martes, 24 de junio de 2025

Sobre la enigmática figura del Conde de Rodalquilar

 

En estos días, todos hemos sido sorprendidos por los primeros otorgamientos de títulos de nobleza por parte del actual monarca, que han recaído en Luz Casal (Marquesa de Luz y Paz) y en Rafa Nadal (marqués de Llevant de Mallorca), y supongo que a todos nos ha sugerido una reflexión sobre la vigencia de los títulos nobiliarios. Sería muy aventurado suponer que también nos ha hecho pensar a todos en cómo nos gustaría que se llamara un hipotético título nobiliario que nos otorgaran (hipótesis muy remota en mi caso, si consideramos que se necesita un alto nivel de excelencia y notoriedad para ser acreedor de semejante distinción).

Comprendo perfectamente a quienes piensan que esto es una auténtica pamplina, urgidos como estamos por asuntos mucho más perentorios y acuciantes. También a quienes consideran que es un tema extemporáneo y retrógrado; incluso a quienes reparan en que esta ilusión romántica Ancient Régime puede esconder un intento de menoscabo de una nueva ética cívica democrática, tan necesaria para una armoniosa convivencia.

Pero estaréis de acuerdo conmigo en que en la actual situación de encanallamiento y confrontación social, tan estéril como carente de nivel, no está mal pensar en la necesidad de promover perfiles referenciales o ejemplares, haciendo ver que el compromiso con la excelencia y los valores debe tener recompensa.

En fin, el tema será polémico, con toda probabilidad, y sería deseable que esa polémica transcurriera por caminos acertados y fértiles, ofreciendo así a la sociedad un marco documentado para la formación de la opinión pública.

Este dilatado preámbulo debería servir para acercarnos al tema que me ha preocupado hoy: la enigmática figura del Conde de Rodalquilar.

¿Qué sabemos de ese supuesto Conde de Rodalquilar?

Lo que sabemos del personaje es que el tal Conde de Rodalquilar aparece como traductor y prologuista (firma el prólogo como “C. de Rodalquilar”) de la edición en castellano (1869, Librería de Alfonso Durán. Madrid) de la obra “Fisiología del gusto ó meditaciones de gastronomia trascendental”, que en la edición aparece acompañada del subtítulo “Obra teórica, histórica y á la orden del día. Dedicada a los gastrónomos parisienses”, del autor Jean Anthelme Brillat-Savarin, cuya primera edición data de 1825, cuando ya estaba próxima su muerte (1826).



Aquí os dejo un enlace a la obra, por si tenéis curiosidad.

https://sirio.ua.es/libros/BEducacion/fisiologia_gusto/index.htm

En el registro de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, el Conde de Rodalquilar aparece con una única obra, a la que acabamos de referirnos.

La obra se mantuvo durante siglo y medio como referente de la “alta cocina” francesa. Con el mismo título elBulliBooks publicó una obra firmada por Luis y Alexis Racionero, inspirada en las conversaciones entre Ferrá Adriá y Luis Racionero, uno de nuestros urbanistas de referencia, con proclividad hacia la buena mesa e inclinación al modelo francés. En esas conversaciones subyace una reflexión acerca de que en torno a 1970, el paradigma de la Haute cuisine había empezado a ceder ante el empuje de nuevas gastronomías regionales, entre las que la española ocupaba un lugar destacado. La sentida desaparición de Luis Racionero, antes de finalizar la obra, motivó la entrada ”al quite” de su hijo Alexis, historiador del arte, que entendió que merecía la pena el esfuerzo necesario para que el contenido de las conversaciones antes citadas viera la luz, esfuerzo que no podemos sino agradecer.

Tras estas referencias para gastronómos, hedonistas y golosos, sigamos con nuestro personaje.

Una consulta al registro nobiliario español, nos permite constatar que este título nobiliario no ha existido nunca, por lo que resulta evidente que nuestro traductor adoptó un seudónimo surgido de su propia imaginación.

Hicimos a la IA del buscador Google la pregunta: ¿Quién era el Conde de Rodalquilar?. Y este es el resultado de la consulta:

El título de Conde de Rodalquilar no está asociado a ninguna figura histórica o nobleza reconocida. Rodalquilar es un pueblo en Almería, España, conocido por sus minas de oro. La explotación minera de Rodalquilar ha tenido diferentes etapas y actores a lo largo de la historia, pero no se ha encontrado información sobre un "Conde de Rodalquilar" específico. 

Elaboración:

  • Rodalquilar:

    Es un núcleo de población en el Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar, en Almería, famoso por sus minas de oro que fueron explotadas desde el siglo XVI hasta el XX. 

  • Explotación minera:

    A lo largo de los años, la actividad minera en Rodalquilar ha tenido diferentes fases, con diversas compañías y personas involucradas, pero no se asocia un título nobiliario específico con esta localidad. 

  • Juan López Soler:

    Se menciona como un importante impulsor de la riqueza de las minas de Rodalquilar a finales del siglo XIX y principios del XX, pero no como Conde. 

  • Minas de Rodalquilar S.A.:

    En 1928 se creó esta compañía para explotar las minas, pero su presidente era Fernando María de Ybarra, Marqués de Arriluce de Ybarra, y estaba controlada por capital británico. 

    Ausencia de referencia al título:

    En la documentación histórica sobre Rodalquilar, no se menciona un "Conde de Rodalquilar". Las referencias son a personas como Juan López Soler o el Marqués de Arriluce de Ybarra, vinculados a la explotación minera, pero sin el título específico de Conde de Rodalquilar. 



Y aquí es donde empiezan a tomar forma las preguntas convenientes a futuras pesquisas.

¿Quién se esconde detrás del seudónimo “Conde de Rodalquilar”?

¿Cuáles fueron los motivos por lo que a mediados del siglo XIX alguien decidió adoptar tal denominación?

¿Tenía el personaje algún vínculo especial con este paraje* nijareño y almeriense?

El proceso está iniciado, y contiene una invitación a todos los investigadores y estudiosos que puedan aportar luz sobre el personaje y su trayectoria. Desde este espacio de comunicación, nos comprometemos a informar oportunamente cuando se produzcan avances significativos en la investigación.

Permanezcan a la escucha.





* En 1869, Rodalquilar no existía como localidad. La existencia del pueblo que adopta el nombre del paraje puede datarse a partir de 1929, fecha en la que la compañía minera “Minas de Rodalquilar, S.A. se asienta al pie del cerro de las Corralizas, en torno a la mina Consulta y sitúa en su entorno la planta Dorr, edificios de oficinas, residencias para técnicos y una infraestructura necesaria para el funcionamiento del complejo. Sin embargo, el paraje aparece como uno de los topónimos más antiguos de Cabo de Gata, con toda probabilidad de origen hispano musulmán, y, por tanto, medieval.

domingo, 11 de mayo de 2025

La condición moral del paisaje. Una reivindicación de Juan Goytisolo

 

Vi la luz de este mundo mientras Juan Goytisolo realizaba una serie de viajes por el sureste de la provincia de Almería, que acabaron inspirándole la redacción de “Campos de Níjar”.

Siempre he pensado que mi decisión de hacerme nijareño tenía una causa inicial en la lectura de esa obra de Goytisolo. Lo que entonces no podía sospechar, y es un descubrimiento de edad provecta, es que mi vocación paisajística, en cuya vanguardia conceptual he habitado durante muchos años de mi vida profesional, estaba tan influida por la obra y la vida de Juan Goytisolo.

Tampoco sospechaba que la toma de conciencia del paisaje de una generación de almerienses, entre los que me cuento, estuviera tan inspirada en la lectura de este libro de viaje.

