domingo, 11 de diciembre de 2022

 


LOS “PIRATAS” DE LA COSTA

Aproximación a un mito

Dos cosas permanecen estables en la costa de Níjar desde el principio de los tiempos: la baja densidad de población y su situación respecto al norte de África. Ambos factores tienen una gran influencia en el devenir histórico de esta esquina, y, en consecuencia, contribuyen a explicarlo.

De un tiempo a esta parte, en el relato de la identidad de este sitio vienen apareciendo unos supuestos piratas, que se están convirtiendo así en protagonistas de una historia paralela a la real.

Convencido como estoy de que nunca ha habido más piratas en la costa de Níjar que en la actualidad, me propongo en estas líneas aportar información, documentación y también puntos de vista sobre una historia real, mucho más fascinante, a mi parecer, que los delirios con los que se está construyendo el relato de nuestra identidad contemporánea.

No pretendo aquí cambiar la cosmovisión de nadie: la figura romántica, literaria y cinematográfica del pirata tiene un simbolismo complejo, pero encaja bien con una tierra donde la presencia del orden y la ley siempre ha sido tenue. Esta tierra fronteriza sin territorio es un buen escenario para cosmovisiones alternativas y para ensoñaciones libertarias y antisistema, que me parecen tan respetables como cercanas. Pero preferiría que estas cosmovisiones fueran producto de una decisión libre, y no una manifestación de pura desorientación.

Es conveniente anotar que esa desorientación no es solo fruto de una falta de documentación. Contrastados investigadores y auténticos conocedores, al sucumbir a una especie de tentación comunicativa, han contribuido significativamente a los orígenes y afianzamiento del mito pirático. Es preciso destacar en ese capítulo al padre Tapia, archivero que fue de la catedral de Almería y prolífico autor que contribuyó a rellenar el vacío historiográfico que sufría Almería a finales de la década de los'70 del XX. Me siento en deuda con él, por lo mucho que disfruté de su “Almería piedra a piedra” y su monumental “Historia General de Almería y Provincia”, en los ya remotos tiempos en los que me adentraba en la pasión por el conocimiento de mi tierra. José Ángel Tapia Garrido publicó en 1972 en la Revista de Historia Militar (núm. 32, pgs 73-103) un artículo titulado: “La costa de los piratas”. Aunque en el texto del artículo la cosa aparece mucho más contrastada, en la elección del título queda patente la querencia del autor por categorías que nos parecen tan actuales como el “impacto”, o cómo captar la atención del lector.


Este escrito se organiza en dos bloques. En el primero, haré un repaso por los acontecimientos históricos de los que se nutre el relato pirático. En la segunda, analizaré los principales hitos de la presencia de la simbología pirática en la construcción de la identidad contemporánea de la costa de Níjar.

A. QUÉ NOS CUENTA LA HISTORIA

1. El corso turco-berberisco

El primer antecedente que encontramos de actividades que podrían encajar en la categoría de “piratería” se remonta al siglo XII. Tras el desmembramiento del califato de Córdoba, la taifa o reino de Almería, que había sido base naval de la flota califal, se encuentra con un gran número de embarcaciones y tripulaciones desconectadas de los motivos históricos por los que se habían constituido. Al parecer, o al menos eso nos cuenta el Poema de Almería (parte final de la Chronica Adefonsis Emperatoris), los marinos almerienses se dedicaron a interferir en las rutas comerciales impulsadas por catalanes, genoveses y pisanos. Su alianza con la corona de Castilla, en época de cruzadas, provoca la toma de la ciudad de Almería a los almorávides en 1147. Los almohades la recuperan en 1157. La finalidad de debilitar esa base naval se había cumplido.

Pero fue el final del proceso conocido como “Reconquista” el que sentó las bases geopolíticas de un escenario de guerra difusa que se extiende desde el XVI hasta finales del XVIII, en el que cabe entender el origen del mito pirático. Almería, y muy especialmente la zona litoral de la sierra de Cabo de Gata, se convierten en “frontera de moros”.

Es en el contexto de guerra difusa entre las coronas hispánicas y el imperio otomano, que había extendido su influencia en el Magreb, en el que hay que entender las hostilidades de todo tipo que se desarrollan entre ambas orillas. Es también ese contexto el que nos permite proponer aquí que las incursiones, razzias y secuestros, tan frecuentes en la época, encajarían con mayor rigor en la categoría de corso, y no en la de piratería. La piratería es una actividad delictiva llevada a cabo por la iniciativa individual de los criminales, y perseguible en cualquier contexto jurídico nacional. El corso es una actividad hostil, alentada o impulsada por una autoridad legítima en un escenario bélico.

