sábado, 6 de julio de 2019

Almería: la posibilidad de una isla



La identidad y personalidad geográfica de Almería ha sido apreciada por propios y extraños a lo largo del tiempo. La mirada de los viajeros y sus impresiones pueden consultarse en la magnífica obra “Almería vista por los viajeros. De Münzer a Pemán (1494-1958)”, publicada por el IEA (LENTISCO, J.D., MARTÍNEZ, M.D., SEGURA, M.D. y ÚBEDA, R.M.)
Meridional, oriental, africana, levantina, colonial, aislada... son los atributos con los que más frecuentemente se intenta resolver el estupor que provoca nuestra singularidad. Aquí vamos a detenernos en nuestro aislamiento, o insularidad.
Hace unos días, Andrés Sánchez Picón, con quien me une una entrañable y larga amistad, publicaba en la página de CALiFAl (Contra el Abandono de las Líneas Ferroviarias Almerienses) un post donde, en el contexto de la preocupación por la escasa respuesta a la última convocatoria de la Mesa del Ferrocarril, introducía una cuestión táctica: la consideración de Almería como isla, para la aplicación del régimen especial tarifario del que se benefician los habitantes de territorios genuinamente insulares (Canarias, Baleares) o ultramarinos (Ceuta, Melilla). En el hilo de comentarios a la publicación, que merece la pena leer con atención para apreciar el “estado de la cuestión”, publiqué: “Ya lo decía Houellebecq: la posibilidad de una isla”. Miguel Moya Guirado, con quien comparto paisaje desde la infancia, se sumó al hilo de comentarios, con una apelación directa a que hiciera públicas mis reflexiones sobre la insularidad de Almería. En seguida dí por aceptado el reto, y con esta publicación en mi blog pretendo atender esa petición de Miguel.
El humorista gráfico Arranz ha publicado recientemente un divertido mapa, que llama la atención acerca del creciente aislamiento de la provincia. Sobre la misma idea, en 2018 publicó otro lúcido acercamiento a la cuestión.



La condición insular de Almería ha de entenderse, como es lógico, de una forma metafórica. Pero es una metáfora poderosa que puede esclarecer algunos aspectos importantes de nuestra condición territorial.

1.- Las relaciones históricas con el exterior se han producido en Almería por vía marítima. Esta es una condición muy mediterránea, mar que ha sido calificado como “fortificado por montañas”. En el caso de Almería, esa fortificación es especialmente exhaustiva, y está compuesta por varias murallas defensivas (las sierras), con sus correspondientes fosos (valles). Si lo que crea la insularidad normal es el mar, la metafórica insularidad almeriense está causada, además, por un mar de montañas.
Me aseguran que no hay nada interesante que ver por tierra de aquí [Almería] a Cartagena; serían necesarios tres días al menos para llegar allí a caballo y el campo es tan desolado como el que he visto desde Adra hasta aquí. Por ello, y a pesar de mi horror por el mar, voy a embarcar esta tarde y estaré mañana a las cinco de la mañana en Cartagena” (Josephine de Brinckmann, 1850)”.
2.- A pesar de las dificultades que el relieve crea para la movilidad, ese mar de montañas ha estado muy poblado en tiempos. En especial, a lo largo del XIX, la distribución de la población provincial era mucho más homogénea, y se organizaba en un sistema de núcleos cabeceras comarcales, con una población similar. Siendo precisos, más que de una insularidad almerienses, habría que hablar en esa época de un archipiélago.
3.- Nuestra insularidad no es solo física. El aislamiento es consecuencia de la distribución espacial de la población, de la dotación de factores productivos, del capital territorial acumulado, y de las condiciones generales de conectividad y accesibilidad, es decir, de las infraestructuras y servicios de transporte (llamo la atención sobre la necesidad de diferenciarlos, en lo que me extenderé más adelante). Como todos estos factores territoriales son cambiantes, también lo es nuestra condición insular. El análisis de su evolución histórica puede ser revelador.

"Mapas de calor" de la distribución de la población almeriense 1860-2018. Elaboración propia
4.- El modelo productivo almeriense se ha basado desde el neolítico en laderas metálicas y fondos de valle irrigados. Como toda economía insular, la nuestra es exportadora, seguramente porque no nos queda más remedio (no existe un mercado local que pueda absorber nuestras producciones).

5.- Cada uno de nuestros ciclos productivos, de base exportadora, ha contado con una estructura diferente de factores (tecnológicos, de capital, de gestión de mercados). La dependencia de factores externos y la vulnerabilidad ante circunstancias geopolíticas ha sido, no obstante, una constante que podemos considerar estructural, y que explica su carácter cíclico. La clave de todos estos ciclos ha sido el transporte desde las laderas del interior a los puertos o embarcaderos. Todo muy insular.
Instalaciones de transporte minero. Elaboración propia

6.- Desde mediados del siglo XX, comienzan a reordenarse los factores territoriales en una nueva fase, para la que resultan inservibles algunas de las viejas infraestructuras, que, por lo demás, se encontraban ya en avanzado estado de abandono. En esta nueva fase, se van a producir mutaciones trascendentales, que matizan en buena medida la condición insular de Almería.
7.- En la configuración actual de nuestra isla, tres procesos, de distinta escala y naturaleza, juegan un papel destacado.
  • El ajuste del modelo territorial almeriense, con un vuelco hacia la costa que ha agudizado el gran vacío del sureste. La isla es cada vez más isla, pero con mayor densidad de población, lo que explica el auge de la oferta terciaria, y, sobre todo, su localización. La búsqueda de emplazamientos junto a los enlaces de la E-15 desde Vícar hasta Almería por parte de operadores de suelo terciario y de las empresas que lo ocupan, evidencia la existencia de un mercado unitario del complejo urbano Almería-Poniente, que cuenta con unos 500.000 habitantes, y con una crecida población estival.
El gran vacío del sureste. Elaboración propia