Y no se me ocurre mejor forma de referirme a esa influencia que la del descubrimiento de la dimensión moral del paisaje, perfectamente presente en la declaración de Goytisolo en el propio texto de la obra: sentía un arrobo estético ante la descarnada y salvaje belleza de los Campos de Níjar, y, al mismo tiempo, una indignación moral ante el abandono, el atraso, y la violenta miseria a la que estaban condenados sus habitantes.

Goytisolo, después, nos enseñó alguna otra cosa sobre la mirada: que es severa, crítica y reivindicativa cuando habitamos nuestro espacio de vida habitual, y se vuelve placentera, indulgente, hedonista, cuando viajamos, cuando visitamos espacios no habituales.

También que la mirada desde la periferia al centro es superior a la contraria.

Los que decidimos seguirle en su búsqueda de un sur virtuoso, aprendimos muchas más cosas: a medinear, a deambular sin rumbo por nuestras ciudades, siguiendo los pasos de Baudelaire, de Hessel, de Walter Benjamin, de Guy Debord; a diferenciar las propuestas literarias de los productos editoriales; a asumir sin gravedad que la condición del intelectual es el riesgo; a apreciar la belleza de la dignidad; a entender la libertad.

Ahora que su travesía ha terminado y su estela se ha convertido en potente faro en el horizonte, nos toca seguir aprendiendo de la condición moral del paisaje.



Desde muy pronto, convine en rechazar el supuesto y teórico “paisaje de las cosas”. Preferí transitar un camino alternativo, que me llevó, sucesivamente, a centrarme en la percepción, en la mirada, en la representación, en el significado, en la narrativa, en la condición moral y, por último, en la capacidad movilizadora del paisaje.

Durante mucho tiempo, nos hemos preguntado: ¿qué es el paisaje? Es una pregunta-trampa, puesto que nos emplaza a pensar en el ser del paisaje, y nos obliga a buscar una respuesta, que, inevitablemente, es falsa, porque el paisaje no es.

Las cosas que componen las escenas, las vistas, tienen múltiples condiciones.

Esas cosas son… y esa es su condición ontológica.

Las cosas parecen… y esa es su condición fenomenológica

Las cosas significan algo… y esa es su condición semántica.

Pero ¿cuál es su condición paisajística?

La condición paisajística de las cosas es que comparecen ante la mirada.

¿Qué significa ese “comparecer ante la mirada”?

Significa, en primer término, que la mirada es una condición necesaria para el comparecer de las cosas, de las escenas, de las vistas. La mirada funda el paisaje.

En segundo lugar, comparecer alude a una condición fenomenológica especial, el parecer común, la asignación colectiva de significado a ese parecer. Apunta a su cualidad cultural, puesto que encuentra acomodo en la existencia de repertorios icónicos, gráficos y significantes convergentes, que funcionan en relación a cosmovisiones que componen matrices o universos culturales compartidos.

Estos universos culturales compartidos permiten una codificación de los signos presentes en las escenas.


                                                                           Ontos on


La práctica básica del paisaje consiste en una lectura de esos signos, en la búsqueda de su significado.

Las referencias a la condición lingüística de nuestra comprensión del mundo se remontan a la Edad Media, con la metafórica de la legibilidad del “libro de la naturaleza” o “libro del mundo”, según nos ha indicado Hans Blumemberg. A partir de ahí, Berjon ha teorizado sobre la “Gramática del arte”, Dondis sobre la “Sintaxis de la imagen”… la lectura del paisaje.

Así, el paisaje queda constituido por una lectura de signos, según distintos acuerdos y preferencias que conforman mundos culturales y se remiten a ellos.


                                                     La legibilidad del mundo. Blumenberg, H (1981)


El paisaje es una actitud de la mirada, un acto, un “hacer”.

Cuando “hacemos paisaje” estamos generando una representación cultural no mediada, y una interpretación que sí es mediada, o, cuando menos, intervenida.

Construimos preferencias paisajísticas apoyándonos en convenciones sociales, de naturaleza cultural.

Para que las cosas comparezcan ante la mirada, tenemos que reconocer que ese parecer común es posible por la existencia previa de acuerdos culturales, a los que, al mismo tiempo estamos emplazados a enriquecer, a hacerlos crecer.

¿Cómo se enriquece la experiencia del paisaje? Mediante la asignación de significados, mediante narrativas que connotan, que arrojan luz sobre zonas oscuras.

Tomamos conciencia del paisaje cuando adoptamos una posición creativa o receptiva en la apertura hermética, en la apertura de los significados.


                                         Fotograma de "El forajido y su esposa", de Victor Sjöström (1918)

El paisaje contiene una promesa: la de contribuir a la cohesión de las comunidades, en tanto que habitantes o dolientes de un lugar. En estos tiempos de polarización, de vanidad individual, de gusto por la confrontación y la alteridad, el paisaje nos invita a pensar que nuestra condición mediterránea también genera sentido de comunidad, y que no atender a ese sentido nos debilita, nos hace vulnerables, y acaba empobreciéndonos.


                                          Cerristas en la cumbre del cerro del Fraile (K1 de la sierra de Cabo de Gata)

Hagamos paisaje. Salgamos ahí fuera a que nuestras miradas iluminen las ciudades, los pueblos, los campos. Practiquemos la generosidad del paseo compartido. Desarrollemos un nuevo sentido de comunidad, que nos una en la ambición del proyecto común. Disfrutemos de nuestro hacer paisajístico. Habitemos poéticamente el mundo.

lunes, 7 de abril de 2025

Milagros nijareños (I). La transformación de piedras en panes


Este texto refleja los elementos narrativos de interpretación del modelo cerealista de secano, históricamente muy presente en todo el campo de Níjar, y, especialmente, en la zona del Hornillo, a la que se dedica este post. Esta "lectura" se hace a partir de los artefactos, prácticas culturales y la permanente presencia de la piedra en todas sus fases. Sigue el trayecto desde la piedra, volcánica o arrecifal, hasta un pan horneado.

Partimos de una constatación: el predominio del dominio litológico sobre el edafológico en esta zona del campo de Níjar, o de Cabo de Gata. Dicho en plata: el escaso desarrollo de suelos en las omnipresentes laderas y la extrema pedregosidad del terreno sedimentario lineal en las partes bajas. O más en plata aún: piedras es lo único que no falta. El manejo del medio exige el despliegue de una serie de soluciones culturales para conseguir la productividad primaria. Verbi gratia: la transformación de piedras en panes.

  1. Lo primero que hay que hacer es despedregar el terreno, para conseguir un suelo apto para el cultivo. Pero esos suelos despedregados y roturados quedarían muy expuestos a las lluvias torrenciales. La solución surge de un aprovechamiento inteligente de las piedras que se han retirado de los suelos sedimentarios. Consiste en la nivelación del terreno, transformando un conjunto de planos de diferente inclinación en una secuencia de terrazas horizontales, soportadas por muros de piedra seca con las piezas, ripios y matacanes previamente retirados de las paratas. Los balates ¿Es una construcción, una arquitectura primordial gravitacional? ¿Es un manejo sedimentario que domestica la dinámica erosiva? ¿Es un dispositivo pasivo de hidráulica para que el agua nutra en vez de destruir? Es todo eso a la vez.

