martes, 8 de mayo de 2018

Vuelve el juego de Cañas a la Plaza Vieja


En un arrebato de filantropía y demofilia, me propongo usar el “debate” actual en torno a la Plaza Vieja para extraer algunas conclusiones sobre la toma de decisiones en la ciudad y su control democrático, que nos permitan madurar, aprender y mejorar colectivamente.


Uno de los nombres históricos de la Plaza Vieja es el de “Plaza del Juego de Cañas”. El juego de cañas era un “deporte”-espectáculo, emparentado con los torneos y con las representaciones de moros y cristianos, en la que dos bandos a caballo, ataviados unos a la morisca y otros al estilo castellano, se arrojaban cañas que el adversario intentaba esquivar o parar con la adarga (escudo). Los interesados en saber más de este juego, pueden encontrar aquí un artículo muy interesante. Si en ocasiones se ha reflexionado sobre el deporte como metáfora más o menos incruenta de la guerra, en el juego de cañas esa dimensión metafórica se desvanece, adquiriendo la condición de trasunto.



Lo que me interesa destacar en este artículo es que los términos  y la forma de desarrollarse  la polémica en torno a la Plaza Vieja se asemejan mucho a un juego de cañas. Tiene poco de deportivo y mucho de bélico.

Es obligado clarificar mi posición en la polémica. Para ello, es necesario advertir un inevitable desdoblamiento. Como ciudadano, tengo una posición que sale de mi instinto, de mis preferencias, de mi “lectura” personal de esta pieza urbana. Esa posición como ciudadano me ha hecho firmar contra la deforestación de la plaza, y manifestarme claramente a favor de la permanencia del pingurucho en ese espacio. Mi posición personal es tan diáfana como el modelo de plaza del proyecto que el Ayuntamiento pretende impulsar, aunque apunte en una dirección opuesta.



Como profesional, en cambio, lo que me preocupa no es tanto el modelo concreto de la plaza, que, como sabemos, ha ido cambiando a lo largo del tiempo. Me interesa mucho más analizar el “metabolismo” de la decisión, sus múltiples implicaciones, las intenciones y objetivos del proyecto, la interpretación de esas complejas cuestiones por parte de la población, y, sobre todo, cómo se produce el posicionamiento de los distintos actores y la concurrencia de argumentos y/o exabruptos que acaban configurando el marco del debate.

La forma tan violenta, tan simple, de formalizarse los “bandos” en conflicto nos alerta de una condición problemática de nuestra organización colectiva. Nuestro problema no es cómo será la Plaza Vieja en el futuro. Nuestro problema es cómo somos nosotros mismos.

Da la sensación de que los motivos reales de cada uno de los que concurren a la polémica no se hacen explícitos. En su lugar, se improvisan razonamientos o argumentos de los que poco importa que rocen el esperpento. Su utilidad es la de impostar o distraer de los auténticos motivos. Por no hablar de la utilización oportunista de cualquier argumento que contenga la capacidad de acercarnos a nuestros propósitos, formulados antes del debate, y tan opacos como inasequibles al desaliento.

Todo esto compone un escenario truculento, que no anuncia nada bueno respecto a la capacidad colectiva de crecer, aprender  y extraer experiencias enriquecedoras al calor de la polémica.

Cómo debería organizarse un debate de este calado.

Deberíamos saber identificar y separar las distintas escalas significativas de la cuestión: la de estructura urbana, la de la formalización de un borde urbano singular y la de la ordenación interna del espacio.

La primera apuntaría al necesario reequilibrio de una ciudad a la fuga, o como reforzar las funciones urbanas del centro histórico, para preservar su valor de núcleo identitario de todos los almerienses.



Este reequilibrio cuenta con una gran oportunidad: el parque de la Hoya, el cerro de San Cristóbal y una nueva relación ciudad-conjunto monumental de la Alcazaba como piezas clave en la formalización de un borde urbano de calidad. La plaza Vieja no puede ser indiferente a esta oportunidad.



Por último, el diseño interno del espacio debería resolver sus propias exigencias en el marco de una posición argumentada respecto a  las dos escalas anteriores. Como esto no se ha hecho así, se quiere atribuir al diseño de la plaza supuestos efectos benéficos sobre el centro histórico, lo que es de todo punto desenfocado y, nunca mejor dicho, fuera de escala.

El resultado es que se hurtan al debate los elementos de escala que podrían orientar el mejor diseño de este espacio. Inevitablemente, el debate cristaliza en torno a aspectos que, en un acercamiento racional al asunto, quedarían relegados a un papel secundario.

Cañas y adargas. Un repaso al argumentario

El intercambio de cañazos y adargazos nos está proporcionando un espectáculo tragicómico, con momentos realmente divertidos.

No deja de ser gracioso ver al pensamiento progresista movilizarse para que todo siga igual, mientras que los conservadores justifican la radicalidad de la intervención en aras de una supuesta modernidad. Se cumple así el principio de la complejidad que indica que cuando un asunto se aborda desde la irracionalidad, se produce siempre una inversión de papeles.