  • La mejora de las infraestructuras viarias, y en especial, las autovías, ha venido a paliar la insularidad (los tiempos de desplazamiento a destinos lejanos se han acortado), pero no ha tenido ningún efecto en una mejor articulación del territorio, ni en frenar las pérdidas poblacionales de las zonas por las que discurren. Tampoco han tenido un efecto especial en la mejora de las posiciones competitivas de las distintas empresas y actividades. Está claro que las condiciones del transporte por carretera de los productos de exportación ha mejorado, pero sobre estas formas de transporte se ciernen distintas amenazas, relacionadas con los problemas ambientales que generan. No hay que olvidar que contar con autovías fue durante años la gran reivindicación de los agentes locales, mediante un discurso que sugería que no era posible el desarrollo de este territorio sin dichas infraestructuras, con un peligroso deslizamiento o “derrape” conceptual hacia otro postulado, ya directamente falaz, según el cual las autovías traerían el desarrollo, por sí mismas. Siguiendo la lógica metafórica de este post podríamos afirmar que las autovías han acercado la isla al continente, pero no han acabado con la insularidad, puesto que esta insularidad tiene más que ver con el vacío que rodea a la isla que con el tiempo que se tarda en cruzarlo.
Monumento a la desolación. Antigua señal de carretera en las 
proximidades del Mini Hollywood. Tabernas. (desaparecida)

  •   Tras el atentado de las Torres Gemelas, la potencia hegemónica del mundo occidental decretó una lucha “contra el infiel”, que ha tenido terribles efectos en el establecimiento de una frontera caliente norte-sur en el Mediterráneo. Los países y los territorios ribereños sufrimos esta discontinuidad geopolítica. En España, además, llueve sobre mojado, por los recelos evidentes de nuestra sociedad hacia el Magreb, que ha limitado tradicionalmente el desarrollo de un papel beneficioso en la organización de los intercambios (flujos de personas, de capital, de tecnología), y, en especial, de las estrategias de desarrollo de los vecinos del sur. Nuestra isla es especialmente hemipléjica, como consecuencia de nuestros prejuicios y del nuevo mapa geopolítico. Nuestra isla se acerca al continente europeo, pero se aleja del africano.
Mediterráneo occidental y mar de Alborán. Elaboración propia

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Este artículo se origina en el contexto de una inflexión en el movimiento reivindicativo pro-ferrocarril, tras una respuesta no satisfactoria a una convocatoria de protesta. Es un buen momento para reflexionar sobre las distintas cuestiones que gravitan en torno a la justa reivindicación de mejora de los servicios ferroviarios en la provincia, y, en especial, en cómo opera nuestra insularidad ante los retos contemporáneos de orientación estratégica.

Si hubiera que resumir la posición colectiva sobre estas cuestiones, lo primero a destacar es que no se reconoce la “insularidad” de Almería. Sí se admite el aislamiento, aunque se achaca únicamente al déficit de infraestructuras, lo que explica la insistencia en la reivindicación.

La reivindicación ferroviaria es mucho más matizada y rica que la que en su día se desplegó en torno a las autovías, pero hereda de ella algunos elementos estructurales, que habría que revisar. Al menos en lo que se refiere a un efecto “lisérgico” o estupefaciente, que, en todo caso, resulta desmovilizador: las plataformas reivindicativas refuerzan la idea de que lo único que nos separa de la redención es un déficit de inversión pública. Indirecta e involuntariamente, están trasladando la idea de que nada más debemos hacer, puesto que ese aislamiento por desatención es nuestra única debilidad. Al centrarnos en ese enfoque reivindicativo, estamos situando nuestra redención en el campo de las asignaciones presupuestarias, en definitiva, en el de las voluntades de los gestores públicos. Y aquí es donde empiezan a funcionar las terminales locales de los partidos políticos, jaleadas por los medios de comunicación, en un permanente espectáculo de regate corto y oportunismo, que resulta sumamente desalentador, y promueve el desestimiento.

Masiva manifestación convocada por la Mesa del Ferrocarril. 22 Junio 2017

Se me antoja que una buena labor que deberían asumir las plataformas reivindicativas es la de cualificar la percepción social sobre los modelos de movilidad, sus costes, y la adecuación a diferentes estrategias territoriales. Al menos, deberían clarificar los siguientes puntos, que presento aquí como “catálogo de inquietudes”