  2. El terreno ya está preparado para plantar el cereal. Con un poco de suerte, las lluvias fertilizarán las paratas y el cereal (trigo, cebada, centeno...) prosperará. Una vez recogidas las mieses, hay que llevarlas a las eras, construidas cerca de los cortijos, con forma circular y un elaborado pavimento de piedras, sobre el que se extienden las mieses para que la fricción de rulos o trillos separe el grano de la paja. La separación final se hace al borde de la era, que se ha situado para aprovechar las brisas. Se aventa grano y paja para su separación definitiva. El grano se lleva a los graneros y la paja a trojes y cuadras.

  3. Graneros, trojes y cuadras son partes importantes de los cortijos. Estos se construyen con mampostería de piedra, con diferentes ligantes (arcilla con paja, cal) y se enlucen después con un mortero de cal.

  4. El grano se muele en pequeños molinos domiciliarios, mediante fricción de piedras adecuadas, o se lleva al gran molino de aire, un arte de navegación en tierra firme que despliega sus velas para aprovechar las brisas y mediante sofisticados mecanismos, transmitir la fuerza del aire en movimiento a la gran piedra volandera (superior, móvil), que en la fricción con la piedra solera (inferior, fija) transforma el grano en harina.

  5. La harina vuelve al cortijo, donde se amasa con sal, agua y levadura o masa de fermentación y se moldea para llevarla al horno de leña, construido con piedras bien seleccionadas para componer su forma circular, en el caso de hornos exentos, o semicircular cuando están adosados en el exterior de los cortijos, para que su boca sea practicable desde el interior. El milagro se ha producido. Ya tenemos el pan.

Balates, eras, cortijos, molinos y horno: construcciones de piedra o con piedra, necesarias para que se obre el milagro, y una cultura agraria que “lee” las limitaciones del medio e interpone soluciones para superarlas. 



miércoles, 19 de marzo de 2025

La trilogía del Fraile (y III). La hora del retrato

 




La adquisición por parte de la Excma. Diputación Provincial de Almería del núcleo arquitectónico del cortijo del Fraile y 30 ha de terreno en sus inmediaciones constituye un hito determinante en la historia reciente de este apreciado inmueble y entorno. Cabe esperar, cabalmente, que este movimiento institucional sea el preámbulo del conjunto de acciones necesarias para convertir un resto deteriorado en un activo patrimonial.

También se advierten algunos elementos inquietantes sobre cuya evolución merecerá la pena adoptar una actitud rigurosa y colaboradora, que contribuya a su efectiva superación.

Aunque pueda parecer pretenciosamente autorreferencial, debo llamar la atención sobre los fundamentos conceptuales desde los que se escriben estas páginas. Pueden leerse aquí y aquí .

En un breve resumen: nuestra sociedad arrastra un problema de organización institucional, que dificulta su correcto funcionamiento. En particular, este problema se pone de manifiesto en el enfrentamiento a procesos complejos, que difícilmente se dejan manejar por cada una de las instancias institucionales por separado. Requieren, por lo general, el acuerdo o colaboración entre distintas instituciones públicas, además de la colaboración público/privado/colectivo. La creación de estos espacios de colaboración es una tarea previa e imprescindible para el éxito de la intervención en estos procesos complejos. El del cortijo del Fraile lo es.

Nuestros antecedentes no son demasiado halagüeños. Por citar solo un proceso en el que estuve directamente implicado, el Plan de Gestión de la Movilidad Sostenible del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar, aprobado por unanimidad en la Junta Rectora de ese espacio protegido, permanece inédito (no se ha aplicado ninguna de sus medidas), mientras los problemas de movilidad en ese espacio se manifiestan de una manera cada vez más preocupante. Desde luego, no puedo decir que ese resultado (la absoluta inutilidad del plan) fuera una sorpresa. En ese documento estratégico se señalaban dos carencias amenazantes: no existe un modelo ni estrategia territorial al que las iniciativas de movilidad puedan referirse; no existen espacios institucionales donde pueda darse la coordinación entre todas las administraciones concernidas en el impulso de las acciones descritas en el Plan. (págs. 6 y 59)

Además de la adquisición, la institución provincial ha iniciado un proceso de acción pública sobre el cortijo del Fraile, con la contratación de los servicios profesionales para la elaboración de un Plan Director, como paso previo y necesario a las intervenciones materiales encaminadas a la rehabilitación y puesta en uso del inmueble. Hay que destacar lo pertinente y acertado de este paso previo, no solo porque debería permitir documentar y clarificar opciones antes de tomar decisiones de obra, asignación de nuevas funciones y establecimiento de un modelo de gestión, sino porque podría permitir una comunicación y dinamización social, imprescindibles para la éxito de las iniciativas posteriores.

No obstante, entrando en el detalle de este proceso, ya iniciado, algunos de sus rasgos mueven a la inquietud. Destacaré tres.

Respecto al primero, me puedo permitir el comentario que sigue porque es conocida mi beligerancia contra los prejuicios gremiales y mi decidido apoyo a la transdisciplinariedad. Desde ese punto de vista, el requisito en la convocatoria para la adjudicación de la elaboración del Plan Director de que los licitadores deben ser estudios de arquitectura me parece sospechosamente reduccionista: lo único que hay que “construir” en este momento del proceso son acuerdos (conceptuales, institucionales, sociales...), para lo que las habilidades necesarias no son precisamente las de un estudio de arquitectura.

En segundo lugar, los tiempos asignados al proceso de trabajo del Plan Director son tan limitados que difícilmente permitirán desarrollar adecuadamente la Documentación e Interpretación de un elemento tan rico y complejo como el cortijo del Fraile. Tampoco facilitarán la comunicación y dinamización social necesarias a las que se ha hecho referencia. El estrecho marco temporal de la fase de “participación” parece abocarlo a la típica “faena de aliño” para cumplir el trámite.

Por último, la comunicación institucional de la Diputación Provincial viene insistiendo desde que se produjo la adquisición de la finca en que la finalidad de su rehabilitación es albergar un Museo Provincial del Cine, lo que parece claramente extemporáneo. Esta anticipación sitúa esa iniciativa en el capítulo de las “ocurrencias”, precisamente por haberse formulado antes de que se produzca el proceso de cualificación científica, técnica, institucional y social que la elaboración del Plan Director debe hacer posible. Aunque la utilización del cortijo del Fraile para rodajes cinematográficos es un aspecto destacado de la construcción de la “imagen” del cortijo, que acaba constituyéndolo en un icono paisajístico, es evidente que el cortijo y su entorno tienen otras muchas cosas que contarnos.




Estos primeros pasos institucionales apuntan a un proceso de “puesta en valor” de un recurso prometedor, para su definitiva constitución como un activo patrimonial que ofrezca bienes y servicios a la comunidad. En consecuencia, conviene repasar cuáles son las etapas de ese proceso de formación de valor, y cómo operan en el caso del cortijo del Fraile. La explicación conceptual y metodológica de estas etapas puede consultarse aquí.

1º: Documentación

El “relato” convencional sobre la identidad del cortijo del Fraile hace referencia a los frailes dominicos, al crimen de Níjar y su derivada lorquiana y al rodaje de una docena de películas, entre las que destacan dos clásicos de Sergio Leone. Los siguientes items en relación con el cortijo y su entorno quedan prácticamente inéditos:

Geológico-mineros

La condición geológica de la caldera volcánica de la Lomilla, los procesos de alteración hidrotermal que forma los filones y diques metalizados y cómo influyeron en todas las explotaciones mineras y metalúrgicas que se han desarrollado en el entorno.

Agronómicos

Las condiciones hidrológicas, litológicas y edáficas que convierten el paraje en un lugar idóneo para la producción primaria, su orientación al complejo agrosilvopastoril del cereal de secano y el despliegue de sus artefactos característicos.