El simbolismo del pingurucho apareció fugazmente al principio de la cristalización del debate, para desaparecer en seguida a favor de un debate sobre las sombras. Supongo que es consecuencia del vértigo al asomarse al abismo. La lucha por la libertad, fundacional  y cohesionadora en la mayoría de los países con regímenes políticos avanzados, sigue siendo conflictiva en el nuestro, lo que nos califica como una comunidad con inquietantes permanencias premodernas.



Ya que el tema no se centró en las luces (la Ilustración, el enciclopedismo, el liberalismo, los valores republicanos), acabó centrándose en las sombras.

Y aquí es donde parece situarse definitivamente el terreno de juego del debate y la movilización social. El papel de las sombras en un espacio urbano bajo un clima mediterráneo semiárido, con muchísimas horas de radiación solar, de las que hay que protegerse durante la mitad del año, mientras que se echan de menos la otra mitad.

No es una cuestión menor, pero en esta tampoco se produce un acercamiento racional y documentado. Las sombras también se pueden diseñar, aunque son una materia sutil y tornadiza. Pero son previsibles, y por eso se pueden tener en cuenta en las decisiones de diseño.

El pulso está ya establecido, y, en términos caricaturescos, podría definirse así: un núcleo social movilizado en la defensa de los árboles y del derecho a la sombra, apelando a una identidad almeriense irredenta (más árboles, más agua), contra unos dirigentes que, no contentos con sacarnos la manteca con sueldos envidiables, sucumben ante los cantos de sirena de la modernidad, o, simplemente, obedecen a su instinto de negocio pretendiendo privatizar las sombras.



Con independencia del previsible resultado de ese pulso, lo que debería preocuparnos es cómo dejamos pasar estas oportunidades únicas para formar ciudadanía, para madurar nuestras posiciones, para practicar el respeto por los argumentos del “otro”, y para desarrollar un cierto método que cualifique estos procesos.

Mientras tanto, seguimos asistiendo a un abigarrado muestrario de ignorancias (no saber, no saber que no se sabe… no saber quién sabe) y a una reiterada demostración de nuestra incapacidad para vivir con la complejidad.

martes, 5 de septiembre de 2017

¿Morir de éxito?


Desde hace un tiempo, se puede leer esta expresión referida a las crisis de desbordamiento turístico. Entiendo su eficacia mediática; en la paradoja que contiene la expresión hay una llamada de atención sobre las contradicciones propias de procesos complejos. Pero me parece muy desafortunada, por las razones que explicaré en este breve texto.

La expresión fue elevada a la categoría de recurso mediático por una intervención del entonces presidente del Gobierno, Felipe González, en noviembre de 1990, en el discurso de apertura del 32 Congreso del PSOE: “También se puede morir de éxito”. Entonces se interpretó como una llamada de atención acerca de los riesgos de desmovilización de su partido provocada supuestamente por los  éxitos de las instituciones gestionadas en su nombre.



Me centraré en los propósitos de este escrito. Por motivos personales y profesionales, me resulta especialmente irritante la expresión de marras cuando se aplica a la situación estival en Cabo de Gata (la costa de Níjar, para ser más preciso). A este espacio voy a referirme en este artículo.

Para empezar, no creo que estemos en riesgo de muerte, salvo que sea una expresión metafórica para referirse a la frustración al querer disfrutar del paraíso (gusto), y no conseguirlo porque todos los demás quieren hacerlo al mismo tiempo (muerte).

El exceso de dramatismo que contiene la expresión se refiere solo a las frustraciones estivales. Sin embargo, cualquier analista apuntaría a la desolación fuera de los periodos vacacionales como el auténtico riesgo de “muerte” de este territorio. Los medios reflejan un discurso dominado por miradas urbanas, vacacionales y ambientales. Pero el sesgo de esas miradas dificulta una comprensión cabal del fenómeno al que asistimos gradualmente desde hace al menos un par de décadas (son esas mismas miradas y motivaciones las que producen el desbordamiento).



Lo que tiene muy poca gracia es calificar como “éxito” a esta situación. La expresión parece dar la razón a quienes se obstinan en hacer una promoción genérica de este espacio tan singular; quienes, a veces con las mejores intenciones, contribuyen a un posicionamiento banal de tan valioso territorio. Un “éxito” medido por factores cuantitativos, y no cualitativos, en un espacio que no está dotado (ni debe estarlo, sin traicionarse) para albergar grandes contingentes. Un desbordamiento vacacional y una desolación el resto del año pueden calificarse de muchas maneras, pero, desde luego, no de éxito.

Les diré lo que, a mi entender, si contiene peligro de muerte y cuáles podrían ser las condiciones del éxito de este querido territorio.

Los principales factores de riesgo no vienen de la demanda externa, sino de la incapacidad interna. En el Plan de Gestión de la Movilidad Sostenible, en cuya redacción participé, se apuntaba un elemento central de diagnóstico que, como era de esperar, ha pasado completamente desapercibido para los actores responsables de la gestión de este espacio.