  • En este punto, hay que insistir en la diferencia entre las infraestructuras y los servicios de transporte. Clamamos por unas infraestructuras a las que asignamos efectos mágicos, no solo en cuanto al desarrollo económico, sino en su capacidad de ofrecer servicios universales y a bajo precio. Sin embargo, las infraestructuras insulares son caras, y, por lo general, los servicios que ofrecen son limitados y a un coste alto, que solo resulta paliado si existe una bonificación vía presupuestos. Esta es la cuestión que plantea Andrés Sánchez Picón, llamando así la atención sobre la necesidad de tirar de imaginación para mejorar la capacidad de convocatoria y movilización de la Mesa del Ferrocarril.
  • La indefinición del “modelo ferroviario” almeriense resulta muy inquietante. Cuando el movimiento reivindicativo llevaba ya un buen trecho recorrido, sale a la luz la cuestión de que una vía para AVE no puede utilizarse para mercancías, y, evidentemente, se encienden todas las alarmas. A nadie se le escapa que nuestra prioridad es la exportación, por lo que constatar el riesgo de que costosísimas inversiones no solucionen nuestra principal prioridad, causa desazón. En mi opinión, no se trata tanto de una falta de planificación ferroviaria, sino de que haya madurado una reivindicación sin una reflexión previa sobre la estrategia de desarrollo, y el modelo de movilidad y transporte propio de esa estrategia.
  • Lo mismo podría decirse acerca de si la reivindicación debe orientarse a un modelo AVE+ mercancías en las dos líneas (Granada y Murcia), o si sería suficiente con una mejora de los servicios ferroviarios sobre la línea existente y una buena ejecución de la nueva. Tampoco queda claro qué prioridad deberíamos asignar a una buena articulación interior mediante cercanías (Poniente, Bajo Andarax, Níjar) respecto a la conexión con el exterior.
  • Resultan rocambolescas las ocurrencias sobre intercambiadores, plataformas logísticas y puertos secos, sobre todo cuando el margen de negociación en el precio de nuestras producciones se achica, y la distancia entre las zonas productoras y los mercados consumidores parece decretar nuestro periferismo y dependencia. Necesitamos una estrategia que permita garantizar nuestros márgenes. Esa estrategia es la que nos indicará qué aparato logístico necesitamos. Es más que previsible que la estrategia deba adaptarse a momentos y situaciones de mercado distintas. La flexibilidad es crucial para nuestra sostenibilidad comercial a largo plazo. No parece que sea una cuestión que un equipamiento logístico pesado y rígido vaya a solucionar.
  • Para finalizar este catálogo de inquietudes, la cuestión portuaria, crucial en un contexto insular, no arroja muchas más certezas. Además de las disfunciones urbanísticas actuales en la ciudad de Almería, se antoja muy problemática la conexión puerto-ferrocarril, y, en todo caso, difícil de entender si parece apostarse por una solución de puerto seco. El proyecto Puerto-Ciudad a duras penas oculta una operación de suelo que puede complicar mucho las ya precarias condiciones de movilidad del frente costero de la ciudad.

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Es fácil concluir que, además de un déficit de infraestructuras de transporte terrestre, tenemos un déficit de organización colectiva, una notoria falta de documentación sobre las opciones, y carecemos de una posición estratégica, o de una metodología para adquirirla, superando nuestras debilidades. En resumen, nuestra sociedad insular tiene un problema de gobernanza, y, muy especialmente, de liderazgo. La red de oligarquías isleñas que se ha ido desarrollando al calor de los “éxitos” económicos almerienses, carece de un proyecto estratégico y de capacidad movilizadora. No los necesita, puesto que estamos hablando de élites de negocio. De hecho, recela de ellos, ya que aprecia el potencial desestabilizador de una movilización organizada. La orfandad de liderazgo es la consecuencia de una auténtica institucionalización de la mediocridad, y ésta, a su vez, puede considerarse la forma de protección de las élites económicas y de negocio locales (la paradójica y negativa consecuencia de un modelo de desarrollo endógeno).

Incomprensiblemente, seguimos justificando el desbordamiento y la enajenación que sufren nuestras principales actividades económicas con relatos anacrónicos que aluden a esfuerzos familiares, a economías sociales o redistribuidoras. Parecería, en definitiva, que nuestra actitud reivindicativa tiene más que ver con el agravio que con la perspicacia, más con el despecho que con la inteligencia, y, desde luego, más con el querer ser iguales que con tener unos objetivos autónomos y documentados.

Sin embargo, la evidencia nos muestra que si queremos ser iguales, tenemos que esforzarnos más que los demás. Si tenemos las mismas dotaciones que nuestros vecinos o conciudadanos, nuestra posición en el mapa y nuestra insularidad nos penalizarán. Nuestra equiparación no se logrará si solo contamos con la inversión pública. Requiere lo mejor de nosotros mismos, y un marco institucional que promueva el talento, la diferenciación y la innovación. Ya hemos dado muestras en el pasado de esas capacidades, por lo que no resulta fácil comprender el desestimiento generalizado y nuestra crónica falta de ambición.

Todo ello debería partir de una aceptación crítica de nuestra condición insular, para integrarla en nuestras estrategias de realización colectiva. En consecuencia, deberíamos pensar menos en grandísimas inversiones públicas, que atenuarán nuestra insularidad, pero no la solucionarán. Deberíamos pensar más en lo que nos corresponde en exclusiva, en superar las debilidades que están en nuestra mano, fomentando la organización interna, promoviendo liderazgos de proyecto, elaborando una estrategia orientada a la cohesión y la participación, y, sobre todo, que cambie la tendencia a institucionalizar una mediocridad que promueve el desestimiento, por una dinámica de compromiso y movilización.

Ese es el reto de la sociedad civil, del movimiento ciudadano.
Es la superación de esas debilidades la que dará nuestra medida, por la que merece la pena esforzarse, y la que nos permitirá fundar una identidad colectiva viable y exigente. No estamos malditos. Solo aislados. Tenemos una posibilidad: la posibilidad de una isla.

lunes, 4 de junio de 2018

La mirada liberadora



Este escrito se inspira en el titular de la noticia con el que La Vanguardia se hacía eco del homenaje que se dio a Juan Goytisolo en la pasada Feria Internacional del Libro de Guadalajara (Mx): “El maestro que luchó contra la mediocridad con mirada libre”.

Ayer se cumplía el primer aniversario de la muerte de Juan Goytisolo, y quiero aprovechar su recuerdo para reflexionar sobre miradas y libertad, sobre mi deuda, personal  y como almeriense, con el escritor que buscó el sur.

