martes, 5 de septiembre de 2017

¿Morir de éxito?


Desde hace un tiempo, se puede leer esta expresión referida a las crisis de desbordamiento turístico. Entiendo su eficacia mediática; en la paradoja que contiene la expresión hay una llamada de atención sobre las contradicciones propias de procesos complejos. Pero me parece muy desafortunada, por las razones que explicaré en este breve texto.

La expresión fue elevada a la categoría de recurso mediático por una intervención del entonces presidente del Gobierno, Felipe González, en noviembre de 1990, en el discurso de apertura del 32 Congreso del PSOE: “También se puede morir de éxito”. Entonces se interpretó como una llamada de atención acerca de los riesgos de desmovilización de su partido provocada supuestamente por los  éxitos de las instituciones gestionadas en su nombre.



Me centraré en los propósitos de este escrito. Por motivos personales y profesionales, me resulta especialmente irritante la expresión de marras cuando se aplica a la situación estival en Cabo de Gata (la costa de Níjar, para ser más preciso). A este espacio voy a referirme en este artículo.

Para empezar, no creo que estemos en riesgo de muerte, salvo que sea una expresión metafórica para referirse a la frustración al querer disfrutar del paraíso (gusto), y no conseguirlo porque todos los demás quieren hacerlo al mismo tiempo (muerte).

El exceso de dramatismo que contiene la expresión se refiere solo a las frustraciones estivales. Sin embargo, cualquier analista apuntaría a la desolación fuera de los periodos vacacionales como el auténtico riesgo de “muerte” de este territorio. Los medios reflejan un discurso dominado por miradas urbanas, vacacionales y ambientales. Pero el sesgo de esas miradas dificulta una comprensión cabal del fenómeno al que asistimos gradualmente desde hace al menos un par de décadas (son esas mismas miradas y motivaciones las que producen el desbordamiento).



Lo que tiene muy poca gracia es calificar como “éxito” a esta situación. La expresión parece dar la razón a quienes se obstinan en hacer una promoción genérica de este espacio tan singular; quienes, a veces con las mejores intenciones, contribuyen a un posicionamiento banal de tan valioso territorio. Un “éxito” medido por factores cuantitativos, y no cualitativos, en un espacio que no está dotado (ni debe estarlo, sin traicionarse) para albergar grandes contingentes. Un desbordamiento vacacional y una desolación el resto del año pueden calificarse de muchas maneras, pero, desde luego, no de éxito.

Les diré lo que, a mi entender, si contiene peligro de muerte y cuáles podrían ser las condiciones del éxito de este querido territorio.

Los principales factores de riesgo no vienen de la demanda externa, sino de la incapacidad interna. En el Plan de Gestión de la Movilidad Sostenible, en cuya redacción participé, se apuntaba un elemento central de diagnóstico que, como era de esperar, ha pasado completamente desapercibido para los actores responsables de la gestión de este espacio.



En la página 59, epígrafe 6.3. “La necesidad de nuevos espacios institucionales” queda claramente señalado que no tenemos una estrategia territorial para este espacio, ni existen espacios institucionales donde pueda darse. Dicho con la claridad que un documento público de planificación no puede permitirse: no sabemos gestionar este proceso complejo.

Esta incapacidad institucional, que refleja nuestras carencias colectivas, contribuye al proceso que sí contiene peligro de muerte: la enajenación. Esta enajenación se manifiesta en el predominio de población de origen externo, no vinculada con la historia territorial, su creciente orientación a los negocios turísticos, su sensación de que su administración es el Parque Natural, ante el repliegue de las administraciones civiles, en especial el Ayuntamiento.


La inusual, y un poco sobreactuada, presencia de una especie de “concejal de distrito” en la actual legislatura es una anomalía fruto de la pintoresca interpretación del pacto de legislatura que permitió la constitución del equipo de gobierno municipal. Pero, lamentablemente, esta singular presencia institucional no contribuye a la cohesión entre los nijareños de uno y otro lado de la Serrata: al contrario, acentúa la desconexión. El exponente más claro de esta enajenación es la delirante, y cada vez menos soterrada, aspiración de parte de esta población de segregarse del municipio de Níjar y constituir un “municipio del Parque”.


