, y apreciaba los entresijos del juego, no en vano en su juventud había sido jugador. No aprecié ningún rasgo de forofismo, salvo en lo concerniente a la selección española y, de vez en cuando, con una ligera inclinación hacia el Real Madrid, que no creo que fuera una manifestación de forofismo, sino el reconocimiento de la importancia simbólica que tenía para la época el que el Real Madrid nos redimiera de nuestro complejo de inferioridad con sus triunfos europeos. De vez en cuando sentenciaba : “me gusta ver los partidos del Madrid, porque es un equipo que juega y deja jugar...”. Pero, por encima de todas las cosas, a mi padre le gustaba el buen fútbol y aprovechaba cualquier lance del juego para hacer pedagogía conmigo, ensalzando los rasgos más deportivos (el esfuerzo, la superación, el respeto por el adversario) y censurando esas “pellejerías” tan frecuentes en el mundo de la competición (fingir, perder tiempo, buscar bronca...).

Hizo un buen trabajo, puesto que he mantenido la afición al fútbol, sin ninguna pasión por ningún color en particular. Mis afinidades por los distintos equipos no eran en absoluto incondicionales: me caían simpáticos los equipos de los que apreciaba buen fútbol. Me gustó la Real Sociedad, el Atlético de Madrid de Marcel Domingo -auténtico precursor del estilo español de fútbol que se consagró con la conquista del Mundial de selecciones-, la Holanda de Cruyff (y de otros tantos), el Barça de Guardiola... Nunca me emocionó el juego del Real Madrid, aunque aprecié mucho los méritos del grupo de canteranos de la “quinta del Buitre”. Pero, desde luego, nunca he sido antimadridista. Ser “anti” me parece una categoría ajena al deporte, por cuyos valores he mantenido el respeto que me inculcó mi padre. Tengo muy buenos amigos y amigas madridistas, y -huelga decirlo- son gente con criterio, y tienen tanto aprecio por el buen juego y los valores del deporte como yo mismo.

Pero con el encanallamiento de los tiempos, la polarización y la alteridad parecen haber sometido la convivencia a una especie de centrifugado tribal. Y el tribalismo se ha enseñoreado entre una buena parte de los aficionados, de manera que ya es dificil encontrar alguien con quien hablar de fútbol. Se ha pasado en poco tiempo de la típica coña de lunes en el bar entre simpatizantes de diferentes equipos al triunfo rampante de las posiciones más alejadas de mis ideales futbolísticos y deportivos. El fútbol ha dejado de ser lugar de encuentro para convertirse en una permanente camorra.

Y en ese ambiente bronco, fanático, irracional e irrespetuoso surge un nuevo madridismo, que encarna lo que me parece lo peor de este país: la intolerancia, la falta de respeto por los que no comparten preferencias, la persecución de la inteligencia, la exaltación del triunfo a cualquier precio, en definitiva, un movimiento al que le importa poco el fútbol y el deporte, y que adopta una identidad de aprecio por un club para no reconocer su carácter directamente reaccionario.

Esta mañana, leo en un post en Facebook de un “amigo” lo siguiente: “Felicidades al fútbol español y si hay un solo español que no se sienta feliz que se lo medique”. En los minutos de retraso antes del comienzo del partido, yo había publicado en mi Facebook: “En cada uno de los equipos que juegan la final de la Champions League hay un español: Carvajal en el Real Madrid y Thiago Alcántara en el Liverpool”.


Me cuesta trabajo reconocer en el Real Madrid a un equipo “español”. Los madridistas de nuevo cuño han llegado a odiar a la selección española porque el actual seleccionador ha pasado varias convocatorias sin incluir a ningún futbolísta del Real Madrid. Si no juegan jugadores del Madrid, la selección no merece llamarse “española”, parece ser la base del silogismo. Seguramente, si el Real Madrid alineara a más españoles, estos tendrían más posibilidades de participar en la selección.

Llevo bastante tiempo apreciando que cuanto más forofismo, menos importancia tiene el aprecio por el fútbol. Uno puede ser un magnífico forofo, incluso un tertuliano de esos nuevos formatos que son como el “Sálvame” en versión futbolera, sin tener ni la más mínima idea de fútbol, como frecuentemente ponen de manifiesto en sus intervenciones. Han dejado claro, además, que tampoco les importa mucho España, sino su tribu, con la que tienden a confundirla.