El titular de la Vanguardia resulta una auténtica guía, un índice para repensar Goytisolo, para echar una nueva ojeada sobre el espejo que nos regaló para que fuéramos observando los cambios de nuestra mirada.

Maestro, lucha contra la mediocridad, mirada, libertad.

Tengo para mí que la principal contribución de Goytisolo a Almería ha sido la fundación de una conciencia del paisaje, de una ética de la mirada, cuando lo que queda es buscar con ahínco la porosidad del infierno.

A la comprensión de la mirada como gran construcción cultural de la modernidad he dedicado mis mejores afanes, y, si repaso los principales hitos de esa indagación personal, me encuentro siempre a Goytisolo, tan atractivo e inexorable como el monolito de "2001...".

Entre las muchas lecciones de dignidad que nos dejó, me gusta destacar la más sutil, y, por tanto, potente: el orgullo del perdedor que sabe que la única victoria posible es la elegancia.

Un maestro sabio que podría haber definido la vida como una lucha necesaria contra la mediocridad, alertándonos de su peligrosa condición: apela a nuestra vanidad para que la creamos un dato del paisaje sobre el que brillar, cuando es en realidad una fuerza agresiva y expansiva a la que hay que combatir, como condición de supervivencia.

De entre las distinciones que cosechó en nuestra tierra (Hijo Adoptivo en Níjar en los '80, Vecino de Honor en la Chanca, persona non grata en Níjar durante el franquismo, idéntica declaración se propuso en la junta de portavoces del Ayuntamiento de El Ejido, aunque no llegó a hacerse oficial, a tenor de los informes municipales), estoy seguro de que prefería éstas últimas. Su ancestral instinto acerca de la imprescindible incomodidad que debe generar un intelectual avala mi arriesgada apreciación. También sus referencias a los reconocimientos académicos, expresadas en el discurso de aceptación del Premio Cervantes.

Sus preferencias, por la diversidad, por la superioridad de la mirada desde la periferia, por el riesgo creativo de sus propuestas literarias, nos hablan de un moderno alfaqueque, de un auténtico héroe de frontera.

Nos enseñó a mirar, estableciendo las dos categorías que definen nuestro paisaje, y, en parte, a nosotros mismos: belleza y violencia.

Ahora que la barcaza ha detenido su curso y se ha convertido en permanente baliza, cabe agradecerle su ejemplo de libertad, el sentido de su búsqueda, y la necesaria ambición de perseguirla.

martes, 8 de mayo de 2018

Vuelve el juego de Cañas a la Plaza Vieja


En un arrebato de filantropía y demofilia, me propongo usar el “debate” actual en torno a la Plaza Vieja para extraer algunas conclusiones sobre la toma de decisiones en la ciudad y su control democrático, que nos permitan madurar, aprender y mejorar colectivamente.


Uno de los nombres históricos de la Plaza Vieja es el de “Plaza del Juego de Cañas”. El juego de cañas era un “deporte”-espectáculo, emparentado con los torneos y con las representaciones de moros y cristianos, en la que dos bandos a caballo, ataviados unos a la morisca y otros al estilo castellano, se arrojaban cañas que el adversario intentaba esquivar o parar con la adarga (escudo). Los interesados en saber más de este juego, pueden encontrar aquí un artículo muy interesante. Si en ocasiones se ha reflexionado sobre el deporte como metáfora más o menos incruenta de la guerra, en el juego de cañas esa dimensión metafórica se desvanece, adquiriendo la condición de trasunto.



Lo que me interesa destacar en este artículo es que los términos  y la forma de desarrollarse  la polémica en torno a la Plaza Vieja se asemejan mucho a un juego de cañas. Tiene poco de deportivo y mucho de bélico.

Es obligado clarificar mi posición en la polémica. Para ello, es necesario advertir un inevitable desdoblamiento. Como ciudadano, tengo una posición que sale de mi instinto, de mis preferencias, de mi “lectura” personal de esta pieza urbana. Esa posición como ciudadano me ha hecho firmar contra la deforestación de la plaza, y manifestarme claramente a favor de la permanencia del pingurucho en ese espacio. Mi posición personal es tan diáfana como el modelo de plaza del proyecto que el Ayuntamiento pretende impulsar, aunque apunte en una dirección opuesta.



Como profesional, en cambio, lo que me preocupa no es tanto el modelo concreto de la plaza, que, como sabemos, ha ido cambiando a lo largo del tiempo. Me interesa mucho más analizar el “metabolismo” de la decisión, sus múltiples implicaciones, las intenciones y objetivos del proyecto, la interpretación de esas complejas cuestiones por parte de la población, y, sobre todo, cómo se produce el posicionamiento de los distintos actores y la concurrencia de argumentos y/o exabruptos que acaban configurando el marco del debate.

La forma tan violenta, tan simple, de formalizarse los “bandos” en conflicto nos alerta de una condición problemática de nuestra organización colectiva. Nuestro problema no es cómo será la Plaza Vieja en el futuro. Nuestro problema es cómo somos nosotros mismos.

Da la sensación de que los motivos reales de cada uno de los que concurren a la polémica no se hacen explícitos. En su lugar, se improvisan razonamientos o argumentos de los que poco importa que rocen el esperpento. Su utilidad es la de impostar o distraer de los auténticos motivos. Por no hablar de la utilización oportunista de cualquier argumento que contenga la capacidad de acercarnos a nuestros propósitos, formulados antes del debate, y tan opacos como inasequibles al desaliento.

Todo esto compone un escenario truculento, que no anuncia nada bueno respecto a la capacidad colectiva de crecer, aprender  y extraer experiencias enriquecedoras al calor de la polémica.

Cómo debería organizarse un debate de este calado.