   
Dos aspectos pueden contribuir a esclarecer las claves de esta época tumultuosa.

El primero es que a la narración de los piratas norteafricanos que hostigan nuestras costas, se puede contraponer el hecho de que, con frecuencia, los supuestos piratas eran moriscos almerienses recien expulsados (tras la conquista del reino de Granada, tras el fin de la guerra de las Alpujarras, o tras el decreto de expulsión definitiva de 1609), mientras que quienes defendían nuestras costas eran los castellanos recien aterrizados, con evidentes dificultades para controlar una costa tan escarpada como poco poblada y conocida.

El segundo aspecto es que durante ese dilatado periodo de confrontación geopolítica entre las dos orillas, la convivencia tuvo tanto espacio como el conflicto. Los habitantes y navegantes de este sector del Mediterráneo Occidental a menudo cooperaban, comerciaban y convivían. Una lengua transaccional, la lingua franca, una especie de esperanto regional, compuesto por voces castellanas, catalanas, italianas y bereberes, facilitaba los contactos. El continuo canje de cautivos entre las dos orillas permitió el florecimiento de algunos oficios de frontera, como el de los alfaqueques, especializados en la negociación para la liberación de cautivos, mediante el intercambio o el pago de distintas cantidades.

2. Unos alumbres penalizados por la inseguridad (y por la competencia)

En 1509, la reina Juana (la loca) firmó la concesión para la explotación de los alumbres de Rodalquilar (y los del resto del Obispado de Almería) a favor de Francisco de Vargas y Medina, a la sazón Tesorero Mayor de Castilla. Vargas, consciente de la exposición al “enfrente” africano y del riesgo de la explotación de un producto codiciado en la época en lugar tan aislado, creó un poblado fortificado, conocido como Los Alumbres de Rodalquilar, primer núcleo de población de entidad en este valle. 



Para su mejor defensa, construyó también la Torre de los Alumbres, una magnífica fortificación de cantería con una cerca cuadrilobulada, muy del gusto renacentista de la época. Hoy se encuentra en un penoso estado de abandono y deterioro, pero sigue siendo el único resto emergente de lo que fué aquel poblado-factoría, que está pidiendo a gritos una recuperación histórica. Dicha recuperación vendrá, con toda probabilidad, del trabajo de comprometidos investigadores como Francisco Hernández Ortiz, Antonio Muñoz Buendía o Antonio Gil Albarracín, que se ocupan con acierto de esta época y actividad.


El caso es que, a pesar de la fortificación del poblado, la actividad de la factoría de alumbre se vió interrumpida por un ataque norteafricano en 1520. No se retomará la actividad hasta 1565. Por lo que sabemos del contexto competitivo entre los tenedores de derechos concesionales sobre el alumbre, no sería descartable, siquiera como hipótesis, que el ataque berberisco de 1520 estuviera de alguna manera alentado por la competencia.

3. El “moro” de la Isleta

Desde mi más temprana juventud, estoy enamorado de la Isleta (y quién no, pensarán los innumerables devotos de tan maravilloso lugar). Mi instinto de geógrafo me ha hecho preguntarme por el origen del nombre de los sitios, y muy especialmente, de los sitios a los que quiero. ¿Quién era ese “moro” al que se refiere el nombre de la localidad? ¿Era Mohamed Arraez, tal como aparece en algunas cartografías y en la rotulación de alguna calle en el pueblo?. Un “arráez” es un capitán de almadraba (o de algunas embarcaciones), y en esta zona se ancla un arte de pesca similar a la almadraba, conocido como “moruna”, que sirve para capturar distintas especies, entre las que destaca la lecha, una especie a la que se podría considerar la reina de la gastronomía local. Esas eran las coordenadas de una certeza siempre provisional, hasta que tuve ocasión de leer un estupendo artículo de Francisco Velasco Hernández, titulado “La razzia del corsario Morato Arráez en la costa murciana en agosto de 1602”, publicado en el número 125 de la revista “MVRGETANA” en 2011, págs. 83-102. En dicho artículo, el especialista en Historia Moderna aporta unas muy interesantes y documentadas informaciones sobre el personaje (Murat Reis, castellanizado como Morato Arráez) en su expedición de 1602, y deja claro que su actividad como corsario obedecía a las instrucciones de las autoridades argelinas, y a su deseo de “tomar lengua” (obtener información) de los movimientos de la flota española.