Cuando oigo hablar de los “valores” del Real Madrid, no puedo dejar de pensar en Florentino Pérez y su gestión del club como un espacio de negocio, negocio que solo es posible si se olvida el aprecio por el juego y los valores deportivos, y se abona el forofismo que solo quiere triunfos. No puedo dejar de pensar en sus movimientos para crear la Superliga europea, despreciando a tantos meritorios clubes de fútbol españoles que son la urdimbre institucional de una gran afición.

A mí también me gustan los triunfos, pero siempre los he entendido como la recompensa por hacer las cosas bien. Me encantó el éxito de la selección española en Sudáfrica, y en los dos campeonatos de Europa sucesivos, y alcancé una gran satisfacción por el hecho de que fuera Iniesta el autor del gol definitivo del Mundial. Me han encantado los éxitos de la selección española de baloncesto, en la inolvidable etapa liderada por Pau Gasol. Vibro y disfruto con la trayectoria de Rafael Nadal, un contrastado madridista que es ejemplo de todos los valores del deporte. Pero, mientras que el éxito es una cuestión contingente, hacer las cosas bien es la pura finalidad del deporte. Entregarse, dar lo mejor de uno mismo, esa y no otra es su esencia. El triunfo sabe bien cuando reconoce el mérito y la excelencia. No hay atajos. Ganar sin brillo ni mérito no me satisface en absoluto. Los éxitos a los que me refiero me han proporcionado satisfacción porque contienen genuinos valores deportivos, y están encarnados por auténticos cracks, que, además de su excelencia deportiva, hacen gala de unos valores humanos y cívicos encomiables, y que son, por eso, un motivo de inspiración para toda una sociedad.

Estos neomadridistas, que rinden culto al éxito, que desprecian e ignoran todo lo relacionado con el juego del fútbol y con los valores deportivos; que desprecian a la selección española, confundiendo España con su tribu, y de los que sospecho que tampoco le tienen mucho aprecio al club de sus amores, solo tienen una patria: ellos mismos (y ganar).

Por eso, harían bien los auténticos madridistas en proteger el patrimonio reputacional del club de la acción de esta turba que amenaza con parasitar y acabar engullendo su imagen y prestigio simbólico.


sábado, 6 de julio de 2019

Almería: la posibilidad de una isla



La identidad y personalidad geográfica de Almería ha sido apreciada por propios y extraños a lo largo del tiempo. La mirada de los viajeros y sus impresiones pueden consultarse en la magnífica obra “Almería vista por los viajeros. De Münzer a Pemán (1494-1958)”, publicada por el IEA (LENTISCO, J.D., MARTÍNEZ, M.D., SEGURA, M.D. y ÚBEDA, R.M.)
Meridional, oriental, africana, levantina, colonial, aislada... son los atributos con los que más frecuentemente se intenta resolver el estupor que provoca nuestra singularidad. Aquí vamos a detenernos en nuestro aislamiento, o insularidad.
Hace unos días, Andrés Sánchez Picón, con quien me une una entrañable y larga amistad, publicaba en la página de CALiFAl (Contra el Abandono de las Líneas Ferroviarias Almerienses) un post donde, en el contexto de la preocupación por la escasa respuesta a la última convocatoria de la Mesa del Ferrocarril, introducía una cuestión táctica: la consideración de Almería como isla, para la aplicación del régimen especial tarifario del que se benefician los habitantes de territorios genuinamente insulares (Canarias, Baleares) o ultramarinos (Ceuta, Melilla). En el hilo de comentarios a la publicación, que merece la pena leer con atención para apreciar el “estado de la cuestión”, publiqué: “Ya lo decía Houellebecq: la posibilidad de una isla”. Miguel Moya Guirado, con quien comparto paisaje desde la infancia, se sumó al hilo de comentarios, con una apelación directa a que hiciera públicas mis reflexiones sobre la insularidad de Almería. En seguida dí por aceptado el reto, y con esta publicación en mi blog pretendo atender esa petición de Miguel.
El humorista gráfico Arranz ha publicado recientemente un divertido mapa, que llama la atención acerca del creciente aislamiento de la provincia. Sobre la misma idea, en 2018 publicó otro lúcido acercamiento a la cuestión.



La condición insular de Almería ha de entenderse, como es lógico, de una forma metafórica. Pero es una metáfora poderosa que puede esclarecer algunos aspectos importantes de nuestra condición territorial.

