viernes, 18 de agosto de 2017

Cortijo de la Unión. Patrimonio, memoria y olvido

Nos encontramos en plena conmemoración del 150 aniversario del nacimiento de Carmen de Burgos Seguí “Colombine”. Hace unos días, la Diputación Provincial, por medio de su responsable de Cultura, anunciaba en prensa una amplia programación para dar contenido a esa conmemoración. El Ayuntamiento de Níjar ha declarado 2017 como “Año de Carmen de Burgos”, atendiendo al especial enraizamiento nijareño de la autora almeriense, y también despliega distintas actividades en relación con esta efeméride.

No es difícil encontrar el nombre de Carmen de Burgos designando diferentes equipamientos públicos o en el callejero de nuestras ciudades y pueblos (el Paseo Marítimo de la ciudad de Almería lleva su nombre). 

Se producen reediciones de parte de su ingente obra, tanto por iniciativa pública como por meritorias editoriales privadas. 

Todo esto nos llevaría a pensar que hay una efectiva recuperación de su figura (vida y obra) y una reparación del ostracismo al que la condenaron los que no pueden entender que la diversidad de nuestro país es una de sus principales riquezas.

Lo cierto es que hemos convertido la memoria de Carmen de Burgos en una colección de estampas, de las que elegimos aquellas que encajan mejor con nuestras preferencias. Los tiempos que corren, presididos por la egolatría, la vanidad y el narcisismo, apuntalan esta tendencia. 

Cualquier cosa, menos recordar el tremendo sufrimiento por el que pasó, el valor que demostró sobreponiéndose a las adversidades, la presión social que sufrió en su ciudad natal, que desembocó en un exilio autoimpuesto, pero provocado. Todo sirve, menos recordar que su sensibilidad ante las injusticias y el profundo amor a su tierra la convierten en un auténtico referente moral, en un momento en el que es especialmente necesario contar con esos referentes para enfrentarnos a nuestros múltiples problemas como almerienses. ¿Cuáles serían los motivos de preocupación de Carmen de Burgos en la Almería actual? 

La voz de Carmen de Burgos forma parte del coro secular de visionarios, heterodoxos y rebeldes, con frecuencia marginados y olvidados, que han luchado con desigual fortuna por una modernización de España construida desde su propia identidad. Se diferencian de los modernizadores ortodoxos en que estos últimos preferían imitar o importar procesos e instituciones que habrían revelado su utilidad en otros países.

Todas estas reflexiones me asaltan en medio de la catarsis que me he impuesto como “celebración” personal del aniversario de Carmen de Burgos, que consiste en una nueva mirada sobre la vida y la obra de nuestra autora, más allá de las certezas repetidas y cortapegadas mil y una veces.
En esas tribulaciones andaba cuando, atendiendo a una petición de mi querido Antonio Sevillano, me dirigí al Cortijo de la Unión para facilitarle alguna imagen de esta finca, epicentro de la memoria infantil de nuestra autora, y presente en gran parte de los relatos que Colombine sitúa en el valle de Rodalquilar (Los inadaptados, El último contrabandista, El tesoro del castillo…). 

Deambulando entre las ruinas de lo que fue unos de los principales cortijos históricos del Valle de Rodalquilar, una serie de ideas, nuevas y antiguas, comparecieron, adquiriendo un cierto orden narrativo que me propongo compartir con mis animosos lectores.

El deterioro físico de los elementos materiales que soportan nuestra memoria es correlativo con el deterioro moral y la desorientación de la sociedad que los ha heredado (la nuestra).
En nuestra extraña sociedad, la reivindicación de cualquier elemento como patrimonio va orientada a su “elevación” a objeto administrativo, de la que, como sabemos, no se deriva mejora alguna de su condición real: un recurso patrimonial es aquel que contiene significados útiles para el reencuentro de la sociedad con sus antecedentes, con una explicación de lo que somos. Si no se produce ese reencuentro del significado con la conciencia de ser, ningún elemento formará parte del patrimonio, por muchas inscripciones o declaraciones que se sucedan.
El olvido del cortijo de la Unión, y sus múltiples significados; su no comparecencia entre los iconos de la reivindicación patrimonial por parte de instituciones y asociaciones, hablan muy elocuentemente del empobrecimiento de nuestra conciencia de ser. 

Es inevitable estremecerse ante la desigual atención dedicada al cortijo del Fraile y al cortijo de la Unión, tanto por parte de las Administraciones Públicas como por parte de los colectivos que lideran la reivindicación patrimonial. Al cortijo, al valle que lo alberga y a la propia memoria de Carmen de Burgos les pasa lo mismo: frecuentemente transitados, profundamente olvidados.

Carmen de Burgos ha sufrido muy diferentes ostracismos: en vida, el de su propia sociedad vernácula; durante el franquismo, mediante un intento de aniquilación de su memoria y obra; superado el franquismo, por la indiferencia cultural de una gran parte de la sociedad; en la actualidad, por la oquedad conmemorativa y la conversión de la autora en una colección de imágenes (estampas) de consumo rápido, que sustituyen a la profunda reflexión moral que Colombine nos proponía y nos propone.