Que el cortijo del Fraile nos salve
Desde mi enraizamiento en el sureste nijareño, allá por mis años de juventud, he tenido siempre al Cortijo del Fraile como uno de esos sitios magnéticos, cargados de significado: un icono. Como es la mirada la que hace al símbolo, la capacidad narrativa del icono ha ido evolucionando, en paralelo a su decrepitud física, a medida que mi mirada iba revisitándolo.
Desde mi enraizamiento en el sureste nijareño, allá por mis años de juventud, he tenido siempre al Cortijo del Fraile como uno de esos sitios magnéticos, cargados de significado: un icono. Como es la mirada la que hace al símbolo, la capacidad narrativa del icono ha ido evolucionando, en paralelo a su decrepitud física, a medida que mi mirada iba revisitándolo.
En estos tiempos, ya en edad provecta, se me ha brindado la
oportunidad de participar en una reflexión colectiva sobre el Cortijo del
Fraile, enriquecedora, y que me ha permitido madurar mi visión sobre este
elemento destacado de nuestro patrimonio, y, por extensión, sobre el papel que debe
cumplir el patrimonio en una sociedad como la nuestra.
En el verano de 2004 elaboré un calendario sobre el Cortijo,
en el que analizaba su fuerza simbólica, y concluía que era, sobre todo, el
símbolo de la incapacidad institucional de una sociedad. Quiero retomar ahora ese hilo argumental.
En las últimas décadas, ha cristalizado una actitud
reivindicativa por parte de sectores sociales, especialmente concienciados y
sensibles con el valor de este elemento patrimonial. Los medios de comunicación
se han hecho eco de esas reivindicaciones, y esto ha generado una conciencia
social difusa de alineamiento con esta reivindicación: salvemos el Cortijo del
Fraile.
Cuando el Cortijo sale en cualquier conversación, es
inevitable que aparezcan los términos “pena”, “cae”, “de quien es la culpa”, “demasiado
tarde”.
Mi convivencia con estas sensibilidades sociales, a las que
pertenezco, me ha permitido diseccionar la condición narrativa de ese
posicionamiento reivindicativo. Estos son los elementos textuales del relato.
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El Cortijo del Fraile es valioso, por sus
aspectos etnográficos, paisajísticos, arquitectónicos, y por su simbolismo
lorquiano.
-
Estos valores están en riesgo por su deterioro
físico, material.
-
Es necesaria una intervención pública para
adquirirlo y arreglarlo.
-
Una vez recuperado arquitectónicamente, se
pueden desarrollar en él múltiples actividades, tanto públicas como privadas,
que tendrán asegurada su rentabilidad por el propio valor del icono.
-
Si esta secuencia no se produce es por la
incapacidad política, que prefiere la confrontación con el otro antes que enfrentarse a su
responsabilidad.
Y estos otros son los elementos implícitos, no menos
importantes.
-
El Cortijo
(por extensión, el patrimonio), tiene valor por sí mismo, que es apreciado por
especialistas, gentes de la cultura y/o con formación y sensibilidad
suficientes.
-
El deber
social de estos colectivos concienciados y sensibles es exigir y reivindicar
para que los decisores públicos se comprometan con las intervenciones
necesarias.
-
El que
estos decisores no vean la rentabilidad social y económica de esas
intervenciones habla de su falta de documentación y de su incapacidad.
-
Tenemos de
todo (apoyo social, capacidad intelectual y cultural para inspirar las
intervenciones, capacidad técnica para desarrollarlas, capacidad gerencial para
asegurar el éxito de la operación); solo nos falta el dinero, y no lo tenemos
porque los que tienen que tomar la decisión no están a la altura de las
circunstancias.
-
Nuestro
drama colectivo es que nuestros políticos no son capaces de responder al “clamor”
social, y son, definitivamente, el único obstáculo para la salvación del
Cortijo.
Cuando me acerqué desde una nueva perspectiva a la situación
del Cortijo, en el seno del Grupo de Trabajo de la Junta Rectora del Parque
Natural de Cabo de Gata-Níjar, empecé a sospechar que estas certezas, tan
instaladas como complacientes, eran parte del problema, y explicaban en gran
medida el estancamiento de la situación, su falta de perspectivas de
superación.