1.- Las relaciones históricas con el exterior se han producido en Almería por vía marítima. Esta es una condición muy mediterránea, mar que ha sido calificado como “fortificado por montañas”. En el caso de Almería, esa fortificación es especialmente exhaustiva, y está compuesta por varias murallas defensivas (las sierras), con sus correspondientes fosos (valles). Si lo que crea la insularidad normal es el mar, la metafórica insularidad almeriense está causada, además, por un mar de montañas.
Me aseguran que no hay nada interesante que ver por tierra de aquí [Almería] a Cartagena; serían necesarios tres días al menos para llegar allí a caballo y el campo es tan desolado como el que he visto desde Adra hasta aquí. Por ello, y a pesar de mi horror por el mar, voy a embarcar esta tarde y estaré mañana a las cinco de la mañana en Cartagena” (Josephine de Brinckmann, 1850)”.
2.- A pesar de las dificultades que el relieve crea para la movilidad, ese mar de montañas ha estado muy poblado en tiempos. En especial, a lo largo del XIX, la distribución de la población provincial era mucho más homogénea, y se organizaba en un sistema de núcleos cabeceras comarcales, con una población similar. Siendo precisos, más que de una insularidad almerienses, habría que hablar en esa época de un archipiélago.
3.- Nuestra insularidad no es solo física. El aislamiento es consecuencia de la distribución espacial de la población, de la dotación de factores productivos, del capital territorial acumulado, y de las condiciones generales de conectividad y accesibilidad, es decir, de las infraestructuras y servicios de transporte (llamo la atención sobre la necesidad de diferenciarlos, en lo que me extenderé más adelante). Como todos estos factores territoriales son cambiantes, también lo es nuestra condición insular. El análisis de su evolución histórica puede ser revelador.

"Mapas de calor" de la distribución de la población almeriense 1860-2018. Elaboración propia
4.- El modelo productivo almeriense se ha basado desde el neolítico en laderas metálicas y fondos de valle irrigados. Como toda economía insular, la nuestra es exportadora, seguramente porque no nos queda más remedio (no existe un mercado local que pueda absorber nuestras producciones).

5.- Cada uno de nuestros ciclos productivos, de base exportadora, ha contado con una estructura diferente de factores (tecnológicos, de capital, de gestión de mercados). La dependencia de factores externos y la vulnerabilidad ante circunstancias geopolíticas ha sido, no obstante, una constante que podemos considerar estructural, y que explica su carácter cíclico. La clave de todos estos ciclos ha sido el transporte desde las laderas del interior a los puertos o embarcaderos. Todo muy insular.
Instalaciones de transporte minero. Elaboración propia

6.- Desde mediados del siglo XX, comienzan a reordenarse los factores territoriales en una nueva fase, para la que resultan inservibles algunas de las viejas infraestructuras, que, por lo demás, se encontraban ya en avanzado estado de abandono. En esta nueva fase, se van a producir mutaciones trascendentales, que matizan en buena medida la condición insular de Almería.
7.- En la configuración actual de nuestra isla, tres procesos, de distinta escala y naturaleza, juegan un papel destacado.
  • El ajuste del modelo territorial almeriense, con un vuelco hacia la costa que ha agudizado el gran vacío del sureste. La isla es cada vez más isla, pero con mayor densidad de población, lo que explica el auge de la oferta terciaria, y, sobre todo, su localización. La búsqueda de emplazamientos junto a los enlaces de la E-15 desde Vícar hasta Almería por parte de operadores de suelo terciario y de las empresas que lo ocupan, evidencia la existencia de un mercado unitario del complejo urbano Almería-Poniente, que cuenta con unos 500.000 habitantes, y con una crecida población estival.
El gran vacío del sureste. Elaboración propia


  • La mejora de las infraestructuras viarias, y en especial, las autovías, ha venido a paliar la insularidad (los tiempos de desplazamiento a destinos lejanos se han acortado), pero no ha tenido ningún efecto en una mejor articulación del territorio, ni en frenar las pérdidas poblacionales de las zonas por las que discurren. Tampoco han tenido un efecto especial en la mejora de las posiciones competitivas de las distintas empresas y actividades. Está claro que las condiciones del transporte por carretera de los productos de exportación ha mejorado, pero sobre estas formas de transporte se ciernen distintas amenazas, relacionadas con los problemas ambientales que generan. No hay que olvidar que contar con autovías fue durante años la gran reivindicación de los agentes locales, mediante un discurso que sugería que no era posible el desarrollo de este territorio sin dichas infraestructuras, con un peligroso deslizamiento o “derrape” conceptual hacia otro postulado, ya directamente falaz, según el cual las autovías traerían el desarrollo, por sí mismas. Siguiendo la lógica metafórica de este post podríamos afirmar que las autovías han acercado la isla al continente, pero no han acabado con la insularidad, puesto que esta insularidad tiene más que ver con el vacío que rodea a la isla que con el tiempo que se tarda en cruzarlo.
Monumento a la desolación. Antigua señal de carretera en las 
proximidades del Mini Hollywood. Tabernas. (desaparecida)