Deberíamos saber identificar y separar las distintas escalas significativas de la cuestión: la de estructura urbana, la de la formalización de un borde urbano singular y la de la ordenación interna del espacio.

La primera apuntaría al necesario reequilibrio de una ciudad a la fuga, o como reforzar las funciones urbanas del centro histórico, para preservar su valor de núcleo identitario de todos los almerienses.



Este reequilibrio cuenta con una gran oportunidad: el parque de la Hoya, el cerro de San Cristóbal y una nueva relación ciudad-conjunto monumental de la Alcazaba como piezas clave en la formalización de un borde urbano de calidad. La plaza Vieja no puede ser indiferente a esta oportunidad.



Por último, el diseño interno del espacio debería resolver sus propias exigencias en el marco de una posición argumentada respecto a  las dos escalas anteriores. Como esto no se ha hecho así, se quiere atribuir al diseño de la plaza supuestos efectos benéficos sobre el centro histórico, lo que es de todo punto desenfocado y, nunca mejor dicho, fuera de escala.

El resultado es que se hurtan al debate los elementos de escala que podrían orientar el mejor diseño de este espacio. Inevitablemente, el debate cristaliza en torno a aspectos que, en un acercamiento racional al asunto, quedarían relegados a un papel secundario.

Cañas y adargas. Un repaso al argumentario

El intercambio de cañazos y adargazos nos está proporcionando un espectáculo tragicómico, con momentos realmente divertidos.

No deja de ser gracioso ver al pensamiento progresista movilizarse para que todo siga igual, mientras que los conservadores justifican la radicalidad de la intervención en aras de una supuesta modernidad. Se cumple así el principio de la complejidad que indica que cuando un asunto se aborda desde la irracionalidad, se produce siempre una inversión de papeles.

El simbolismo del pingurucho apareció fugazmente al principio de la cristalización del debate, para desaparecer en seguida a favor de un debate sobre las sombras. Supongo que es consecuencia del vértigo al asomarse al abismo. La lucha por la libertad, fundacional  y cohesionadora en la mayoría de los países con regímenes políticos avanzados, sigue siendo conflictiva en el nuestro, lo que nos califica como una comunidad con inquietantes permanencias premodernas.



Ya que el tema no se centró en las luces (la Ilustración, el enciclopedismo, el liberalismo, los valores republicanos), acabó centrándose en las sombras.

Y aquí es donde parece situarse definitivamente el terreno de juego del debate y la movilización social. El papel de las sombras en un espacio urbano bajo un clima mediterráneo semiárido, con muchísimas horas de radiación solar, de las que hay que protegerse durante la mitad del año, mientras que se echan de menos la otra mitad.

No es una cuestión menor, pero en esta tampoco se produce un acercamiento racional y documentado. Las sombras también se pueden diseñar, aunque son una materia sutil y tornadiza. Pero son previsibles, y por eso se pueden tener en cuenta en las decisiones de diseño.

El pulso está ya establecido, y, en términos caricaturescos, podría definirse así: un núcleo social movilizado en la defensa de los árboles y del derecho a la sombra, apelando a una identidad almeriense irredenta (más árboles, más agua), contra unos dirigentes que, no contentos con sacarnos la manteca con sueldos envidiables, sucumben ante los cantos de sirena de la modernidad, o, simplemente, obedecen a su instinto de negocio pretendiendo privatizar las sombras.



Con independencia del previsible resultado de ese pulso, lo que debería preocuparnos es cómo dejamos pasar estas oportunidades únicas para formar ciudadanía, para madurar nuestras posiciones, para practicar el respeto por los argumentos del “otro”, y para desarrollar un cierto método que cualifique estos procesos.

Mientras tanto, seguimos asistiendo a un abigarrado muestrario de ignorancias (no saber, no saber que no se sabe… no saber quién sabe) y a una reiterada demostración de nuestra incapacidad para vivir con la complejidad.

martes, 5 de septiembre de 2017

¿Morir de éxito?


Desde hace un tiempo, se puede leer esta expresión referida a las crisis de desbordamiento turístico. Entiendo su eficacia mediática; en la paradoja que contiene la expresión hay una llamada de atención sobre las contradicciones propias de procesos complejos. Pero me parece muy desafortunada, por las razones que explicaré en este breve texto.

La expresión fue elevada a la categoría de recurso mediático por una intervención del entonces presidente del Gobierno, Felipe González, en noviembre de 1990, en el discurso de apertura del 32 Congreso del PSOE: “También se puede morir de éxito”. Entonces se interpretó como una llamada de atención acerca de los riesgos de desmovilización de su partido provocada supuestamente por los  éxitos de las instituciones gestionadas en su nombre.



Me centraré en los propósitos de este escrito. Por motivos personales y profesionales, me resulta especialmente irritante la expresión de marras cuando se aplica a la situación estival en Cabo de Gata (la costa de Níjar, para ser más preciso). A este espacio voy a referirme en este artículo.

Para empezar, no creo que estemos en riesgo de muerte, salvo que sea una expresión metafórica para referirse a la frustración al querer disfrutar del paraíso (gusto), y no conseguirlo porque todos los demás quieren hacerlo al mismo tiempo (muerte).

El exceso de dramatismo que contiene la expresión se refiere solo a las frustraciones estivales. Sin embargo, cualquier analista apuntaría a la desolación fuera de los periodos vacacionales como el auténtico riesgo de “muerte” de este territorio. Los medios reflejan un discurso dominado por miradas urbanas, vacacionales y ambientales. Pero el sesgo de esas miradas dificulta una comprensión cabal del fenómeno al que asistimos gradualmente desde hace al menos un par de décadas (son esas mismas miradas y motivaciones las que producen el desbordamiento).