Historia económica

La secuencia desde la ganadería trashumante a la agricultura, vinculada a la mejora de la defensa de la costa y el apaciguamiento del secular enfrentamiento con el imperio otomano y sus regencias berberiscas, la vinculación del arrendamiento de los pastos al mantenimiento del sistema de defensas de la ciudad de Almería, la asignación al convento de Santo Domingo de la finca donde se sitúa el cortijo del Fraile, la tensión entre absolutistas y liberales a lo largo del XIX, con procesos desamortizadores que permitirán la configuración del gran latifundio del cortijo del Fraile, a costa de la desarticulación del régimen comunal, la decadencia de la efímera burguesía almeriense, la aparcería, la colectivización durante la guerra civil y el progresivo abandono de la explotación primaria del cortijo, en el contexto del abandono del hábitat rural diseminado de los secanos de Níjar por la atracción de los poblados de colonización.

Territoriales

El patrón de asentamiento diseminado, conformado por cortijadas con una cierta equidistancia, que señala el umbral de terreno necesario para la supervivencia del clan, la integración orgánica de la edificación con las funciones primarias de este manejo de los secanos, los singulares rasgos de una arquitectura vernácula que expresa las limitaciones de elementos constructivos

Paisajísticos

El cortijo del Fraile y su entorno atesoran todos los significados de estos aspectos deficientemente documentados. El paisaje es la puerta de entrada a los significados del territorio: contiene un importante potencial narrativo cuyo esclarecimiento y activación debería incorporarse a los propósitos estratégicos de este proceso de adquisición de valor.

Interpretación

De las múltiples facetas significantes del cortijo, como testigo de unos siglos cruciales en la construcción del orden territorial en Cabo de Gata y el campo de Níjar, solo unas pocas funcionan en el “debate” social. Muy destacadamente, su vinculación con las resonancias literarias de los hechos del crimen de Níjar y su aparición en distintos rodajes cinematográficos. Incluso en estas, que a día de hoy constituyen sus campos semánticos funcionales, la aproximación de interpretación es superficial y con déficit de documentación. Una interpretación de calidad solo es posible sobre una documentación de calidad, y esa premisa no se cumple. Parecemos condenados a operar sobre el cortijo como si ya supiéramos todo lo que hay que saber, cuando es evidente que no es así. Los plazos que establece el Pliego para la redacción del Plan Director no permiten que se produzca una aportación significativa durante su elaboración.

Comunicación

La conversión de un elemento territorial prometedor en un patrimonio operativo exige un nivel de vinculación social, que hay que gestionar y estimular de una manera planificada y rigurosa, mediante acciones cuyo desarrollo temporal no caben en un curso de acción de planificación como el Plan Director. El tiempo que ha transcurrido entre la adquisición y el inicio de este proceso de planificación era el idóneo para estimular el debate social, y para preparar a la sociedad para la recepción de un nuevo activo patrimonial. La ausencia de este proceso, que en ningún caso puede suplirse con la participación en la elaboración del Plan Director va a lastrar de una manera determinante el futuro de este elemento destacado de nuestra identidad.

Intervención

Esta fase se caracteriza por distintas acciones proyectuales, de obra, de adecuación funcional, de dotación, para unos propósitos que deben clarificarse y jerarquizarse en el Plan Director, que, como hemos comentado, va a desarrollarse con importantes déficits en las tres primeras fases. No hay ninguna duda de la solvencia de las administraciones públicas para la gestión de esta fase. La licitación y contratación pública de obras y servicios forma parte de las actividades más tradicionales de los poderes públicos, y, desde luego, por motivos fundacionales, de la Excma. Diputación Provincial. Sin embargo, los procesos de activación patrimonial tienen unos requerimientos específicos: la intervención debe ser consecuencia de la tres fases anteriores, y debe orientarse al cumplimiento de los objetivos de la siguiente, la gestión. La fase de intervención es la menos autónoma de todas. En cambio, con frecuencia, se impone una dinámica inercial por la que la obra o dotación acaban adquiriendo autonomía por el simple hecho de que es lo que se sabe hacer. La experiencia reciente del Museo del Realismo, con una negación del conjunto edilicio que lo acoge, cuyos significados e interpretación son ignorados por la adecuación al nuevo uso, no nos permite ser demasiado optimistas.

Gestión

La voluntad de conformar un espacio de convergencia y colaboración institucional (con otras administraciones públicas, con instituciones culturales, sociales, empresariales o financieras) y el avance en su efectiva constitución deberían ser previos a cualquier planteamiento estratégico o director. Su liderazgo debería corresponder a la Excma. Diputación, como titular del inmueble, y por ser la institución pública que ha iniciado de forma decidida el proceso. El hecho de que se haya iniciado la elaboración del Plan Director sin crear ese espacio supone, en sí mismo, un elemento de inquietud. La experiencia me permite observar que cuando una institución pública se convierte en propietaria de un bien, tiene una irrefrenable tendencia a actuar como propietaria, y no como institución pública. No creo que haya que extenderse demasiado en la explicación de que el marco jurídico-administrativo en el que debe darse la intervención en el cortijo del Fraile ha de establecerse con la participación de la Consejería de Cultura, en virtud de la catalogación como BIC del inmueble y de gran parte del equipamiento productivo de la finca y de la declaración de Paisaje Cultural de la zona minera de Rodalquilar; de la Consejería competente en medio ambiente, por su destacada presencia en el territorio afectado por la declaración de Parque Natural, Reserva de la Biosfera, Geoparque; y del Ayuntamiento de Níjar, como administración civil y territorial básica, que debe canalizar las aspiraciones culturales, sociales y económicas de los actores locales. Y esto, hablando solo de los actores públicos. Los actores sociales y privados son igualmente relevantes.




Como mi vinculación con la zona y sus estrategias de desarrollo es conocida, con frecuencia se me pregunta qué usos o funciones creo yo que debería albergar un nuevo cortijo del Fraile rehabilitado y puesto en valor. Por supuesto, tengo mis ideas, pero lo que las distingue de las ocurrencias es que esas ideas provienen de una práctica técnico-profesional que toma en consideración las debilidades y carencias del territorio en el que el cortijo comparece. Normalmente, me apresuro a atender a esas preguntas apuntando que antes de decidir el “qué”, deberíamos considerar el “para qué”.

La activación patrimonial del cortijo del Fraile es una oportunidad para que nuestra comunidad y sus instituciones intervengan en procesos de deterioro, desbordamiento y enajenación que están comprometiendo el valor y atractivo de una zona (Cabo de Gata, el campo de Níjar), sometida a unos flujos de visita inadecuados en el tiempo, el espacio y la motivación. El pequeño sistema productivo local, que se basa en la acogida a esos visitantes (turistas, viajeros, excursionistas, residentes ocasionales o permanentes) tiene unas carencias y debilidades que reclaman la acción colaboradora de los poderes públicos, en la gestión del valor de sus atractivos y en la modulación del flujo de visitantes para que se adecuen a las condiciones y valores de este territorio. También en la superación de sus debilidades. La intervención en el cortijo del Fraile se presenta, así, como una oportunidad única e irrepetible.

Cuando, como sociedad, nos enfrentamos a retos exigentes, nos retratamos. La colección de retratos que estamos dejando serán analizados de una manera crítica por las futuras generaciones. Componen una muestra “pictórica” fiel de nuestras capacidades y limitaciones colectivas, cuyo realismo les haría merecedoras de ocupar una sala en el MuReC.

lunes, 10 de marzo de 2025

El oro de Almería

Un lingote acuñado en Rodalquilar. Archivo RTVE

Mirado desde el punto de vista científico, el oro es un elemento químico, de símbolo Au, cuyo número atómico es 79 y que se sitúa en el grupo 11 de la tabla periódica. 