  •   Tras el atentado de las Torres Gemelas, la potencia hegemónica del mundo occidental decretó una lucha “contra el infiel”, que ha tenido terribles efectos en el establecimiento de una frontera caliente norte-sur en el Mediterráneo. Los países y los territorios ribereños sufrimos esta discontinuidad geopolítica. En España, además, llueve sobre mojado, por los recelos evidentes de nuestra sociedad hacia el Magreb, que ha limitado tradicionalmente el desarrollo de un papel beneficioso en la organización de los intercambios (flujos de personas, de capital, de tecnología), y, en especial, de las estrategias de desarrollo de los vecinos del sur. Nuestra isla es especialmente hemipléjica, como consecuencia de nuestros prejuicios y del nuevo mapa geopolítico. Nuestra isla se acerca al continente europeo, pero se aleja del africano.
Mediterráneo occidental y mar de Alborán. Elaboración propia

. . .

Este artículo se origina en el contexto de una inflexión en el movimiento reivindicativo pro-ferrocarril, tras una respuesta no satisfactoria a una convocatoria de protesta. Es un buen momento para reflexionar sobre las distintas cuestiones que gravitan en torno a la justa reivindicación de mejora de los servicios ferroviarios en la provincia, y, en especial, en cómo opera nuestra insularidad ante los retos contemporáneos de orientación estratégica.

Si hubiera que resumir la posición colectiva sobre estas cuestiones, lo primero a destacar es que no se reconoce la “insularidad” de Almería. Sí se admite el aislamiento, aunque se achaca únicamente al déficit de infraestructuras, lo que explica la insistencia en la reivindicación.

La reivindicación ferroviaria es mucho más matizada y rica que la que en su día se desplegó en torno a las autovías, pero hereda de ella algunos elementos estructurales, que habría que revisar. Al menos en lo que se refiere a un efecto “lisérgico” o estupefaciente, que, en todo caso, resulta desmovilizador: las plataformas reivindicativas refuerzan la idea de que lo único que nos separa de la redención es un déficit de inversión pública. Indirecta e involuntariamente, están trasladando la idea de que nada más debemos hacer, puesto que ese aislamiento por desatención es nuestra única debilidad. Al centrarnos en ese enfoque reivindicativo, estamos situando nuestra redención en el campo de las asignaciones presupuestarias, en definitiva, en el de las voluntades de los gestores públicos. Y aquí es donde empiezan a funcionar las terminales locales de los partidos políticos, jaleadas por los medios de comunicación, en un permanente espectáculo de regate corto y oportunismo, que resulta sumamente desalentador, y promueve el desestimiento.

Masiva manifestación convocada por la Mesa del Ferrocarril. 22 Junio 2017

Se me antoja que una buena labor que deberían asumir las plataformas reivindicativas es la de cualificar la percepción social sobre los modelos de movilidad, sus costes, y la adecuación a diferentes estrategias territoriales. Al menos, deberían clarificar los siguientes puntos, que presento aquí como “catálogo de inquietudes”