Cuando se plantea un problema complejo, como el de la movilidad, esta enajenación, junto con la disfuncionalidad institucional, acaban haciéndolo inabordable.

Cualquier equipo de gobierno municipal tiene siempre más estímulos para ocuparse de la zona del municipio donde se juega el destino electoral que de dejarse absorber por un problema muy exigente en la costa, lo que puede provocar recelos en esa zona central del municipio.


La administración del Parque Natural no tiene capacidad (sus profesionales son totalmente ajenos a la comprensión de esta problemática) ni atribuciones (las competencias en materia de movilidad son municipales). El hecho de que el Plan de Gestión de la Movilidad Sostenible fuera una iniciativa de la Delegación de Medio Ambiente y no del Ayuntamiento de Níjar ya es insólito. El que se “tramitara” ante la Junta Rectora del Parque, otra anomalía. Estas singularidades ya apuntaban la situación diagnosticada en el documento referido. Para apreciar el acierto de ese diagnóstico, solo hay que observar las torpes y descoordinadas acciones emprendidas por los distintos actores, y la agudización de las tendencias desbordantes.

El principal “peligro de muerte” de las promesas de este territorio es la falta de cohesión social, alentada por una estructura institucional claramente disfuncional.

Entre tanto, a falta de una orientación estratégica, tan prometedor territorio se va convirtiendo en un parque temático de la ocurrencia turística, jugando, en vano, a competir con otros destinos turísticos más maduros. En ese proceso de mercantilización que no reconoce la lógica de este territorio, resultan penalizadas las empresas que más se comprometen con la calidad y con una oferta diferenciada, mientras que sobreviven (a duras penas) las que solo entienden la singularidad de este sitio como penalidad.


¿Cuál sería el “éxito” de este territorio? Ciertamente, la superación de las debilidades apuntadas. Por utilizar las palabras textuales del Plan de Gestión de la Movilidad, sería contar con “una estrategia territorial en la que resulte comprensible y posible la armonización de las diferentes aspiraciones mediante un modelo de uso y disfrute del espacio coherente con sus valores, sostenible, económicamente viable y apoyado por la población (…) Es en el desarrollo de esa estrategia donde deben facilitarse una coordinación pública más allá de lo procedimental, que se refiera al establecimiento de los objetivos estratégicos y al análisis de su cumplimiento mediante indicadores, y una más eficaz e intensa comunicación y participación social”.


En definitiva, si estamos en riesgo de “muerte” no es por “éxito”, sino por incapacidad. El principal indicador de esa incapacidad es, precisamente, llamar “éxito” a una situación caracterizada por el desbordamiento y la enajenación. La superación de esa incapacidad solo puede venir de enfrentarse a los problemas complejos como una oportunidad para madurar, siendo generosos, rigurosos, y muy, muy didácticos.


viernes, 18 de agosto de 2017

Cortijo de la Unión. Patrimonio, memoria y olvido

Nos encontramos en plena conmemoración del 150 aniversario del nacimiento de Carmen de Burgos Seguí “Colombine”. Hace unos días, la Diputación Provincial, por medio de su responsable de Cultura, anunciaba en prensa una amplia programación para dar contenido a esa conmemoración. El Ayuntamiento de Níjar ha declarado 2017 como “Año de Carmen de Burgos”, atendiendo al especial enraizamiento nijareño de la autora almeriense, y también despliega distintas actividades en relación con esta efeméride.

No es difícil encontrar el nombre de Carmen de Burgos designando diferentes equipamientos públicos o en el callejero de nuestras ciudades y pueblos (el Paseo Marítimo de la ciudad de Almería lleva su nombre). 

Se producen reediciones de parte de su ingente obra, tanto por iniciativa pública como por meritorias editoriales privadas. 

Todo esto nos llevaría a pensar que hay una efectiva recuperación de su figura (vida y obra) y una reparación del ostracismo al que la condenaron los que no pueden entender que la diversidad de nuestro país es una de sus principales riquezas.