En el artículo queda constancia, además, de la frecuencia con la que Murat Reis aparecía en su tramo de costa favorito, el que va desde el cabo de Gata al de la Nao, entre 1584 y 1605. Ese Morato Arráez podría ser, cabalmente, el moro de la Isleta. La sospecha acabó alcanzando la categoría de hipótesis bien fundada a través de otras fuentes. En las relaciones que redacta el Marqués de Valdecañas en 1739 para sugerir emplazamientos para la ubicación de las baterías costeras, señala que la de Escullos podría situarse también en el “islote grande de Amurate Arráez” (citado en el monumental volumen recopilado por Antonio Gil Albarracín “Documentos sobre la defensa de la costa del Reino de Granada (1497-1857)”, publicado en 2004. Pg. 282). 

En el mapa de Joseph Espelius, de 1759, que ilustra la provincia de Marina de Almería (Biblioteca Nacional-M. XLII/36) puede leerse, entre los topónimos costeros “Ysleta de Moratarraez”. Seguramente hemos dado con el “moro” de la Isleta: un corsario.

4. Unas baterías costeras que nacieron (o se renovaron) tardíamente

Durante el año 1984, tuve ocasión de procurar una primera ordenación del archivo histórico municipal de Níjar, que se encontraba en un estado calamitoso. Durante esas labores, encontré, y estudié en profundidad, un ejemplar del “Reglamento que su Magestad manda observar a las diferentes clases destinadas a el servicio de la Costa del Reyno de Granada (1764)”. Recuerdo perfectamente cómo llamó mi atención el preámbulo de dicho Reglamento, que comenzaba “EL REY. Informado de los repetidos insultos que padece la Costa del Reyno de Granada, por las frequentes correrías de los Corsarios, y de lo que dificulta el Comercio interior, y exterior el recelo de los que se emplean tanto en las Embarcaciones menores, como en el cultivo de los campos...”. El extraordinario placer que me produjo la detenida lectura de dicho documento está hoy al alcance de todos por la publicación del facsímil del mismo en la obra citada de Gil Albarracín (“Documentos sobre la defensa...). 




Gracias al minucioso trabajo del historiador, en dicha publicación se da acceso a la copiosa documentación que se generó a lo largo de tres siglos y medio de afán defensivo de nuestra costa y de la de todo el reino de Granada. Para la puesta en práctica de lo que se regulaba en el Reglamento, se aprobó un Plan General de Obras, que incluía la renovación de fortificaciones que llevaban siglos en funcionamiento (San José, San Francisco o San Pedro), así como la construcción de otras nuevas (San Felipe en Escullos o San Ramón en Rodalquilar). Esta última batería, también llamada de Santiago, acabó de construirse en 1768. La de Escullos, en 1774. La rehabilitación de la de San José concluyó en 1769, mientras que la de San Pedro lo hizo en 1773. Por azares de la historia, en 1775 se firmó en Argel un tratado de paz que acababa con casi tres siglos de inestabilidad y de hostilidades entre las dos orillas: la construcción de las nuevas defensas costeras y la adaptación de las existentes con anterioridad, habían sido en vano. Pero encontramos la prueba más concluyente de que lo que sufrimos en nuestras costas y mar era corso, y no piratería: las hostilidades cesaron con la paz de Argel.

A principios del s. XIX diferentes informes dan cuenta del estado de abandono y deterioro de las fortificaciones. El siglo antepasado iba a conocer otras pintorescas actividades náutico-comerciales, como las del contrabando de tabaco y otras mercancías desde Gibraltar. Pero esa es otra historia.


B. LOS “PIRATAS” CONTEMPORÁNEOS


1. El desembarco pirata

Desde hace unos años se celebra en la localidad de San José un evento conocido como “desembarco pirata”. Respecto a dicha celebración tengo una actitud dual y, por qué no reconocerlo, un poco contradictoria. Por una parte, cuenta con toda mi simpatía y mi agrado, al ver cómo una sociedad en construcción genera sus propios rituales, que están llamados a ser un potente elemento de cohesión. Por otra, lamento que la falta de documentación generalizada quede reflejada también en este evento, que, de una manera inadvertida, contribuye a cimentar una visión poco contrastada de la historia, con fuertes componentes maniqueos y supremacistas. Una visión especialmente desafortunada es unos momentos en que la asimetría en el desarrollo económico y social entre las dos orillas genera unos flujos migratorios que constituyen un trasunto trágico del espíritu lúdico de la celebración.