Para la alquimia, el oro es agua, aire, tierra y fuego... con tiempo. La búsqueda de la piedra filosofal (el opus magnum), que era capaz de producir la transmutación de cualquier metal en oro (la crisopea), fue el motor de la alquimia, que contenía una mirada especial sobre el mundo y su composición. 

La simbología hermética de los elementos

El oro de Almería, de Níjar, de Rodalquilar, es el resultado de complejos procesos geológicos en el que juegan todos los elementos citados al principio de mi intervención. Estos procesos son conocidos, sobre todo, por el interés de técnicos y empresas mineras en su explotación. Gracias a ellos sabemos que el vulcanismo de Cabo de Gata, de magma muy silíceo y denso, se manifestaba en domos volcánicos que, eventualmente, eran destruidos por erupciones explosivas dejando en su lugar calderas volcánicas, estructuras de colapso con unas laderas interiores fragmentadas, ruiniformes. Esas fracturas en las rocas volcánicas eran rellenadas por depósitos hidrotermales, en el contexto de unas alteraciones hipogénicas (relacionadas con el magma y su aproximación a la superficie de la corteza) y supergénicas (relacionadas con la aportación de agua meteórica), que generan fluidos líquidos y gaseosos que van a mineralizar filones y diques en una matriz de cuarzo.

Panorámica de los diques 2, 3 y 4 del cerro del Cinto
 

 Con una intención didáctica, podríamos afirmar que en Rodalquilar se da una minería de cuarzo y una metalurgia de oro. Lo que se extrae de las laderas volcánicas es una roca de cuarzo que contiene partículas de oro. La separación del oro para su beneficio requiere complejas instalaciones metalúrgicas, como las plantas María Josefa, Abellán, Dorr, Denver, St. Joe... que han establecido una cronología de anhelos, logros y fracasos en este distrito aurífero.

El castillete de la mina Consulta (junto a la planta Dorr) en 1932 (foto Arnold Hein)
 

Viviendo en Rodalquilar, y dedicándome a compartir los significados de tan insólito lugar, se me pregunta con frecuencia si todavía hay oro. Por supuesto, la respuesta es afirmativa, no solo por la estimación de que existen unas reservas de, al menos, dos toneladas de oro, sino ,sobre todo, porque el oro que puede explotarse en Rodalquilar es un oro metafórico: es el oro de la búsqueda del significado, del conocimiento que proporciona claves de entendimiento e interpretación, para una vivencia cabal del sitio por parte de toda la sociedad.

La casa PAF del Instituto de Estudios Almerienses

Siguiendo con esta metáfora, podríamos considerar que el Instituto de Estudios Almerienses es una compañía minera, con un numeroso staff técnico, que ha demostrado un notable y sostenido éxito en las tareas de extracción, mientras que manifiesta un rendimiento metalúrgico irregular. 

El reto de las instituciones culturales y del conocimiento, su opus magnum, es la efectiva entrega a la sociedad del valor generado por su actividad, en forma de bienes y servicios culturales de calidad, nuestra particular piedra filosofal. 

La sociedad almeriense, deslocalizada y agitada por el viento de la historia, está enfrentándose a los retos que le plantea un mundo cambiante. En esa tesitura, es más necesario que nunca contar con un buen anclaje, con un sentido de pertenencia y de identidad territorial, que solo puede proporcionarlo el oro metafórico al que aquí he hecho referencia: el oro de Almería.

Intervención en la actividad Tardes del IEA "Historias de nuestra historia". 6 marzo 2025

miércoles, 30 de octubre de 2024

Trampas semánticas

 

Reflexiones sobre el valor del patrimonio , a propósito del patrimonio geológico y minero


Montaje fotográfico para ilustrar la situación del castillete de la mina Consulta (Rodalquilar)
Montaje fotográfico que ilustra la ubicación original del castillete de la mina Consulta (Rodalquilar)

1  Nuestra noción de “patrimonio”

El campo semántico de “patrimonio” incluye distintos componentes:

  • Un componente de valor (Se considera valor patrimonial el valor contable con que se ha registrado un bien en los libros de contabilidad).

  • Un componente de titularidad, de pertenencia o posesión (Fulanito de tal es titular o poseedor de un importante patrimonio).

  • Un componente de transmisión entre generaciones, de herencia (existe un polémico impuesto de transmisiones patrimoniales).

En resumen, patrimonio es algo valioso, que nos pertenece y que debemos atesorar para legarlo a nuestros herederos. Este es el sentido de nuestro concepto moderno de patrimonio. En una primera adjetivación, surge el concepto de patrimonio cultural. Este concepto prescinde de una de las cualidades semánticas del término, el de la posesión. De esta forma, pueden considerarse bienes de interés cultural propiedades privadas, sobre cuyo uso y dominio recaerán distintas restricciones en atención a las otras dos cualidades semánticas: son valiosos y debemos velar por una correcta transmisión generacional. Aunque no nos pertenezca el bien material, sí nos pertenece la información cultural que contiene, su significado.

¿Cómo saber cuál es el alcance de nuestro patrimonio? Pues, haciendo un inventario. También cuando nos referimos al patrimonio cultural. Los catálogos e inventarios son los primeros instrumentos de las pioneras legislaciones protectoras del patrimonio cultural. Pongo la cursiva en “protectoras” por un argumento que desarrollaré más adelante.

Con este andamiaje jurídico-administrativo comienza nuestra andadura colectiva por el patrimonio cultural. De los momentos fundacionales, tres certezas persisten a día de hoy, a mi juicio, de una manera torpe.

  • La primera es que la apreciación del valor corresponde a especialistas, a profesionales, científicos o iniciados en los conocimientos necesarios para verificarlo.

  • La segunda es que ese valor se asigna a un bien material, tangible, a un objeto (sea una pequeña joya o una catedral gótica).

  • La tercera, consecuencia de la segunda, es que la labor básica de los poderes públicos respecto al patrimonio cultural es su protección, conservación y, en su caso, restauración o reconstrucción.

Cerro del Cinto, principal zona de extracción en diques auríferos de alta sulfuración. Rodalquilar (Níjar, Almería)

2  La recepción social del concepto “patrimonio”

Como tantos otros conceptos que articulan las preocupaciones de clases sociales o colectivos emergentes, el de patrimonio ha experimentado un proceso de expansión en las últimas décadas. Se empezó a desdoblar en patrimonio natural y cultural; más tarde en material e inmaterial. El concepto de patrimonio histórico empezó a convivir con el de patrimonio cultural. El resultado de esta expansión conceptual ha sido la sofisticación del término “patrimonio”, con una creciente diversidad semántica, en el contexto de una sociedad más diversa y compleja. Uno de los efectos de esta expansión del concepto “patrimonio” es que amplias capas de la población tienen dificultades para identificarse con los nuevos objetos y elementos que distintos especialistas consideran dignos de integrar el patrimonio. De esta manera, el empleo del término pasa de ser pacífico (los elementos que se consideran patrimonio son reconocidos por la sociedad) a ser conflictivo (se emplea el término patrimonio para llamar la atención sobre la necesidad de apreciar determinadas cosas, sin que exista un apoyo social claro, o, en los casos más extremos, a pesar de la oposición social). Son los nuevos “patrimonios”.