En la página 59, epígrafe 6.3. “La necesidad de nuevos espacios institucionales” queda claramente señalado que no tenemos una estrategia territorial para este espacio, ni existen espacios institucionales donde pueda darse. Dicho con la claridad que un documento público de planificación no puede permitirse: no sabemos gestionar este proceso complejo.

Esta incapacidad institucional, que refleja nuestras carencias colectivas, contribuye al proceso que sí contiene peligro de muerte: la enajenación. Esta enajenación se manifiesta en el predominio de población de origen externo, no vinculada con la historia territorial, su creciente orientación a los negocios turísticos, su sensación de que su administración es el Parque Natural, ante el repliegue de las administraciones civiles, en especial el Ayuntamiento.


La inusual, y un poco sobreactuada, presencia de una especie de “concejal de distrito” en la actual legislatura es una anomalía fruto de la pintoresca interpretación del pacto de legislatura que permitió la constitución del equipo de gobierno municipal. Pero, lamentablemente, esta singular presencia institucional no contribuye a la cohesión entre los nijareños de uno y otro lado de la Serrata: al contrario, acentúa la desconexión. El exponente más claro de esta enajenación es la delirante, y cada vez menos soterrada, aspiración de parte de esta población de segregarse del municipio de Níjar y constituir un “municipio del Parque”.


Cuando se plantea un problema complejo, como el de la movilidad, esta enajenación, junto con la disfuncionalidad institucional, acaban haciéndolo inabordable.

Cualquier equipo de gobierno municipal tiene siempre más estímulos para ocuparse de la zona del municipio donde se juega el destino electoral que de dejarse absorber por un problema muy exigente en la costa, lo que puede provocar recelos en esa zona central del municipio.


La administración del Parque Natural no tiene capacidad (sus profesionales son totalmente ajenos a la comprensión de esta problemática) ni atribuciones (las competencias en materia de movilidad son municipales). El hecho de que el Plan de Gestión de la Movilidad Sostenible fuera una iniciativa de la Delegación de Medio Ambiente y no del Ayuntamiento de Níjar ya es insólito. El que se “tramitara” ante la Junta Rectora del Parque, otra anomalía. Estas singularidades ya apuntaban la situación diagnosticada en el documento referido. Para apreciar el acierto de ese diagnóstico, solo hay que observar las torpes y descoordinadas acciones emprendidas por los distintos actores, y la agudización de las tendencias desbordantes.

El principal “peligro de muerte” de las promesas de este territorio es la falta de cohesión social, alentada por una estructura institucional claramente disfuncional.

Entre tanto, a falta de una orientación estratégica, tan prometedor territorio se va convirtiendo en un parque temático de la ocurrencia turística, jugando, en vano, a competir con otros destinos turísticos más maduros. En ese proceso de mercantilización que no reconoce la lógica de este territorio, resultan penalizadas las empresas que más se comprometen con la calidad y con una oferta diferenciada, mientras que sobreviven (a duras penas) las que solo entienden la singularidad de este sitio como penalidad.


¿Cuál sería el “éxito” de este territorio? Ciertamente, la superación de las debilidades apuntadas. Por utilizar las palabras textuales del Plan de Gestión de la Movilidad, sería contar con “una estrategia territorial en la que resulte comprensible y posible la armonización de las diferentes aspiraciones mediante un modelo de uso y disfrute del espacio coherente con sus valores, sostenible, económicamente viable y apoyado por la población (…) Es en el desarrollo de esa estrategia donde deben facilitarse una coordinación pública más allá de lo procedimental, que se refiera al establecimiento de los objetivos estratégicos y al análisis de su cumplimiento mediante indicadores, y una más eficaz e intensa comunicación y participación social”.


En definitiva, si estamos en riesgo de “muerte” no es por “éxito”, sino por incapacidad. El principal indicador de esa incapacidad es, precisamente, llamar “éxito” a una situación caracterizada por el desbordamiento y la enajenación. La superación de esa incapacidad solo puede venir de enfrentarse a los problemas complejos como una oportunidad para madurar, siendo generosos, rigurosos, y muy, muy didácticos.


viernes, 18 de agosto de 2017

Cortijo de la Unión. Patrimonio, memoria y olvido

Nos encontramos en plena conmemoración del 150 aniversario del nacimiento de Carmen de Burgos Seguí “Colombine”. Hace unos días, la Diputación Provincial, por medio de su responsable de Cultura, anunciaba en prensa una amplia programación para dar contenido a esa conmemoración. El Ayuntamiento de Níjar ha declarado 2017 como “Año de Carmen de Burgos”, atendiendo al especial enraizamiento nijareño de la autora almeriense, y también despliega distintas actividades en relación con esta efeméride.

No es difícil encontrar el nombre de Carmen de Burgos designando diferentes equipamientos públicos o en el callejero de nuestras ciudades y pueblos (el Paseo Marítimo de la ciudad de Almería lleva su nombre). 

