martes, 17 de marzo de 2015

La trilogía del Fraile (II)

Que el cortijo del Fraile nos salve

Desde mi enraizamiento en el sureste nijareño, allá por mis años de juventud, he tenido siempre al Cortijo del Fraile como uno de esos sitios magnéticos, cargados de significado: un icono. Como es la mirada la que hace al símbolo, la capacidad narrativa del icono ha ido evolucionando, en paralelo a su decrepitud física, a medida que mi mirada iba revisitándolo.

En estos tiempos, ya en edad provecta, se me ha brindado la oportunidad de participar en una reflexión colectiva sobre el Cortijo del Fraile, enriquecedora, y que me ha permitido madurar mi visión sobre este elemento destacado de nuestro patrimonio, y, por extensión, sobre el papel que debe cumplir el patrimonio en una sociedad como la nuestra.

En el verano de 2004 elaboré un calendario sobre el Cortijo, en el que analizaba su fuerza simbólica, y concluía que era, sobre todo, el símbolo de la incapacidad institucional de una sociedad. Quiero retomar ahora ese hilo argumental.

En las últimas décadas, ha cristalizado una actitud reivindicativa por parte de sectores sociales, especialmente concienciados y sensibles con el valor de este elemento patrimonial. Los medios de comunicación se han hecho eco de esas reivindicaciones, y esto ha generado una conciencia social difusa de alineamiento con esta reivindicación: salvemos el Cortijo del Fraile.

Cuando el Cortijo sale en cualquier conversación, es inevitable que aparezcan los términos “pena”, “cae”, “de quien es la culpa”, “demasiado tarde”.

Mi convivencia con estas sensibilidades sociales, a las que pertenezco, me ha permitido diseccionar la condición narrativa de ese posicionamiento reivindicativo. Estos son los elementos textuales del relato.

-          El Cortijo del Fraile es valioso, por sus aspectos etnográficos, paisajísticos, arquitectónicos, y por su simbolismo lorquiano.
-          Estos valores están en riesgo por su deterioro físico, material.
-          Es necesaria una intervención pública para adquirirlo y arreglarlo.
-          Una vez recuperado arquitectónicamente, se pueden desarrollar en él múltiples actividades, tanto públicas como privadas, que tendrán asegurada su rentabilidad por el propio valor del icono.
-          Si esta secuencia no se produce es por la incapacidad política, que prefiere la confrontación con el otro antes que enfrentarse a su responsabilidad.

Y estos otros son los elementos implícitos, no menos importantes.

-          El Cortijo (por extensión, el patrimonio), tiene valor por sí mismo, que es apreciado por especialistas, gentes de la cultura y/o con formación y sensibilidad suficientes.
-          El deber social de estos colectivos concienciados y sensibles es exigir y reivindicar para que los decisores públicos se comprometan con las intervenciones necesarias.
-          El que estos decisores no vean la rentabilidad social y económica de esas intervenciones habla de su falta de documentación y de su incapacidad.
-          Tenemos de todo (apoyo social, capacidad intelectual y cultural para inspirar las intervenciones, capacidad técnica para desarrollarlas, capacidad gerencial para asegurar el éxito de la operación); solo nos falta el dinero, y no lo tenemos porque los que tienen que tomar la decisión no están a la altura de las circunstancias.
-          Nuestro drama colectivo es que nuestros políticos no son capaces de responder al “clamor” social, y son, definitivamente, el único obstáculo para la salvación del Cortijo.

Cuando me acerqué desde una nueva perspectiva a la situación del Cortijo, en el seno del Grupo de Trabajo de la Junta Rectora del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar, empecé a sospechar que estas certezas, tan instaladas como complacientes, eran parte del problema, y explicaban en gran medida el estancamiento de la situación, su falta de perspectivas de superación.