Así, comencé a trabajar con algunas hipótesis heterodoxas
(en mi línea). Las cosas que puse en duda:
-
Que hubiera una identificación clara de los
valores del cortijo y su entorno, y que hubiera acuerdo sobre esos valores.
-
Que hubiera tanto apoyo social como
implícitamente proponía el relato reivindicativo dominante.
-
Que el deterioro del cortijo fuera solamente
físico, y que, en consecuencia, las intervenciones deberían ser materiales y de
reconstrucción.
-
Que la adquisición fuera un paso ineludible y
previo.
-
Que cualquier actividad que se desarrollara en
el cortijo reconstruido sería exitosa y positiva, y que sabríamos gestionarla
con éxito.
-
Que la pelota estuviera exclusivamente en el
tejado de las Administraciones Públicas.
Como consecuencia de ese cuestionamiento, estuve en condiciones de proponer un relato alternativo, que considero pertinente, y que expongo brevemente, en la confianza de que pueda contribuir a remover certezas y a abrir espacios para un nuevo planteamiento de acción sobre el cortijo, y, de nuevo por extensión, sobre nuestro patrimonio.
1.- No tenemos suficientemente documentados todos los
elementos históricos, funcionales, artísticos y simbólicos del cortijo. Por eso
resultan tan expansivos los componentes míticos, como su vinculación lorquiana,
a mi entender muy interesante como elemento de posicionamiento y de marketing,
pero secundaria respecto a las cosas que este bien cultural puede contarnos.
2.- El deterioro físico del cortijo es una perfecta metáfora
del deterioro cultural de nuestra sociedad, de la dificultad para reencontrarse
con su memoria y con su identidad, lo que la lastra para enfrentar proyectos de
futuro y de modernidad. Ese déficit identitario dificulta la identificación e impulso
de proyectos colectivos, y nos condena a una estructura social dual,
desarraigada y extrañada; carente, precisamente, de oportunidades para un
reencuentro con su identidad.
3.- El auténtico valor de los elementos patrimoniales no
radica en los aspectos ponderados por los especialistas, sino en su capacidad
potencial para ofrecer articulación y cohesión social, y la oportunidad de
participar en proyectos colectivos de éxito.
4.- La intervención sobre el cortijo no debe resolverse
mediante proyectos y pliegos de condiciones para adjudicación de obra o
concesión de gestión de servicios.Tenemos demasiados equipamientos interpretativos cerrados. La intervención que se requiere es aquella,
en forma de proceso, en la que la sociedad pueda reencontrarse gozosamente con
este elemento de su patrimonio. Es una gestión de oportunidades culturales, de
agenda de actividades. Es una gestión a la que nunca nos hemos enfrentado, y hay dudas esenciales sobre su desarrollo,
impulso, liderazgo. Pero es el enfrentamiento a esas dudas, y su superación
práctica, la que nos permitirá madurar y asignar al patrimonio el auténtico
valor potencial que los especialistas reconocen, pero que la sociedad no acaba
de hacer suyo.
5.- Las intervenciones materiales, físicas, deben
desarrollarse gradualmente, y a medida que la agenda de participación social
vaya exigiéndolas.
6.- Las formas de gestión están completamente abiertas,
tanto para la disponibilidad del bien como para el desarrollo de la agenda
cultural. No suponen una condición “sine qua non”, ni son previas a la acción
sobre el Cortijo.
7.- Las formas de participación e impulso social de las
iniciativas también están expeditas. No hay ningún obstáculo para empezar a
trabajar en esta línea.
En definitiva, el obstáculo para trabajar de una forma
estratégica para que los valores de nuestro patrimonio nos fortalezcan como
sociedad está en nosotros mismos. Somos nosotros (todos) los responsables de
este espectáculo deprimente y penoso de incapacidad colectiva.
Y todo por la dificultad para entender un hecho
simple: no somos nosotros quienes debemos salvar al Cortijo del Fraile. Es el
Cortijo del Fraile (y por extensión, todo nuestro patrimonio) quien debe
salvarnos. Somos nosotros los que necesitamos una redención; es nuestro propio
deterioro el que está dificultando el enfrentamiento con nuestros retos. Y los
elementos del patrimonio son oportunidades para unirnos en torno a procesos
colectivos de apropiación y de vivencia, en torno a liderazgos colectivos, de
proyecto.