Se producen reediciones de parte de su ingente obra, tanto por iniciativa pública como por meritorias editoriales privadas. 

Todo esto nos llevaría a pensar que hay una efectiva recuperación de su figura (vida y obra) y una reparación del ostracismo al que la condenaron los que no pueden entender que la diversidad de nuestro país es una de sus principales riquezas.

Lo cierto es que hemos convertido la memoria de Carmen de Burgos en una colección de estampas, de las que elegimos aquellas que encajan mejor con nuestras preferencias. Los tiempos que corren, presididos por la egolatría, la vanidad y el narcisismo, apuntalan esta tendencia. 

Cualquier cosa, menos recordar el tremendo sufrimiento por el que pasó, el valor que demostró sobreponiéndose a las adversidades, la presión social que sufrió en su ciudad natal, que desembocó en un exilio autoimpuesto, pero provocado. Todo sirve, menos recordar que su sensibilidad ante las injusticias y el profundo amor a su tierra la convierten en un auténtico referente moral, en un momento en el que es especialmente necesario contar con esos referentes para enfrentarnos a nuestros múltiples problemas como almerienses. ¿Cuáles serían los motivos de preocupación de Carmen de Burgos en la Almería actual? 

La voz de Carmen de Burgos forma parte del coro secular de visionarios, heterodoxos y rebeldes, con frecuencia marginados y olvidados, que han luchado con desigual fortuna por una modernización de España construida desde su propia identidad. Se diferencian de los modernizadores ortodoxos en que estos últimos preferían imitar o importar procesos e instituciones que habrían revelado su utilidad en otros países.

Todas estas reflexiones me asaltan en medio de la catarsis que me he impuesto como “celebración” personal del aniversario de Carmen de Burgos, que consiste en una nueva mirada sobre la vida y la obra de nuestra autora, más allá de las certezas repetidas y cortapegadas mil y una veces.
En esas tribulaciones andaba cuando, atendiendo a una petición de mi querido Antonio Sevillano, me dirigí al Cortijo de la Unión para facilitarle alguna imagen de esta finca, epicentro de la memoria infantil de nuestra autora, y presente en gran parte de los relatos que Colombine sitúa en el valle de Rodalquilar (Los inadaptados, El último contrabandista, El tesoro del castillo…). 

Deambulando entre las ruinas de lo que fue unos de los principales cortijos históricos del Valle de Rodalquilar, una serie de ideas, nuevas y antiguas, comparecieron, adquiriendo un cierto orden narrativo que me propongo compartir con mis animosos lectores.

El deterioro físico de los elementos materiales que soportan nuestra memoria es correlativo con el deterioro moral y la desorientación de la sociedad que los ha heredado (la nuestra).
En nuestra extraña sociedad, la reivindicación de cualquier elemento como patrimonio va orientada a su “elevación” a objeto administrativo, de la que, como sabemos, no se deriva mejora alguna de su condición real: un recurso patrimonial es aquel que contiene significados útiles para el reencuentro de la sociedad con sus antecedentes, con una explicación de lo que somos. Si no se produce ese reencuentro del significado con la conciencia de ser, ningún elemento formará parte del patrimonio, por muchas inscripciones o declaraciones que se sucedan.
El olvido del cortijo de la Unión, y sus múltiples significados; su no comparecencia entre los iconos de la reivindicación patrimonial por parte de instituciones y asociaciones, hablan muy elocuentemente del empobrecimiento de nuestra conciencia de ser. 

Es inevitable estremecerse ante la desigual atención dedicada al cortijo del Fraile y al cortijo de la Unión, tanto por parte de las Administraciones Públicas como por parte de los colectivos que lideran la reivindicación patrimonial. Al cortijo, al valle que lo alberga y a la propia memoria de Carmen de Burgos les pasa lo mismo: frecuentemente transitados, profundamente olvidados.

Carmen de Burgos ha sufrido muy diferentes ostracismos: en vida, el de su propia sociedad vernácula; durante el franquismo, mediante un intento de aniquilación de su memoria y obra; superado el franquismo, por la indiferencia cultural de una gran parte de la sociedad; en la actualidad, por la oquedad conmemorativa y la conversión de la autora en una colección de imágenes (estampas) de consumo rápido, que sustituyen a la profunda reflexión moral que Colombine nos proponía y nos propone.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Happy birthday, mr. Young


Ayer fue el cumpleaños de Neil Young.

Quiero celebrarlo ahora, que felizmente está con todos nosotros, creando, recreando, siendo él, promoviendo Pono (una forma de codificación digital de la música y un sistema de reproducción que busca recuperar el sonido analógico), intentando mejorar las maquetas ferroviarias, ayudando a Centros en los que se atiende a quienes, como su hijo Ben, tienen severos problemas de salud. Poniendo voz a muchas causas. Dando pistas acerca de cómo se construye una cosmovisión compleja desde mediados del siglo pasado.