Así, comencé a trabajar con algunas hipótesis heterodoxas (en mi línea). Las cosas que puse en duda:

-          Que hubiera una identificación clara de los valores del cortijo y su entorno, y que hubiera acuerdo sobre esos valores.
-          Que hubiera tanto apoyo social como implícitamente proponía el relato reivindicativo dominante.
-          Que el deterioro del cortijo fuera solamente físico, y que, en consecuencia, las intervenciones deberían ser materiales y de reconstrucción.
-          Que la adquisición fuera un paso ineludible y previo.
-          Que cualquier actividad que se desarrollara en el cortijo reconstruido sería exitosa y positiva, y que sabríamos gestionarla con éxito.
-          Que la pelota estuviera exclusivamente en el tejado de las Administraciones Públicas.

Como consecuencia de ese cuestionamiento, estuve en condiciones de proponer un relato alternativo, que considero pertinente, y que expongo brevemente, en la confianza de que pueda contribuir a remover certezas y a abrir espacios para un nuevo planteamiento de acción sobre el cortijo, y, de nuevo por extensión, sobre nuestro patrimonio.

1.- No tenemos suficientemente documentados todos los elementos históricos, funcionales, artísticos y simbólicos del cortijo. Por eso resultan tan expansivos los componentes míticos, como su vinculación lorquiana, a mi entender muy interesante como elemento de posicionamiento y de marketing, pero secundaria respecto a las cosas que este bien cultural puede contarnos.
2.- El deterioro físico del cortijo es una perfecta metáfora del deterioro cultural de nuestra sociedad, de la dificultad para reencontrarse con su memoria y con su identidad, lo que la lastra para enfrentar proyectos de futuro y de modernidad. Ese déficit identitario dificulta la identificación e impulso de proyectos colectivos, y nos condena a una estructura social dual, desarraigada y extrañada; carente, precisamente, de oportunidades para un reencuentro con su identidad.
3.- El auténtico valor de los elementos patrimoniales no radica en los aspectos ponderados por los especialistas, sino en su capacidad potencial para ofrecer articulación y cohesión social, y la oportunidad de participar en proyectos colectivos de éxito.
4.- La intervención sobre el cortijo no debe resolverse mediante proyectos y pliegos de condiciones para adjudicación de obra o concesión de gestión de servicios.Tenemos demasiados equipamientos interpretativos cerrados. La intervención que se requiere es aquella, en forma de proceso, en la que la sociedad pueda reencontrarse gozosamente con este elemento de su patrimonio. Es una gestión de oportunidades culturales, de agenda de actividades. Es una gestión a la que nunca nos hemos enfrentado, y hay dudas esenciales sobre su desarrollo, impulso, liderazgo. Pero es el enfrentamiento a esas dudas, y su superación práctica, la que nos permitirá madurar y asignar al patrimonio el auténtico valor potencial que los especialistas reconocen, pero que la sociedad no acaba de hacer suyo.
5.- Las intervenciones materiales, físicas, deben desarrollarse gradualmente, y a medida que la agenda de participación social vaya exigiéndolas.
6.- Las formas de gestión están completamente abiertas, tanto para la disponibilidad del bien como para el desarrollo de la agenda cultural. No suponen una condición “sine qua non”, ni son previas a la acción sobre el Cortijo.
7.- Las formas de participación e impulso social de las iniciativas también están expeditas. No hay ningún obstáculo para empezar a trabajar en esta línea.

En definitiva, el obstáculo para trabajar de una forma estratégica para que los valores de nuestro patrimonio nos fortalezcan como sociedad está en nosotros mismos. Somos nosotros (todos) los responsables de este espectáculo deprimente y penoso de incapacidad colectiva.

Y todo por la dificultad para entender un hecho simple: no somos nosotros quienes debemos salvar al Cortijo del Fraile. Es el Cortijo del Fraile (y por extensión, todo nuestro patrimonio) quien debe salvarnos. Somos nosotros los que necesitamos una redención; es nuestro propio deterioro el que está dificultando el enfrentamiento con nuestros retos. Y los elementos del patrimonio son oportunidades para unirnos en torno a procesos colectivos de apropiación y de vivencia, en torno a liderazgos colectivos, de proyecto.