Lo que tiene muy poca gracia es calificar como “éxito” a esta situación. La expresión parece dar la razón a quienes se obstinan en hacer una promoción genérica de este espacio tan singular; quienes, a veces con las mejores intenciones, contribuyen a un posicionamiento banal de tan valioso territorio. Un “éxito” medido por factores cuantitativos, y no cualitativos, en un espacio que no está dotado (ni debe estarlo, sin traicionarse) para albergar grandes contingentes. Un desbordamiento vacacional y una desolación el resto del año pueden calificarse de muchas maneras, pero, desde luego, no de éxito.

Les diré lo que, a mi entender, si contiene peligro de muerte y cuáles podrían ser las condiciones del éxito de este querido territorio.

Los principales factores de riesgo no vienen de la demanda externa, sino de la incapacidad interna. En el Plan de Gestión de la Movilidad Sostenible, en cuya redacción participé, se apuntaba un elemento central de diagnóstico que, como era de esperar, ha pasado completamente desapercibido para los actores responsables de la gestión de este espacio.



En la página 59, epígrafe 6.3. “La necesidad de nuevos espacios institucionales” queda claramente señalado que no tenemos una estrategia territorial para este espacio, ni existen espacios institucionales donde pueda darse. Dicho con la claridad que un documento público de planificación no puede permitirse: no sabemos gestionar este proceso complejo.

Esta incapacidad institucional, que refleja nuestras carencias colectivas, contribuye al proceso que sí contiene peligro de muerte: la enajenación. Esta enajenación se manifiesta en el predominio de población de origen externo, no vinculada con la historia territorial, su creciente orientación a los negocios turísticos, su sensación de que su administración es el Parque Natural, ante el repliegue de las administraciones civiles, en especial el Ayuntamiento.


La inusual, y un poco sobreactuada, presencia de una especie de “concejal de distrito” en la actual legislatura es una anomalía fruto de la pintoresca interpretación del pacto de legislatura que permitió la constitución del equipo de gobierno municipal. Pero, lamentablemente, esta singular presencia institucional no contribuye a la cohesión entre los nijareños de uno y otro lado de la Serrata: al contrario, acentúa la desconexión. El exponente más claro de esta enajenación es la delirante, y cada vez menos soterrada, aspiración de parte de esta población de segregarse del municipio de Níjar y constituir un “municipio del Parque”.


Cuando se plantea un problema complejo, como el de la movilidad, esta enajenación, junto con la disfuncionalidad institucional, acaban haciéndolo inabordable.

Cualquier equipo de gobierno municipal tiene siempre más estímulos para ocuparse de la zona del municipio donde se juega el destino electoral que de dejarse absorber por un problema muy exigente en la costa, lo que puede provocar recelos en esa zona central del municipio.


La administración del Parque Natural no tiene capacidad (sus profesionales son totalmente ajenos a la comprensión de esta problemática) ni atribuciones (las competencias en materia de movilidad son municipales). El hecho de que el Plan de Gestión de la Movilidad Sostenible fuera una iniciativa de la Delegación de Medio Ambiente y no del Ayuntamiento de Níjar ya es insólito. El que se “tramitara” ante la Junta Rectora del Parque, otra anomalía. Estas singularidades ya apuntaban la situación diagnosticada en el documento referido. Para apreciar el acierto de ese diagnóstico, solo hay que observar las torpes y descoordinadas acciones emprendidas por los distintos actores, y la agudización de las tendencias desbordantes.

El principal “peligro de muerte” de las promesas de este territorio es la falta de cohesión social, alentada por una estructura institucional claramente disfuncional.

Entre tanto, a falta de una orientación estratégica, tan prometedor territorio se va convirtiendo en un parque temático de la ocurrencia turística, jugando, en vano, a competir con otros destinos turísticos más maduros. En ese proceso de mercantilización que no reconoce la lógica de este territorio, resultan penalizadas las empresas que más se comprometen con la calidad y con una oferta diferenciada, mientras que sobreviven (a duras penas) las que solo entienden la singularidad de este sitio como penalidad.


¿Cuál sería el “éxito” de este territorio? Ciertamente, la superación de las debilidades apuntadas. Por utilizar las palabras textuales del Plan de Gestión de la Movilidad, sería contar con “una estrategia territorial en la que resulte comprensible y posible la armonización de las diferentes aspiraciones mediante un modelo de uso y disfrute del espacio coherente con sus valores, sostenible, económicamente viable y apoyado por la población (…) Es en el desarrollo de esa estrategia donde deben facilitarse una coordinación pública más allá de lo procedimental, que se refiera al establecimiento de los objetivos estratégicos y al análisis de su cumplimiento mediante indicadores, y una más eficaz e intensa comunicación y participación social”.


En definitiva, si estamos en riesgo de “muerte” no es por “éxito”, sino por incapacidad. El principal indicador de esa incapacidad es, precisamente, llamar “éxito” a una situación caracterizada por el desbordamiento y la enajenación. La superación de esa incapacidad solo puede venir de enfrentarse a los problemas complejos como una oportunidad para madurar, siendo generosos, rigurosos, y muy, muy didácticos.


viernes, 18 de agosto de 2017

Cortijo de la Unión. Patrimonio, memoria y olvido

Nos encontramos en plena conmemoración del 150 aniversario del nacimiento de Carmen de Burgos Seguí “Colombine”. Hace unos días, la Diputación Provincial, por medio de su responsable de Cultura, anunciaba en prensa una amplia programación para dar contenido a esa conmemoración. El Ayuntamiento de Níjar ha declarado 2017 como “Año de Carmen de Burgos”, atendiendo al especial enraizamiento nijareño de la autora almeriense, y también despliega distintas actividades en relación con esta efeméride.