A partir de aquí, los “activistas” del patrimonio se especializan en la interlocución con los poderes públicos, espoleados por el marco europeo, y ante la indiferencia social, lo que me inspiró una reflexión crítica sobre el estado de la cuestión, y decidí repensar los tres puntos que he denominado “fundacionales” en cuanto al patrimonio cultural:

  • Respecto al primer punto, es la sociedad en su conjunto la que tiene que apreciar el valor de las cosas, puesto que, sea cual sea el patrimonio que se promueve, será un patrimonio de toda la sociedad. Los especialistas y científicos deben contribuir con su producción intelectual al reconocimiento de ese valor. El activismo patrimonial debe velar por el reconocimiento jurídico y administrativo de esos bienes, pero también debería emplearse en la ampliación de la base social de apoyo a esas políticas.

  • Respecto al segundo punto, hay que complementar la inercia objetual del patrimonio con la incorporación de los relatos que facilitan la captación del sentido, del contexto y del significado de esos bienes. Lo que acerca a la sociedad al aprecio por estos bienes es compartir su significado.

  • Respecto al tercer punto, los poderes públicos deben incorporar a sus labores tradicionales la dinamización, la interpretación, la entrega efectiva a la sociedad del significado de cada uno de los bienes, o de su interrelación en sistemas significantes.

En definitiva, lo que realmente crea patrimonio, es decir, aprecio por el valor de algo que nos pertenece y que debemos transmitir a las siguientes generaciones, es la comprensión de su significado, a través de una serie de bienes y servicios culturales cuya producción y distribución es la finalidad de la gestión cultural. Las acciones que generan patrimonio están más próximas a la interpretación que a la reconstrucción. Y, además, son mucho más baratas. Lo realmente paradójico es que la única manera de que los decisores asignen recursos a un mantenimiento decoroso de los elementos materiales del patrimonio es que haya una presión social suficiente, y esta sólo se producirá si hay una complicidad con el significado de esos elementos materiales.

Zona de las instalaciones de desagüe y minas "ricas" en el barranco Jaroso (Cuevas del Almanzora, Almería)


3  El patrimonio industrial y minero

Por acercarnos al tema que me preocupa hoy, hay que anotar la relativamente reciente aparición de conceptos como el de patrimonio industrial, en el que cabe incluir también el patrimonio minero (en 1987 participé en Granada en la creación de una Asociación para la promoción de la Arqueología Industrial, impulsada por el que fuera profesor de Historia en mi instituto, Miguel Ángel Rubio Gandía). Lo novedoso de esta incorporación es la reivindicación de los espacios, instrumentos y jerga del trabajo industrial como elementos significativos para formar parte del legado patrimonial. Esto supone, en la práctica, un socialización y democratización del concepto de patrimonio. Hasta ese momento, los bienes del patrimonio cultural eran siempre producto de la acción de las clases o instituciones dominantes: eran las manifestaciones, la forma de expresión de los poderosos. Ahora se incorporan también los espacios del trabajo, tanto industrial como agrario o rural.

Dentro de este “patrimonio industrial”, tiene también su espacio el minero. Los escenarios de la minería son impactantes. Suponen grandes alteraciones del medio, y, con frecuencia, dan cuenta de la evolución tecnológica de una sociedad, especialmente en la metalurgia. Los espacios mineros abandonados, ocasionalmente acompañados de fundaciones urbanas específicas, tienen una gran capacidad evocadora y conmovedora. Son terreno abonado para intervenciones de clarificación del significado. Pero no siempre están en los mejores lugares para su disfrute. Por otra parte, suelen ser lugares peligrosos, en los que la adecuación para la visita o el disfrute resulta muy costosa. Y, no nos engañemos, somos un país pobre, no tanto por nuestras variables económicas, sino, sobre todo, por la falta de comprensión y apoyo a las políticas de desarrollo basadas en la identidad y en la recuperación patrimonial.

Maqueta 3D de la cartografía interpretativa del paisaje minero de Sierra Almagrera (Cuevas del Almanzora, Almería)


4  No pronunciarás el nombre del “patrimonio” en vano

La secuencia es más o menos conocida:

Un experto identifica el valor patrimonial de algo, a partir de su mirada de experto. En seguida, pide (o exige) a las Administraciones Públicas su reconocimiento, mediante su inscripción en algún registro o inventario de “bienes patrimoniales”, lo que, hasta hace unos años, causaba efectos jurídico-administrativos, e interfería con el derecho de propiedad, limitando o condicionando sus límites, no ya con carácter general, como hace el planeamiento urbanístico, sino en función de ese valor detectado por el experto.

Como cada vez hay más expertos, que necesitan su legitimación social y su espacio de rendimiento económico, las invocaciones del valor patrimonial de algo se hacen cada vez más diversas, abigarradas, bizarras y puede que de extravagantes a incomprensibles. Por eso, los poderes públicos inventan formas de declaración del valor patrimonial que carecen absolutamente de efectos jurídico-administrativos, como la de los Paisajes Culturales, y que no obligan a nada a la entidad que promueve su declaración. Se contenta así a la parte “experta” de la sociedad, sin perturbar derechos y obligaciones. Es una auténtica práctica retórica.

Pero el insaciable experto no se conforma con esa declaración. Ante la evidencia de que las declaraciones sirven de poco, y de que, en todo caso, la ley de la gravedad es más determinante que cualquier ley de patrimonio, al experto no le queda otra vía que la del activismo patrimonialista, azote de instituciones públicas y martillo de desviacionistas. La lógica del activismo es bastante opuesta a la del conocimiento, con lo que el perfil del experto se desdibuja, en una metamorfósis a “mosca cojonera”.

Y el dato que no debemos olvidar: la mayor parte de la sociedad asiste indiferente a estos movimientos, y, en general, los entiende opuestos a sus anhelos inmediatos, que tienen más que ver con la satisfacción de necesidades básicas. La preocupación por cosas cada vez más incomprensibles comparece, definitivamente, como rasgo de clases ociosas, funcionarios o liberados de todo tipo, que pueden permitirse el lujo de la elevación de su espíritu, puesto que no tienen que distraerse con la lucha cotidiana por sobrevivir.

Los expertos y activistas tienen que luchar contra ese estigma y despliegan su estrategia en una doble dirección: adoptan un lenguaje economicista para referirse a las cosas por ellos apreciadas: bienes, recursos, valor...; y justifican el interés de dedicarse a estas cosas por su supuesto efecto benéfico para el turismo.

La impostura de esta estrategia alcanza su climax con el uso del término “patrimonio”. Llamar a algo “patrimonio” es una jugada maestra del activista, a condición de que se refiera a objetos que tradicionalmente han quedado fuera de esa categoría. Llamar patrimonio a algo incomprensible para el común de los mortales significa: “yo sí que soy sensible y culto, y no como tú, que eres un paleto”. Por supuesto, ningún activista reclamaría la consideración de patrimonio para la Alcazaba de Almería o la Alhambra de Granada: el acuerdo social sobre esta cuestión es consistente y el activista no aparecería como alguien culto o sensible, sino como un auténtico desequilibrado. Pero si reclamas la condición de patrimonio para un balate (muro de piedra seca), una parte de la comunidad sí admirará tu sensibilidad o tu cultura, mientras que otra seguirá considerándote un desequilibrado. Así, la jugada maestra ya está en marcha: el activista consigue distinción social respecto a gran parte de sus semejantes, y, sobre todo, reafirma el desprecio a los “políticos”, que nunca están a la altura de la sensibilidad del activista.

Asistimos así a un espectáculo muy característico del aquí y ahora: la parte más culta, sensible y activa de la sociedad tiene más incentivos para distinguirse del resto que para operar socialmente, ampliando la base de complicidad con el valor de las cosas. Tiene más incentivos para desprestigiar a las instituciones y a quienes eventualmente las dirigen que para colaborar con ellas para conseguir los fines que dicen perseguir.