Quiero celebrarlo ahora, cuando por una cuestión biológica indeclinable, nuestros referentes culturales mueren y en el tropel de las redes se confunden quienes sienten la pérdida de algo de ellos mismos con los que se apuntan (barato, barato) a un perfil o imagen que nunca cultivaron ni disfrutaron.

Todo hubiera pasado aunque no hubiera estado Neil. Pero no nos sería tan fácil de entender. Pero, eso sí, hay que intentar entenderlo en su propia lógica, no en la nuestra.

Antibelicismo, americanismo, indigenismo, ruralismo, ecologismo, hipismo. Etiquetas, que, como todas las representaciones reduccionistas, nos ayudan a comprender, pero no pueden explicarlo todo. Neil Young es un claro representante de todas estas sensibilidades, pero no hace bandera o pancarta de ellas. Lo demuestra como corresponde: con vida y obra.

Creo que Neil Young representa una lección de integridad, no porque no haya cometido errores, no porque siempre haya mantenido las mismas posiciones, sino porque hace las cosas con honestidad, con verdad, como tantos otros artistas, que lo son precisamente por eso. Esa honestidad que aprecio se compone de algunos valores que nos pueden servir de guía de visita a la aportación cultural de Neil Young.

Rebeldía. Motor city. Esa actitud de no conformarse con las cosas que no te parecen bien, sobre todo si van en contra de la ética de lo colectivo.
RiesgoHey, hey, my , my. La vida cerca de la crisis permanente. Es mejor quemarse de una vez que apagarse lentamente.
Raíces. Country home. Madre tierra. Exaltación de la vida rural.
Compromiso. Ohio.  No hay que dejar de hacer cosas que pueden perjudicarte, si crees que con ellas puedes ayudar a otros.
Libertad. Keep on rockin’ in the free world.  Para explorar los caminos, para equivocarse, para reentenderse, para no tener ataduras.
Amor. Cinnamon girl. Quienes hemos tenido a nuestra chica canela sabemos a lo que se refiere Neil.
Sensibilidad. Old man. La dedicó a Louis Avella, el cortijero de la finca que compró a los 24 años, tras el éxito de sus primeras obras.
Bondad. Heart of gold. Especialmente pegada a mi historia personal. Resonaba en mis oídos el año en que conocí Rodalquilar (1972)

Y ahora, el temazo de actualidad: ¿cuál es la posición política del amigo Neil?.
En una democracia madura, como la estadounidense, se producen cosas paradójicas a los ojos de un europeo del sur.
En primer lugar, no hay una única forma de ser de los USA. Sin tener la diversidad de identidades del continente europeo, propia del “espesor” de nuestro proceso histórico, en Estados Unidos conviven grupos sociales e identidades territoriales muy contrastadas entre la costa y el interior, entre el sur y el norte, entre la costa este y la oeste, entre las ciudades y el mundo rural. La cohesión, que no identidad, de los pueblos unidos bajo la forma institucional de USA, viene de lo que podríamos llamar una epopeya fundacional en tres actos: contra la metrópoli; contra la tiranía y la esclavitud; en la ocupación del territorio: independencia, libertad y cultura territorial.  
En segundo lugar, las elecciones presidenciales no cumplen exactamente el mismo papel de confrontación ideológica que en un país europeo como el nuestro. De hecho, se parecerían más a unas elecciones europeas, en el sentido de distancia, de lejanía, de espectáculo, de virtualidad. La democracia estadounidense se pone de manifiesto en la implicación ciudadana en las políticas locales, en el control de los representantes territoriales, en una posición ética ante los conflictos, en un alto pragmatismo en la definición de los propios intereses.
En tercer lugar, en estas elecciones concretas, una mayoría del electorado ha tenido que elegir entre dos opciones bastante odiosas: un multimillonario del sector inmobiliario con rasgos antisistema y poses o actitudes misóginas, racistas e intolerantes, contra una genuina representante de la élite política y económica, de la ortodoxia y la corrección política.
Ya conocemos el resultado, pero seguramente no estamos muy en condiciones de hacer un análisis de su significado. Y ello, porque a pesar de despreciar a los estadounidenses por su supuesta incultura y su ignorancia de las cosas del mundo, la nuestra respecto a los USA no es menor.
Neil Young ha apoyado firmemente a Bernie Sanders, que finalmente tuvo que ceder ante Hillary Clinton en la candidatura demócrata. Como antes había apoyado a Obama (hasta explícitamente, en un tema de su álbum Living with war, alegato contra Bush y la guerra de Iraq).
En los últimos tiempos, ha circulado por distintos medios digitales una foto de Young con Donald Trump (podéis verla en el enlace que se inserta más abajo). La foto, con un Trump que todavía no era candidato, corresponde con un acto en el que Donald se convirtió en inversor en Pono, la iniciativa de Young para recuperar los sonidos perdidos en la era digital.
Donald Trump eligió el Keep on rockin' in the free world como música de sus actos electorales, para desesperación de Neil Young, que llegó a insultarlo en alguna de sus actuaciones.
En ese mismo artículo, se aclara lo que en su día se dijo de su supuesto apoyo a Reagan.
Pero lo realmente importante de la proyección pública de Neil Young es su fidelidad a los valores a los que me refería en principio, y a su forma de manifestarlos en su escenario concreto. Ésta es la identidad política de Neil Young, la que debería importarnos. La de un canadiense que nunca ha querido nacionalizarse en las USA: su americanismo está por encima de las fronteras. La de un hippie que invierte sus primeras ganancias en un rancho y recrea todos los mitos rurales de la contracultura. La de un aficionado a las maquetas ferroviarias (el ferrocarril es la gran metáfora de la expansión hacia el oeste, y simboliza como ninguna otra cosa la dimensión territorial de la epopeya fundacional de los USA). La de un emprendedor con una batalla quijotesca contra los controladores de la distribución digital de la música. La de un aliado de la identidad y los derechos indígenas. La de un luchador por la libertad y los derechos civiles.
Y eso sin hablar de su música. Un gran tipo.