No es difícil encontrar el nombre de Carmen de Burgos designando diferentes equipamientos públicos o en el callejero de nuestras ciudades y pueblos (el Paseo Marítimo de la ciudad de Almería lleva su nombre). 

Se producen reediciones de parte de su ingente obra, tanto por iniciativa pública como por meritorias editoriales privadas. 

Todo esto nos llevaría a pensar que hay una efectiva recuperación de su figura (vida y obra) y una reparación del ostracismo al que la condenaron los que no pueden entender que la diversidad de nuestro país es una de sus principales riquezas.

Lo cierto es que hemos convertido la memoria de Carmen de Burgos en una colección de estampas, de las que elegimos aquellas que encajan mejor con nuestras preferencias. Los tiempos que corren, presididos por la egolatría, la vanidad y el narcisismo, apuntalan esta tendencia. 

Cualquier cosa, menos recordar el tremendo sufrimiento por el que pasó, el valor que demostró sobreponiéndose a las adversidades, la presión social que sufrió en su ciudad natal, que desembocó en un exilio autoimpuesto, pero provocado. Todo sirve, menos recordar que su sensibilidad ante las injusticias y el profundo amor a su tierra la convierten en un auténtico referente moral, en un momento en el que es especialmente necesario contar con esos referentes para enfrentarnos a nuestros múltiples problemas como almerienses. ¿Cuáles serían los motivos de preocupación de Carmen de Burgos en la Almería actual? 

La voz de Carmen de Burgos forma parte del coro secular de visionarios, heterodoxos y rebeldes, con frecuencia marginados y olvidados, que han luchado con desigual fortuna por una modernización de España construida desde su propia identidad. Se diferencian de los modernizadores ortodoxos en que estos últimos preferían imitar o importar procesos e instituciones que habrían revelado su utilidad en otros países.

Todas estas reflexiones me asaltan en medio de la catarsis que me he impuesto como “celebración” personal del aniversario de Carmen de Burgos, que consiste en una nueva mirada sobre la vida y la obra de nuestra autora, más allá de las certezas repetidas y cortapegadas mil y una veces.
En esas tribulaciones andaba cuando, atendiendo a una petición de mi querido Antonio Sevillano, me dirigí al Cortijo de la Unión para facilitarle alguna imagen de esta finca, epicentro de la memoria infantil de nuestra autora, y presente en gran parte de los relatos que Colombine sitúa en el valle de Rodalquilar (Los inadaptados, El último contrabandista, El tesoro del castillo…). 

Deambulando entre las ruinas de lo que fue unos de los principales cortijos históricos del Valle de Rodalquilar, una serie de ideas, nuevas y antiguas, comparecieron, adquiriendo un cierto orden narrativo que me propongo compartir con mis animosos lectores.

El deterioro físico de los elementos materiales que soportan nuestra memoria es correlativo con el deterioro moral y la desorientación de la sociedad que los ha heredado (la nuestra).
En nuestra extraña sociedad, la reivindicación de cualquier elemento como patrimonio va orientada a su “elevación” a objeto administrativo, de la que, como sabemos, no se deriva mejora alguna de su condición real: un recurso patrimonial es aquel que contiene significados útiles para el reencuentro de la sociedad con sus antecedentes, con una explicación de lo que somos. Si no se produce ese reencuentro del significado con la conciencia de ser, ningún elemento formará parte del patrimonio, por muchas inscripciones o declaraciones que se sucedan.
El olvido del cortijo de la Unión, y sus múltiples significados; su no comparecencia entre los iconos de la reivindicación patrimonial por parte de instituciones y asociaciones, hablan muy elocuentemente del empobrecimiento de nuestra conciencia de ser. 

Es inevitable estremecerse ante la desigual atención dedicada al cortijo del Fraile y al cortijo de la Unión, tanto por parte de las Administraciones Públicas como por parte de los colectivos que lideran la reivindicación patrimonial. Al cortijo, al valle que lo alberga y a la propia memoria de Carmen de Burgos les pasa lo mismo: frecuentemente transitados, profundamente olvidados.

Carmen de Burgos ha sufrido muy diferentes ostracismos: en vida, el de su propia sociedad vernácula; durante el franquismo, mediante un intento de aniquilación de su memoria y obra; superado el franquismo, por la indiferencia cultural de una gran parte de la sociedad; en la actualidad, por la oquedad conmemorativa y la conversión de la autora en una colección de imágenes (estampas) de consumo rápido, que sustituyen a la profunda reflexión moral que Colombine nos proponía y nos propone.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Happy birthday, mr. Young


Ayer fue el cumpleaños de Neil Young.

Quiero celebrarlo ahora, que felizmente está con todos nosotros, creando, recreando, siendo él, promoviendo Pono (una forma de codificación digital de la música y un sistema de reproducción que busca recuperar el sonido analógico), intentando mejorar las maquetas ferroviarias, ayudando a Centros en los que se atiende a quienes, como su hijo Ben, tienen severos problemas de salud. Poniendo voz a muchas causas. Dando pistas acerca de cómo se construye una cosmovisión compleja desde mediados del siglo pasado.

Quiero celebrarlo ahora, cuando por una cuestión biológica indeclinable, nuestros referentes culturales mueren y en el tropel de las redes se confunden quienes sienten la pérdida de algo de ellos mismos con los que se apuntan (barato, barato) a un perfil o imagen que nunca cultivaron ni disfrutaron.