Y llegamos al centro de la cuestión: ¿quién o qué, y a partir de qué mecanismos, hace que algo sea “patrimonio”? Y para contestar a esa cuestión, debemos distinguir dos planos: el formal o institucional y el real o cultural. En el plano formal, el proceso para el reconocimiento del valor patrimonial de algo empieza con una investigación y documentación, su análisis por las instituciones culturales, la propuesta de su inserción como bien tutelado por los poderes públicos y su publicación en el Boletín correspondiente, que causa efectos jurídicos (si es el caso). En el plano real, una cosa es patrimonio cuando la sociedad así lo reconoce, y lo utiliza como palanca para conseguir fines sociales de distinto tipo. Ese reconocimiento social es cultural, y, en consecuencia, puede promoverse, acelerarse o articularse mediante distintas acciones, en general, inéditas en nuestro entorno, a las que me referiré en el capítulo final de este artículo.

La existencia de estos dos planos es común en todas las sociedades. La relación dialéctica entre ambos caracteriza las capacidades colectivas, y es un motor de cohesión, avance y progreso. Lo que no es tan común es que esos dos planos tiendan a una vida autónoma, sin relación especial entre ellos. Es entonces cuando podemos advertir componentes patológicos en la organización social, que condenan a la esterilidad al papel articulador que cabría, cabalmente, asignar al patrimonio.

Y aquí es donde debemos concluir con el diagnóstico de dos rasgos muy característicos de nuestra sociedad, cuya consideración es fundamental para una reflexión crítica sobre el papel del patrimonio en nuestras estrategias de cualificación. En primer lugar, la desarticulación provoca una multiplicación de los “segmentos” sociales, motivados por raza, género, creencia, condición económica, cultural, geográfica; y una paralela descomposición de los vínculos de confianza entre segmentos y en que todos debemos contribuir a los objetivos comunes. Esos objetivos comunes van debilitándose hasta casi desaparecer, sustituidos por un creciente tribalismo. En segundo lugar, la desconfianza respecto a las instituciones, heredera de los seculares abusos de poder, indica que no hemos desarrollado una lógica del poder democrático que nos permita apreciar a las instituciones como propias, y herramienta imprescindible para conseguir nuestras aspiraciones.

En este orden de cosas, y ante la gravedad de los procesos de descomposición social, cabría preguntarse si debemos seguir intentando “salvar” al patrimonio, o si deberíamos procurar que el patrimonio ayude a “salvarnos”.

Máquina de vapor del barranco Chaparral, en sierra Almagrera (Cuevas del Almanzora, Almería)


5  La “puesta en valor” del patrimonio. La cuestión instrumental

Desde que tengo memoria profesional, siempre he convivido, no sin incomodidad, con esta fórmula, traducida directamente del mettre en valeur francés, y que tiene especial carta de naturaleza en su aplicación a los bienes o recursos culturales. De esta forma, la expresión “poner en valor el patrimonio” es tan frecuente que casi se ha vuelto tópica. Una vez que es tópica, podemos considerarla muerta, por lo que procedería hacerle la autopsia. Vamos a ello.

En la expresión “poner en valor el patrimonio” hay algo que chirría, a primera vista. Si el patrimonio, tal como hemos convenido al principio de este artículo es, por definición, algo valioso, ¿por qué hay que ponerlo en valor? ¿No será que estamos utilizando el término “patrimonio” para algo que no lo es, aunque desearíamos que lo fuera, tal como se sugiere en este artículo?

Podríamos calificar esta frecuente y paradójica situación como una “anticipación”. Quienes, por su formación o especialidad científica o profesional, aprecian el valor cultural de algún elemento, espacio o paisaje, le asignan el término “patrimonio”, anque la sociedad no lo reconozca. Esta anticipación voluntarista provoca algunas consecuencias indeseables. Una vez denominada una cosa (con frecuencia una ruina) como patrimonio, lo único que queda es “protegerlo” y, eventualmente, invertir en su adquisición o reconstrucción...). Es decir, entre el científico, profesional o experto que anticipa el valor patrimonial de algo ignorado por la comunidad y la acción constructora de los poderes públicos, no se reconoce la necesidad de ningún otro tramo de actuación.

La reiteración de este mecanismo ha producido un panorama de centros de interpretación y equipamiento de significado cerrados o pasivamente abiertos, y un riesgo cierto de descrédito sobre el interés de la inversión en bienes culturales. El creciente recelo de la población ante este modus operandi se intenta neutralizar invocando, como se ha señalado, sus supuestos efectos benéficos para el turismo. El efecto perverso de esta situación es que la población, en general, no se siente concernida por estos equipamientos: son para los turistas.

Podemos concluir que cada uno hace lo que sabe hacer: los expertos identifican y documentan, los activistas reclaman y los poderes públicos licitan (obra y dotación). La pregunta a la que debemos contestar es: ¿la suma de esos saberes es suficiente para que los elementos de nuestra identidad operen suministrando bienes y servicios culturales que nos fortalezcan como sociedad?

Cabe señalar la ausencia de la sociedad en dos tramos fundamentales de la gestión del patrimonio cultural: en la propia comprensión del interés patrimonial de algo (su posibilidad de convertirse efectivamente en patrimonio), y en la implicación en la gestión, que es la que debe garantizar la generación de bienes y servicios culturales, sin la cual no hay valor, ni, en consecuencia, patrimonio.

Lo mismo que la cualidad de “recurso” de una cosa no es inmanente (una cosa solo es recurso cuando atiende a una necesidad a través de una serie de acciones que lo constituyen como tal recurso), la cualidad de “ patrimonio” de una cosa tampoco es inmanente. Una cosa se constituye en patrimonio a partir de una serie de acciones, que vamos a repasar a continuación.

En el gráfico se reflejan cinco grupos de acciones, diferentes en su naturaleza y en su esencia, necesarias para que una cosa se convierta en patrimonio. Por requerimientos gráficos, se presentan de una forma lineal, aunque esta cuestión será, seguramente, controvertida. Algunas de estas acciones se presentan necesariamente trenzadas, y se apoyan unas en otras. Pero esto no invalida la identificación de cada una de ellas como distintas. El gráfico se titula “Esquema de adquisición de valor patrimonial”, aunque, en sentido estricto, el valor patrimonial se adquiere solo en el último tramo, el de gestión, tal como se indicará en los epígrafes siguientes.



    El primer tramo se denomina “Documentación”. Es el trabajo de especialistas que, a través de un proceso de investigación (documental, bibliográfica, de campo, o un híbrido de todas ellas), aporta conocimiento cualificado acerca de algo, constituyéndolo como “elemento”, que puede ser más o menos prometedor en su cualidad potencial de convertirse finalmente en patrimonio. Este conocimiento se difunde a través de circuitos especializados, donde comparece ante la comunidad científica para someterse a la consideración de otros especialistas. Es una condición sine qua non para que puedan darse los siguientes pasos, pero en ningún caso los puede obviar: las condiciones, requisitos y protocolos de investigación y documentación hace que los materiales resultantes sean poco adecuados para promover el aprecio social por sus focos de interés.