2. El bar de Jo

Seguramente quien más ha contribuido al auge de la simbología pirática en las últimas décadas ha sido el establecimiento conocido como “bar de Jo”, un atractivo e insólito recinto junto a la rambla de Escullos que acabó convirtiéndose en un referente de la vida nocturna de este espacio geográfico. Actualmente está cerrado, como consecuencia de que la ética pirata (si es que la expresión es posible) no inspiraba solo la escenografía y filosofía del sitio, sino también su relación con las Administraciones Públicas. El añorado bar de Jo era un lugar especial, donde podía escenificarse una actitud ante la vida que conectaba con el espíritu de una zona singular y fronteriza, y que había contado con unos estupendos antecedentes, como El Chamán, El Pez Rojo o la Haima de Escullos, con quien convivió durante bastantes años. Ese espíritu alternativo, común a los pioneros del renacimiento de este espacio, quedaba aquí subrayado por la simbología pirata del logo del establecimiento, presente como pegatina en un montón de vehículos, entre los que se cuenta el mio. No creo necesario insistir aquí sobre mi aprecio por este lugar, que, sin embargo, asistió -como todos los “dolientes”- al proceso de enajenación y desbordamiento que viene sufriendo esta costa en las últimas décadas y del que, a última hora, se constituyó en uno de sus exponentes.


3. El “pirata del Caribe” del Plan Turístico de Níjar

Llevo bastantes años dedicándome a la planificación turística, con un enfoque que se orienta a la clarificación del significado del paisaje y la historia territorial de cada zona. En mis distintas aportaciones, he intentado compaginar un acercamiento amable y atractivo a esos significados con el rigor de una buena documentación de partida. He podido constatar que no es una actitud muy frecuente en el ecosistema de la consultoría turística, que aparece dominado por un sedicente pragmatismo, que acaba atendiendo a las demandas de los agentes económicos y no a las necesidades de los territorios y sus habitantes. Así, no es extraño asistir a diferentes delirios mercadotécnicos, y al ofrecimiento a los visitantes de escenas, experiencias de vida y relatos basados en la pura fabulación. En torno a 2008 y 2009, el Ayuntamiento de Níjar y la Junta de Andalucía impulsaron la elaboración de un Plan Turístico de Níjar, una de cuyas propuestas temáticas era la sugerencia de una “Ruta de los Piratas”. En apoyo de esa propuesta temática, se instaló a la entrada de Escullos una silueta metálica que componía la imagen de un pirata. Inevitablemente, esa imagen contenía todos los tópicos semióticos hollywoodienses de un “pirata del Caribe”: un guacamayo o loro al hombro, la pata de palo, el garfio en el muñón de la mano... Junto a la silueta, una de las “lápidas” del Plan Turístico justificaba el concepto de la Ruta de los Piratas. Por primera vez, el delirio pirático aparecía impulsado por las Administraciones Públicas. Una vez más, las hipotéticas necesidades del turismo amparaban un relato falso, precisamente en un territorio del que supuestamente valoramos su identidad y su singularidad, y que nos ofrece cosas mucho más interesantes que los banales elementos con los que todas las zonas turísticas acaban pareciéndose.


4. Chicote y la narratividad lisérgica

Hace unas semanas se estrenó en televisión la serie “Fuera del mapa”. La serie, siguiendo el formato franquiciado, consiste en una serie de entrevistas entre Alberto Chicote, conductor del programa, y unos invitados, con cada uno de los cuales recorre distintos sitios, elegidos por su interés, singularidad y personalidad. No podía faltar uno dedicado a Cabo de Gata, que se emitió no hace mucho, con Raquel Sánchez Silva como invitada. 


Quien lo haya visto, habrá reparado en un extraño tratamiento del color, mediante unos filtros que acercan la experiencia de visionado a un viaje alucinógeno o lisérgico. El episodio adoptó el título “La ruta de los piratas”, título no menos estupefaciente que el tratamiento del color, y posiblemente influido por la propuesta del Plan Turístico de Níjar, del que ya hemos hablado. Se podrá argumentar que el programa no pretende describir sitios, sino enmarcar entrevistas, y que mis reparos son consecuencia de mi hipersensibilidad como geógrafo. No tendría ninguna objeción al argumento, si no fuera porque la productora del programa se puso en contacto conmigo para que les asesorara sobre rutas, contenidos o datos geográficos o históricos que les facilitara la elaboración del guión del episodio. Finalmente, después de varios cambios de orientación (al principio se trataba de deambular entre cortijos), el programa adoptó mi propuesta de ruta entre los castillos de San Felipe y San Ramón (los dos castillos “nuevos” del Reglamento de Carlos III), según un planteamiento temático que sugerí, y que quedó completamente postergado por el ya sabido título de “la ruta de los piratas”. 