martes, 11 de octubre de 2016

El poder contra la política


Enseñanzas de un espectáculo deprimente

Cuando asistimos a acontecimientos que producen conmoción, inevitablemente volvemos a nuestras certezas para buscar consuelo a nuestra desazón. Esta es la primera reacción, que puede tornarse definitiva si no se encuentra estímulo o arsenal suficiente para una reflexión en profundidad, que pueda concluir en un cambio o matización de las posiciones previas.

Ese arsenal es el pensamiento crítico, motor del conocimiento y herramienta intelectual inexcusable para los que hemos sido iniciados en sus arcanos.

El deprimente espectáculo ofrecido  por el PSOE en un nada ejemplar relevo del Secretario General de la formación ha causado conmoción en el entorno del pensamiento progresista, al que pertenezco
.
Pero ¿qué conclusiones cabe extraer de dicho espectáculo? Sin duda, múltiples conclusiones: tal es la complejidad de la situación y de los factores que se dan cita en este momento crucial de nuestra historia.
Me voy a centrar en una, que se relaciona con una de mis líneas de pensamiento favoritas, lamentablemente poco presente en el entorno progresista al que vengo refiriéndome.

Esta línea de pensamiento es la que intenta desentrañar las complejas y peculiares relaciones entre el poder y la política, en nuestra cultura popular. Como el término “nuestra” es susceptible de escalas, precisaré que me refiero a la cultura política popular en el mundo mediterráneo, desde luego en España, pero mucho más visible y descarnada cuanto más te diriges hacia el sur. Es lo que denomino en algunos de mis escritos “gradiente de modernidad”, por el cual la conciencia ciudadana cambia notablemente, como consecuencia de las distintas experiencias históricas en torno al proceso modernizador.  Este gradiente norte-sur se da en todos los países mediterráneos de la ribera septentrional.

Según esta línea de pensamiento,  el “poder” se residencia en la superestructura de instituciones públicas, y, en especial, en las que tienen carácter ejecutivo o de gestión (los gobiernos y las administraciones públicas). Por una cuestión que podríamos denominar etológica, estas estructuras de poder manifiestan una natural tendencia a la oligarquización, por lo que la corrección de su rumbo –hacia la virtud- requiere un sistema de contrapesos, fiscalizaciones, tutelas y vigilancias, que en último término constituyen la esencia de la política democrática.
Por eso, todas las constituciones modernas proclaman los principios de libertad e igualdad, invocando un sujeto mayestático (nosotros, el pueblo…) como sujeto político del que proceden todas las legitimidades, y al que hay que servir y rendir cuentas.  ¿Todas?. No. La Constitución Española no se refiere al pueblo español como promotor de la constitución, sino a la Nación española. El pueblo español la refrenda, pero el sujeto político es la Nación española.

Me parece una expresión muy certera de nuestra anomalía democrática. Puesto que no existe un momento fundacional en el que todos los ciudadanos nos reconozcamos iguales y capaces de darnos normas de organización política (nosotros, el pueblo…), quien promueve la constitución es un ente abstracto (la nación), que simboliza la continuidad de las estructuras del Estado. Cuando algunos tratadistas afirman que la constitución es nacionalista española, invocando el art. 2, se olvidan de mirar quien es el sujeto político que la impulsa (en el preámbulo). Eso sí que es nacionalismo español.

Pero volvamos al propósito de este artículo.

La cuestión es que el modelo funciona razonablemente bien cuando existe una ciudadanía bien posicionada según lo que se espera en una sociedad democrática, de manera que las tentaciones oligárquicas queden reducidas a lo marginal.

Sin embargo, los procesos oligárquicos florecen y fructifican allí donde no hay una ciudadanía bien posicionada, allí donde las instituciones políticas son meras extensiones de poderes que no se someten al control democrático. Y es aquí donde se prolonga nuestra anomalía democrática.