    El segundo tramo se denomina “Interpretación”. Es el trabajo de generalistas, que tienen la capacidad para “traducir” los materiales de los investigadores a categorías y formas narrativas que puedan ser recibidos y comprendidos por la población. Esta traducción se produce por la apreciación de los contextos, históricos, geográficos, o de otros tipos, que permitan una valoración correcta de sus rasgos distintivos, de su singularidad o representatividad. Además del marco contextual, la interpretación explica el funcionamiento del “elemento” u objeto de investigación y conocimiento en sistemas de significado más amplios. La narrativa de interpretación puede permitirse licencias metafóricas, alegóricas, poéticas o de cualquier otro tipo, para cumplir más cabalmente su finalidad: hacer comprensibles los elementos u objetos de investigación y su interés. Es el territorio del relato. Se puede señalar que este tramo está muy poco desarrollado. Sus principales logros vienen de la capacidad de algunos investigadores que tienen, además, la habilidad y motivación para divulgar.

    El tercer tramo se denomina “Comunicación”. Si el tramo anterior está poco desarrollado en nuestra sociedad, este tercero está prácticamente inédito. Se trataría de producir impacto social y conmoción a partir de los trabajos de interpretación, para articular y/o acelerar la toma de conciencia social sobre el interés de determinados elementos. La práctica ausencia de este tramo explica el estado de la cuestión, que ha sido descrito en los epígrafes anteriores. La mediación necesaria para este tramo apelaría a activistas, movimiento asociativo, operadores culturales, medios de comunicación y agencias de comunicación, que, además de interpelar a las instituciones públicas, como es habitual, deberían comprender que sin complicidad y apoyo social no hay política patrimonial posible. La movilización social que debe conseguirse con este tramo es la garantía de consistencia de las intervenciones públicas posteriores. En sentido contrario, el escaso efecto que producen las intervenciones públicas de “puesta en valor” guarda relación con la práctica inexistencia de esa movilización social previa.

    El cuarto tramo es el de la “intervención”, que es el que con frecuencia recibe la denominación de “puesta en valor”, aunque, como aquí se propone, la puesta en valor comienza mucho antes, y solo se verificará con el éxito del modelo de gestión, como veremos en el siguiente epígrafe. Esta intervención puede ser de muchos tipos distintos. Para empezar, hay que señalar que podría ser tanto pública como privada. En otros países, con otra experiencia cultural, es frecuente que sean fundaciones privadas quienes impulsen intervenciones patrimoniales destacadas. En nuestro entorno, en cambio, estas intervenciones suelen ser públicas, o, como mucho, fruto de una colaboración con algunos agentes privados. Por su intensidad, estas intervenciones pueden ir desde una señalización (física o virtual) que explique significados, hasta una intervención pesada en entornos monumentales, con gran despliegue museográfico. Sea cual sea el tipo de intervención, se desarrolla en un proyecto, que es la herramienta por la que unas aspiraciones, objetivos o ambiciones entran en contacto con un conjunto de restricciones (temporales, económicas, competenciales), hasta el punto que se puede afirmar que los proyectos nos hablan más de las restricciones que de las aspiraciones. Los proyectistas son profesionales cualificados que suelen dirigir equipos, más o menos corales, que facilitan las distintas aportaciones necesarias para el éxito del proyecto. Este éxito de un proyecto de intervención produce recursos culturales, necesarios para la gestión, que es la que producirá “patrimonio”.

    El último, y fundamental tramo, es el de la “gestión”. Este tramo necesita todos los anteriores, y, a la vez, es el que les da sentido. Con frecuencia, los actores institucionales que impulsan las intervenciones del tramo anterior, confunden el término “gestión” con el de “apertura al público”, siendo así que, con frecuencia, se destinan grandes cantidades al proyecto de intervención, mientras que se intenta minimizar el gasto corriente de la apertura (si hablamos de centros de significado). Esta confusión, y la debilidad señalada en alguno de los tramos anteriores, son las que explican la frecuencia con la que estos equipamientos culturales permanecen cerrados o languidecen en una apertura pasiva. En realidad, la gestión no empieza cuando acaba el proyecto de intervención. Debería empezar, al menos, en el tercer tramo, participando en el proceso de movilización social, cualificándolo y obteniendo los compromisos necesarios para dar robustez a la estrategia. No obstante, una buena gestión estratégica tomaría la iniciativa y estimularía los procesos de investigación y conocimiento desde el primer tramo, para que todo el “itinerario” sirviera para madurar el modelo de gestión. En todo caso, la gestión, que corresponde a responsables públicos y personal de sus instituciones, debe orientarse a la efectiva entrega a la sociedad de bienes y servicios culturales. Esta entrega debe ser permanente, y la renovación de sus dotaciones exige el reinicio del proceso de cinco tramos tantas veces como sea necesario. Esa distribución de bienes y servicios culturales es la que permite que podamos considerar “patrimonio” al elemento, bien o recurso en torno al cual se ha desencadenado el proceso.

    De esta exposición en cinco tramos podría deducirse que cada uno de ellos “pertenece” a un grupo o colectivo diferente. No es así en absoluto. Son diferentes los retos y aptitudes necesarias para cumplir cada tramo correctamente. Pero nada impide que un investigador transite por el resto de los tramos, incluso en de la gestión, incorporándose a consejos asesores, fundaciones u organismos de participación social en la gestión patrimonial. Pero sería muy conveniente que reconociera que las aptitudes necesarias en cada tramo son distintas de las de la investigación y el conocimiento, para aliarse con quien pueda aportarlas o para adquirirlas con un proceso de formación y experiencia que no siempre es compatible con el mantenimiento de las tareas propias. En realidad, en cada tramo se necesita calidad, aportada por perfiles profesionales diferentes, pero el éxito de estos procesos depende mucho del liderazgo, de la capacidad de trabajar en equipo, de humildad, compromiso, entusiasmo y muchas ganas de aprender. Las dos condiciones necesarias para que ese liderazgo sea funcional son la conexión con la estrategia de gestión, y la cualidad transdisciplinar, que se consigue habiendo pasado por todos los tramos y sabiendo con quién hay que contar para cada proyecto.

    Bosquejo planimétrico (minuta cartográfica) del área de Sierra Almagrera. Año 1900.


    6  Reflexión final

    Cuando comparto alguno de estos acercamientos críticos al desempeño de actividades profesionales avanzadas, con frecuencia quienes se reconocen en la frustración suelen hacerme unos comentarios o preguntas recurrentes, como las siguientes.

    Si, pero, es que eso es muy difícil”.

    Pero ¿conoces algún sitio donde se hagan estas cosas bien?”

    Entonces, ¿qué necesitamos para hacer las cosas correctamente?”

    ¿De quién es la culpa?”

    Siendo como somos, nunca vamos a mejorar”.

    Preguntas y comentarios que no estoy en condiciones de responder satisfactoriamente. A duras penas, acierto a trasladar algunas de mis convicciones, que no creo que convenzan a quienes quieren una solución, pero ya!

    No creo que existan sociedades malditas, o invalidadas por la historia para la realización colectiva. Sin embargo, es evidente la existencia de gradientes civilizatorios, que determinan diferentes condiciones de posibilidad. Ese y no otro es el propósito de la gestión cultural: la adquisición de herramientas, métodos de trabajo y habilidades para estar más preparados para la incertidumbre y la complejidad. Los tiempos no parecen demasiado propicios para una reivindicación de lo colectivo, de la comunidad. Sin embargo, ese es el camino que debemos transitar y que exigirá de cada uno su mejor aportación. He tenido oportunidad de constatar que en nuestra sociedad (sea cual sea la escala de observación), hay capacidades suficientes para enfrentarse y superar retos exigentes. Seguramente, no tenemos un problema de capacidades individuales, sino de una organización colectiva que permita utilizarlas adecuadamente, y que genere los incentivos necesarios para que se integren en proyectos cohesionadores. Pero esa organización colectiva tenemos que construirla nosotros. El desestimiento no es una opción.