  • En este punto, hay que insistir en la diferencia entre las infraestructuras y los servicios de transporte. Clamamos por unas infraestructuras a las que asignamos efectos mágicos, no solo en cuanto al desarrollo económico, sino en su capacidad de ofrecer servicios universales y a bajo precio. Sin embargo, las infraestructuras insulares son caras, y, por lo general, los servicios que ofrecen son limitados y a un coste alto, que solo resulta paliado si existe una bonificación vía presupuestos. Esta es la cuestión que plantea Andrés Sánchez Picón, llamando así la atención sobre la necesidad de tirar de imaginación para mejorar la capacidad de convocatoria y movilización de la Mesa del Ferrocarril.
  • La indefinición del “modelo ferroviario” almeriense resulta muy inquietante. Cuando el movimiento reivindicativo llevaba ya un buen trecho recorrido, sale a la luz la cuestión de que una vía para AVE no puede utilizarse para mercancías, y, evidentemente, se encienden todas las alarmas. A nadie se le escapa que nuestra prioridad es la exportación, por lo que constatar el riesgo de que costosísimas inversiones no solucionen nuestra principal prioridad, causa desazón. En mi opinión, no se trata tanto de una falta de planificación ferroviaria, sino de que haya madurado una reivindicación sin una reflexión previa sobre la estrategia de desarrollo, y el modelo de movilidad y transporte propio de esa estrategia.
  • Lo mismo podría decirse acerca de si la reivindicación debe orientarse a un modelo AVE+ mercancías en las dos líneas (Granada y Murcia), o si sería suficiente con una mejora de los servicios ferroviarios sobre la línea existente y una buena ejecución de la nueva. Tampoco queda claro qué prioridad deberíamos asignar a una buena articulación interior mediante cercanías (Poniente, Bajo Andarax, Níjar) respecto a la conexión con el exterior.
  • Resultan rocambolescas las ocurrencias sobre intercambiadores, plataformas logísticas y puertos secos, sobre todo cuando el margen de negociación en el precio de nuestras producciones se achica, y la distancia entre las zonas productoras y los mercados consumidores parece decretar nuestro periferismo y dependencia. Necesitamos una estrategia que permita garantizar nuestros márgenes. Esa estrategia es la que nos indicará qué aparato logístico necesitamos. Es más que previsible que la estrategia deba adaptarse a momentos y situaciones de mercado distintas. La flexibilidad es crucial para nuestra sostenibilidad comercial a largo plazo. No parece que sea una cuestión que un equipamiento logístico pesado y rígido vaya a solucionar.
  • Para finalizar este catálogo de inquietudes, la cuestión portuaria, crucial en un contexto insular, no arroja muchas más certezas. Además de las disfunciones urbanísticas actuales en la ciudad de Almería, se antoja muy problemática la conexión puerto-ferrocarril, y, en todo caso, difícil de entender si parece apostarse por una solución de puerto seco. El proyecto Puerto-Ciudad a duras penas oculta una operación de suelo que puede complicar mucho las ya precarias condiciones de movilidad del frente costero de la ciudad.

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Es fácil concluir que, además de un déficit de infraestructuras de transporte terrestre, tenemos un déficit de organización colectiva, una notoria falta de documentación sobre las opciones, y carecemos de una posición estratégica, o de una metodología para adquirirla, superando nuestras debilidades. En resumen, nuestra sociedad insular tiene un problema de gobernanza, y, muy especialmente, de liderazgo. La red de oligarquías isleñas que se ha ido desarrollando al calor de los “éxitos” económicos almerienses, carece de un proyecto estratégico y de capacidad movilizadora. No los necesita, puesto que estamos hablando de élites de negocio. De hecho, recela de ellos, ya que aprecia el potencial desestabilizador de una movilización organizada. La orfandad de liderazgo es la consecuencia de una auténtica institucionalización de la mediocridad, y ésta, a su vez, puede considerarse la forma de protección de las élites económicas y de negocio locales (la paradójica y negativa consecuencia de un modelo de desarrollo endógeno).

Incomprensiblemente, seguimos justificando el desbordamiento y la enajenación que sufren nuestras principales actividades económicas con relatos anacrónicos que aluden a esfuerzos familiares, a economías sociales o redistribuidoras. Parecería, en definitiva, que nuestra actitud reivindicativa tiene más que ver con el agravio que con la perspicacia, más con el despecho que con la inteligencia, y, desde luego, más con el querer ser iguales que con tener unos objetivos autónomos y documentados.

Sin embargo, la evidencia nos muestra que si queremos ser iguales, tenemos que esforzarnos más que los demás. Si tenemos las mismas dotaciones que nuestros vecinos o conciudadanos, nuestra posición en el mapa y nuestra insularidad nos penalizarán. Nuestra equiparación no se logrará si solo contamos con la inversión pública. Requiere lo mejor de nosotros mismos, y un marco institucional que promueva el talento, la diferenciación y la innovación. Ya hemos dado muestras en el pasado de esas capacidades, por lo que no resulta fácil comprender el desestimiento generalizado y nuestra crónica falta de ambición.

Todo ello debería partir de una aceptación crítica de nuestra condición insular, para integrarla en nuestras estrategias de realización colectiva. En consecuencia, deberíamos pensar menos en grandísimas inversiones públicas, que atenuarán nuestra insularidad, pero no la solucionarán. Deberíamos pensar más en lo que nos corresponde en exclusiva, en superar las debilidades que están en nuestra mano, fomentando la organización interna, promoviendo liderazgos de proyecto, elaborando una estrategia orientada a la cohesión y la participación, y, sobre todo, que cambie la tendencia a institucionalizar una mediocridad que promueve el desestimiento, por una dinámica de compromiso y movilización.

Ese es el reto de la sociedad civil, del movimiento ciudadano.
Es la superación de esas debilidades la que dará nuestra medida, por la que merece la pena esforzarse, y la que nos permitirá fundar una identidad colectiva viable y exigente. No estamos malditos. Solo aislados. Tenemos una posibilidad: la posibilidad de una isla.