Lo cierto es que hemos convertido la memoria de Carmen de Burgos en una colección de estampas, de las que elegimos aquellas que encajan mejor con nuestras preferencias. Los tiempos que corren, presididos por la egolatría, la vanidad y el narcisismo, apuntalan esta tendencia. 

Cualquier cosa, menos recordar el tremendo sufrimiento por el que pasó, el valor que demostró sobreponiéndose a las adversidades, la presión social que sufrió en su ciudad natal, que desembocó en un exilio autoimpuesto, pero provocado. Todo sirve, menos recordar que su sensibilidad ante las injusticias y el profundo amor a su tierra la convierten en un auténtico referente moral, en un momento en el que es especialmente necesario contar con esos referentes para enfrentarnos a nuestros múltiples problemas como almerienses. ¿Cuáles serían los motivos de preocupación de Carmen de Burgos en la Almería actual? 

La voz de Carmen de Burgos forma parte del coro secular de visionarios, heterodoxos y rebeldes, con frecuencia marginados y olvidados, que han luchado con desigual fortuna por una modernización de España construida desde su propia identidad. Se diferencian de los modernizadores ortodoxos en que estos últimos preferían imitar o importar procesos e instituciones que habrían revelado su utilidad en otros países.

Todas estas reflexiones me asaltan en medio de la catarsis que me he impuesto como “celebración” personal del aniversario de Carmen de Burgos, que consiste en una nueva mirada sobre la vida y la obra de nuestra autora, más allá de las certezas repetidas y cortapegadas mil y una veces.
En esas tribulaciones andaba cuando, atendiendo a una petición de mi querido Antonio Sevillano, me dirigí al Cortijo de la Unión para facilitarle alguna imagen de esta finca, epicentro de la memoria infantil de nuestra autora, y presente en gran parte de los relatos que Colombine sitúa en el valle de Rodalquilar (Los inadaptados, El último contrabandista, El tesoro del castillo…). 

Deambulando entre las ruinas de lo que fue unos de los principales cortijos históricos del Valle de Rodalquilar, una serie de ideas, nuevas y antiguas, comparecieron, adquiriendo un cierto orden narrativo que me propongo compartir con mis animosos lectores.

El deterioro físico de los elementos materiales que soportan nuestra memoria es correlativo con el deterioro moral y la desorientación de la sociedad que los ha heredado (la nuestra).
En nuestra extraña sociedad, la reivindicación de cualquier elemento como patrimonio va orientada a su “elevación” a objeto administrativo, de la que, como sabemos, no se deriva mejora alguna de su condición real: un recurso patrimonial es aquel que contiene significados útiles para el reencuentro de la sociedad con sus antecedentes, con una explicación de lo que somos. Si no se produce ese reencuentro del significado con la conciencia de ser, ningún elemento formará parte del patrimonio, por muchas inscripciones o declaraciones que se sucedan.
El olvido del cortijo de la Unión, y sus múltiples significados; su no comparecencia entre los iconos de la reivindicación patrimonial por parte de instituciones y asociaciones, hablan muy elocuentemente del empobrecimiento de nuestra conciencia de ser. 

Es inevitable estremecerse ante la desigual atención dedicada al cortijo del Fraile y al cortijo de la Unión, tanto por parte de las Administraciones Públicas como por parte de los colectivos que lideran la reivindicación patrimonial. Al cortijo, al valle que lo alberga y a la propia memoria de Carmen de Burgos les pasa lo mismo: frecuentemente transitados, profundamente olvidados.

Carmen de Burgos ha sufrido muy diferentes ostracismos: en vida, el de su propia sociedad vernácula; durante el franquismo, mediante un intento de aniquilación de su memoria y obra; superado el franquismo, por la indiferencia cultural de una gran parte de la sociedad; en la actualidad, por la oquedad conmemorativa y la conversión de la autora en una colección de imágenes (estampas) de consumo rápido, que sustituyen a la profunda reflexión moral que Colombine nos proponía y nos propone.