Los progresistas meridionales, y en especial los andaluces, hemos asistido a un proceso paulatino, pero imparable, de absorción del PSOE por parte de las instituciones públicas. La conclusión es que el PSOE-A es una institución que ordena el acceso a los puestos del poder oligárquico, pero se demuestra incapaz de articular los proyectos colectivos, las aspiraciones ciudadanas. Es un partido político fallido.


Lo sucedido en el fatal fin de semana del Comité Federal es la consagración de este modo meridional de entender la relación entre el partido y el poder institucional. El triunfo de quien tiene control del poder institucional sobre los que tienen el poder de la legitimidad democrática y el apoyo de la militancia. El triunfo del poder sobre la política.

miércoles, 29 de junio de 2016

Nosotros mismos


Dos ámbitos de mi preocupación intelectual se han cruzado en los últimos días, ofreciéndome una perspectiva nueva, un “eureka”, que quiero compartir con vosotros. Debo anotar como elemento cristalizador de mis reflexiones la lectura del artículo “Campaña narcisista”, de Víctor Lapuente Giné, publicado en El País el 19 de junio y que compartí en mi espacio Facebook personal.

Estos dos ámbitos son el de la formación de la voluntad política en torno a proyectos de convivencia (mi actividad política, como prolongación de mi ciudadanía) y el de la organización de nuestro territorio, de nuestro espacio de vida (mi actividad profesional y pasional).

Representan dos manifestaciones de una única preocupación intelectual: el “cómo somos” en tanto que comunidad, como ciudadanos, como sujetos políticos. Y sobre todo, el “cómo somos” en tanto que punto de partida necesario para la construcción de proyectos colectivos.

Mis torpes aproximaciones a estas cuestiones tan apasionantes como complejas, pueden resumirse en:


-          Teoricé, en primer lugar, sobre la desaparición del sentido de lo colectivo, al calor de mi experiencia profesional como geógrafo y urbanista, y a la vista de que la única preocupación manifestada en los procesos de participación de los instrumentos de planificación era el “qué había de lo mío?”. Diagnostiqué un estado patológico de la relación entre lo público y lo privado causada, precisamente, por el debilitamiento o desaparición del instinto colectivo, que en nuestra tradición cultural era el lubricante entre las desbordantes aspiraciones privadas y el desesperante autismo público.

-           Más tarde, llegué a constatar  una “desaparición de la ciudadanía” que hacía inviables los proyectos colectivos, tanto los político-institucionales como los estratégico-territoriales. Esta constatación supuso mi crisis de fe en la planificación y mi dedicación a los temas del paisaje y del patrimonio territorial (los mismos objetos, pero distintos destinatarios y relatos).

-          En este mismo blog publiqué no hace mucho un texto sobre la “oquedad institucional”, que no era sino una actualización de mis tradicionales reflexiones, fruto del estupor ante nuestra incapacidad colectiva.

-          Con motivo de mi reciente dedicación en el seno de la Junta Rectora del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar, y, en especial, en el del Grupo de Trabajo del Cortijo del Fraile, tuve una revelación sobre el significado del patrimonio y cómo debería operar (el patrimonio) en el contexto de una comunidad desorientada, debilitada, desarticulada y asténica, incapaz de utilizar sus instituciones porque no las considera suyas

-          Y, en todo este tiempo, he venido “olfateando” aromas cada vez menos sutiles de impostura, vanidad y egocentrismo (los de narcisismo los huelo desde la lectura del artículo citado al principio) en la forma en que nos posicionamos en torno a nuestros valores, principios o preferencias.

Y llego a mi “eureka”.

No nos interesa el patrimonio como elemento de cohesión social, sino como elemento de distinción personal. Cuando manifiesto sensibilidad hacia el patrimonio, el paisaje, algún territorio concreto, no estoy entendiendo que estas categorías se construyen desde el acuerdo cultural, colectivo.  Solo las estoy utilizando para que se note lo “cool” o lo “guay” que soy. Pero tenemos cierto pudor para proclamarlo abiertamente, y por eso recurrimos a la impostura.

Al llamar a determinados elementos “patrimonio” o “recurso” antes de que sean efectivamente recepcionados por la sociedad y dispuestos para su aprovechamiento, lo que realmente estamos diciendo es que nosotros sí que somos sensibles a sus valores reales o potenciales. No como otros. Pero al anticipar esta denominación, negamos que haya que transitar un camino cultural con los demás para que esos elementos privilegiados puedan considerarse efectivamente patrimonio, para que la sociedad los reconozca y adopte. Preferimos un aprecio elitista de sus supuestos valores a aprovechar su potencial para promover cohesión social desde la acción cultural.

No nos interesa la política como ejercicio de compartir valores, principios u objetivos, lo que exige respeto, tolerancia y humildad, sino como forma de resaltar nuestros valores individuales entre una muchedumbre que no está a nuestra altura.