Todo hubiera pasado aunque no hubiera estado Neil. Pero no nos sería tan fácil de entender. Pero, eso sí, hay que intentar entenderlo en su propia lógica, no en la nuestra.

Antibelicismo, americanismo, indigenismo, ruralismo, ecologismo, hipismo. Etiquetas, que, como todas las representaciones reduccionistas, nos ayudan a comprender, pero no pueden explicarlo todo. Neil Young es un claro representante de todas estas sensibilidades, pero no hace bandera o pancarta de ellas. Lo demuestra como corresponde: con vida y obra.

Creo que Neil Young representa una lección de integridad, no porque no haya cometido errores, no porque siempre haya mantenido las mismas posiciones, sino porque hace las cosas con honestidad, con verdad, como tantos otros artistas, que lo son precisamente por eso. Esa honestidad que aprecio se compone de algunos valores que nos pueden servir de guía de visita a la aportación cultural de Neil Young.

Rebeldía. Motor city. Esa actitud de no conformarse con las cosas que no te parecen bien, sobre todo si van en contra de la ética de lo colectivo.
RiesgoHey, hey, my , my. La vida cerca de la crisis permanente. Es mejor quemarse de una vez que apagarse lentamente.
Raíces. Country home. Madre tierra. Exaltación de la vida rural.
Compromiso. Ohio.  No hay que dejar de hacer cosas que pueden perjudicarte, si crees que con ellas puedes ayudar a otros.
Libertad. Keep on rockin’ in the free world.  Para explorar los caminos, para equivocarse, para reentenderse, para no tener ataduras.
Amor. Cinnamon girl. Quienes hemos tenido a nuestra chica canela sabemos a lo que se refiere Neil.
Sensibilidad. Old man. La dedicó a Louis Avella, el cortijero de la finca que compró a los 24 años, tras el éxito de sus primeras obras.
Bondad. Heart of gold. Especialmente pegada a mi historia personal. Resonaba en mis oídos el año en que conocí Rodalquilar (1972)

Y ahora, el temazo de actualidad: ¿cuál es la posición política del amigo Neil?.
En una democracia madura, como la estadounidense, se producen cosas paradójicas a los ojos de un europeo del sur.
En primer lugar, no hay una única forma de ser de los USA. Sin tener la diversidad de identidades del continente europeo, propia del “espesor” de nuestro proceso histórico, en Estados Unidos conviven grupos sociales e identidades territoriales muy contrastadas entre la costa y el interior, entre el sur y el norte, entre la costa este y la oeste, entre las ciudades y el mundo rural. La cohesión, que no identidad, de los pueblos unidos bajo la forma institucional de USA, viene de lo que podríamos llamar una epopeya fundacional en tres actos: contra la metrópoli; contra la tiranía y la esclavitud; en la ocupación del territorio: independencia, libertad y cultura territorial.  
En segundo lugar, las elecciones presidenciales no cumplen exactamente el mismo papel de confrontación ideológica que en un país europeo como el nuestro. De hecho, se parecerían más a unas elecciones europeas, en el sentido de distancia, de lejanía, de espectáculo, de virtualidad. La democracia estadounidense se pone de manifiesto en la implicación ciudadana en las políticas locales, en el control de los representantes territoriales, en una posición ética ante los conflictos, en un alto pragmatismo en la definición de los propios intereses.
En tercer lugar, en estas elecciones concretas, una mayoría del electorado ha tenido que elegir entre dos opciones bastante odiosas: un multimillonario del sector inmobiliario con rasgos antisistema y poses o actitudes misóginas, racistas e intolerantes, contra una genuina representante de la élite política y económica, de la ortodoxia y la corrección política.
Ya conocemos el resultado, pero seguramente no estamos muy en condiciones de hacer un análisis de su significado. Y ello, porque a pesar de despreciar a los estadounidenses por su supuesta incultura y su ignorancia de las cosas del mundo, la nuestra respecto a los USA no es menor.
Neil Young ha apoyado firmemente a Bernie Sanders, que finalmente tuvo que ceder ante Hillary Clinton en la candidatura demócrata. Como antes había apoyado a Obama (hasta explícitamente, en un tema de su álbum Living with war, alegato contra Bush y la guerra de Iraq).
En los últimos tiempos, ha circulado por distintos medios digitales una foto de Young con Donald Trump (podéis verla en el enlace que se inserta más abajo). La foto, con un Trump que todavía no era candidato, corresponde con un acto en el que Donald se convirtió en inversor en Pono, la iniciativa de Young para recuperar los sonidos perdidos en la era digital.
Donald Trump eligió el Keep on rockin' in the free world como música de sus actos electorales, para desesperación de Neil Young, que llegó a insultarlo en alguna de sus actuaciones.
En ese mismo artículo, se aclara lo que en su día se dijo de su supuesto apoyo a Reagan.
Pero lo realmente importante de la proyección pública de Neil Young es su fidelidad a los valores a los que me refería en principio, y a su forma de manifestarlos en su escenario concreto. Ésta es la identidad política de Neil Young, la que debería importarnos. La de un canadiense que nunca ha querido nacionalizarse en las USA: su americanismo está por encima de las fronteras. La de un hippie que invierte sus primeras ganancias en un rancho y recrea todos los mitos rurales de la contracultura. La de un aficionado a las maquetas ferroviarias (el ferrocarril es la gran metáfora de la expansión hacia el oeste, y simboliza como ninguna otra cosa la dimensión territorial de la epopeya fundacional de los USA). La de un emprendedor con una batalla quijotesca contra los controladores de la distribución digital de la música. La de un aliado de la identidad y los derechos indígenas. La de un luchador por la libertad y los derechos civiles.
Y eso sin hablar de su música. Un gran tipo.