Por lo menos, tuvieron el buen criterio de no incluirme en los créditos del programa, lo que hubiera resultado muy enojoso, si atendemos a la deriva final del guión. Seguramente, lo más acertado del programa sea el título. Ese “Fuera del mapa”, que podemos aquí entender como “fuera del territorio y de su historia”; en este caso, no se puede decir que sea consecuencia de la falta de documentación, sino de una cierta preferencia por la narrativa lisérgica.

Conclusiones

Este acercamiento a la creación, liviandad y vigencia del mito pirático, me permite compartir con mi exigua legión de fieles lectores algunas conclusiones.

Los sitios existen con independencia de nuestra vida en ellos. Existieron antes de que pudiéramos mirarlos y vivirlos, y nos sucederán. Mi disciplina, la geografía, se organiza en torno a esa evidencia. Pero también le cabe a mi disciplina entender los procesos de connotación cultural que proyectamos sobre los sitios. Estos se construyen con memoria, con emotividad, de manera que cada uno puede recrear el sitio en atención a sus experiencias en él. Otra cosa son los acuerdos colectivos que debamos adoptar para su buen gobierno.

Cuando los romanos identificaron y describieron el “genius loci”, se referían simultáneamente a esta doble dimensión del habitar en los sitios: los condicionantes, tanto positivos como negativos que los sitios nos ofrecen, y nuestra posibilidad de llenarlos de alma, de vida, a partir de un ejercicio reiterado de asignación simbólica y cultural.

Las culturas orientales, de las que el feng shui (viento y agua) es un claro exponente, aprecian la existencia de momentos o fases distintas de la energía, simbolizadas en cinco elementos (fuego, tierra, metal, agua y madera), que interactúan en diferentes ciclos, generando diversas condiciones para el correcto y benéfico funcionamiento de los espacios (en especial los domésticos).

En definitiva, los sitios contienen una personalidad que es consecuencia de sus condiciones físicas, del acumulado histórico de huellas de habitación, y de la connotación simbólica por la que asignamos significados a cada lugar.

Los Campos de Níjar no serían lo mismo sin Goytisolo. Rodalquilar no sería el mismo sin Carmen de Burgos; tampoco sin su historia minera. Pero alguien que acceda por primera vez a la Costa de Níjar puede establecer un fuerte vínculo emocional con sus lugares sin haber leído las obras de estos autores ni conocer nada de su historia. De hecho, esto ocurre. En muchas ocasiones, ese desconocimiento es una condición para una vivencia plena del encantamiento.

A todos nos gustaría haber descubierto este sitio. Algunos incluso se lo creen. Es frecuente asistir a distintas “competiciones” en las que se dirime quien fue el primero en descubrir este sitio, quien llegó antes. Porque la Costa de Níjar, el Cabo de Gata, es fascinante, poliédrico, riquísimo, y permite todo tipo de ensoñaciones. Mueve a la pasión, y en ella el componente de posesión es muy importante.

Los que nos dedicamos al conocimiento del territorio estamos en condiciones de afirmar que este ejercicio de libertad creativa respecto a la conciencia del sitio de vida, necesario y muy respetable, debe reconocer, no obstante, la existencia del “genius loci”, y, en consecuencia, intervenir en él desde el respeto.

Y ese respeto, que es una condición necesaria para el acuerdo colectivo sobre sus valores y cómo interpretarlos, sí que necesita algo de documentación. De lo contrario, la acción cultural sobre el territorio, lejos de servir como elemento de cohesión, se convierte en una desordenada feria de vanidades que puede tener algo de gracia para una vivencia vacacional, pero ninguna utilidad para construir un espacio de vida digno de los valores que el sitio contiene.

La gran dificultad para lograr este objetivo, la construcción de un espacio de vida digno y coherente con los valores de este territorio, que nadie debería cuestionar al menos en su formulación general, proviene de la debilidad demográfica , de la vulnerabilidad de la identidad local, de los procesos de desbordamiento y sustitución sociológicos de las últimas décadas, y de la creciente orientación a los distintos negocios “turísticos”.


Habrá que recordar las palabras de Marco Polo a Kublai Khan, según las imaginó Italo Calvino: en medio del infierno de los hombres, hay que buscar aquello y a quienes no son infierno, para protegerlos y darles un espacio que les permita sobrevivir.

A la búsqueda de ese espacio se dedica este artículo.