No votamos considerando riesgos sociales, comprendiendo lo limitado de la acción pública ni haciéndonos cargo de las restricciones que acompañan a la construcción colectiva. Votamos como una descarnada expresión de autoaprecio. El voto sale de nuestros adentros, y no admite elemento de moderación o corrección coyuntural o exterior. Por eso entramos en depresión cuando no ganamos las elecciones. Porque se trata de eso. ¡¡Hemos perdido!!

En ausencia de cualquier tentación de participación política constructiva en el día a día, depositamos todas nuestras frustraciones, anhelos y ensoñaciones en el voto (la representación de nosotros mismos), sin reparar en que con nuestra ausencia posterior a la votación, decretamos la inutilidad de las instituciones que se configuran automáticamente con él.

Cuando expresamos nuestra admiración hacia el “Parque” no lo hacemos como forma de comprensión de su cultura territorial, de aprecio por sus valores ambientales o de convocatoria al conocimiento de sus múltiples atractivos. No. Lo hacemos como una manera de afirmar nuestro derecho a disfrutarlo, poniendo en duda el de los demás. La propia palabra “parque” contiene el derecho semántico a negar o ignorar su historia y su identidad. Es una bandera colonizadora, que lo reclama como página en blanco en la que escribir nuestros desvaríos.

Cada uno de los elementos que deberían llamarnos a la solidaridad, a la cooperación, a la convivencia, al respeto, acaba siendo una desaforada manifestación de nuestra misma mismidad.

Yo, mí, me, conmigo. Como en las pelis de adolescentes.

Me da la sensación de que estamos hoy, aquí y ahora, ante una bifurcación de caminos: o seguimos transitando por la senda actual, que tanto parece alimentar nuestro ego aunque nos conduzca a la más completa imposibilidad, o cambiamos de rumbo y empezamos a considerar que el otro es la condición de posibilidad de la construcción colectiva, que nuestros supuestos valores son tóxicos si no los compartimos, y que si tanto los apreciamos, deberíamos hacer lo posible para que fueran accesibles a todo el mundo. Desde la acción cultural, desde la experiencia. Desde la vida.

Nosotros mismos.

lunes, 27 de junio de 2016

Bálsamo

Más que los resultados electorales de ayer, me han impresionado las numerosas muestras de desolación por parte de querid@s amig@s y compañero@s, progresistas, como yo mismo.

Mi intención es balsámica, aunque no sé si conseguiré aliviar la desazón que sus comentarios dejan entrever.

Creo que hay que empezar por un concepto básico de la acción política, inexplicablemente olvidado por la práctica política de partidos, asociaciones y ciudadanos individuales. Este concepto, carente de nombre por falta de uso, es el “cómo somos”, en tanto “ser” colectivo.

Ese “ser” colectivo no es el resultado de la simple agregación de cómo somos como individuos, sino que se constituye por la agregación de cómo somos como ciudadanos: apela a la forma de  “ser”actores políticos.

La manifestación más contundente de la debilidad de nuestro “ser colectivo” es que pretendemos sustanciarlo en el voto, como si el voto fuera constitutivo de nuestro ser, y no una manifestación instrumental sujeta a coyunturas, estados de ánimo, o a simple capricho.

Así se entiende que nos rasguemos las vestiduras con los resultados electorales, y parecería que descubrimos nuestro ser colectivo en el reparto de votos: si este es un país de pandereta, no lo es porque no se hayan abierto paso nuestras preferencias electorales.

Lo es, principalmente, porque los que estamos llamados a superar esa debilidad de nuestro “ser colectivo” nos dedicamos completamente a nuestras vidas personales, sin asignar el mínimo tiempo y dedicación a la construcción de un “ser colectivo” más vigoroso, y más anclado en los valores que individualmente profesamos; sin dedicar tiempo a practicar la ciudadanía.

Lo es, también, y hablo desde la herida, porque los que hemos prolongado nuestro compromiso ciudadano en la militancia de base aparecemos siempre como sospechosos de intenciones torcidas, mientras que alcanzan recompensa social los que mantienen una elegante distancia respecto a cualquier institución donde se ponga a prueba nuestro músculo democrático.

Este seguiría siendo un país de pandereta aunque los resultados de nuestros “colores” hubieran sido espectaculares. Más inquietante me parecería esta opción, ya que estaríamos disfrutando de un “idilio melifluo” con la madurez e inteligencia de nuestra ciudadanía, tan visceral y desenfocado como el desencuentro que sufrimos en estas horas.

Entre tanto, nadie se preocupa del “cómo somos”. La misteriosa desaparición de esta variable de nuestras ecuaciones políticas indica con claridad la liviandad y la oquedad de nuestro “ser” político. El “cómo somos” se residencia en los gabinetes mercadotécnicos de los comités electorales, para maximizar el voto. Deja de ser objeto de la acción política para convertirse en un orientador del mensaje electoral.

Cuando en alguno de los raquíticos espacios para el debate político que cabe encontrar dentro de los partidos, he tenido ocasión de reclamar atención al “cómo somos” como objeto político de primer orden, he obtenido siempre la misma respuesta: “es que eso es muy difícil”. Ya.