Más que los resultados electorales de ayer, me han
impresionado las numerosas muestras de desolación por parte de querid@s amig@s
y compañero@s, progresistas, como yo mismo.
Mi intención es balsámica, aunque no sé si conseguiré
aliviar la desazón que sus comentarios dejan entrever.
Creo que hay que empezar por un concepto básico de la acción
política, inexplicablemente olvidado por la práctica política de partidos,
asociaciones y ciudadanos individuales. Este concepto, carente de nombre por
falta de uso, es el “cómo somos”, en
tanto “ser” colectivo.
Ese “ser” colectivo no es el resultado de la simple
agregación de cómo somos como
individuos, sino que se constituye por la agregación de cómo somos como ciudadanos: apela a la forma de “ser”actores
políticos.
La manifestación más contundente de la debilidad de nuestro
“ser colectivo” es que pretendemos sustanciarlo en el voto, como si el voto
fuera constitutivo de nuestro ser, y no una manifestación instrumental sujeta a
coyunturas, estados de ánimo, o a simple capricho.
Así se entiende que nos rasguemos las vestiduras con los
resultados electorales, y parecería que descubrimos nuestro ser colectivo en el
reparto de votos: si este es un país de pandereta, no lo es porque no se hayan
abierto paso nuestras preferencias electorales.
Lo es, principalmente, porque los que estamos llamados a
superar esa debilidad de nuestro “ser colectivo” nos dedicamos completamente a
nuestras vidas personales, sin asignar el mínimo tiempo y dedicación a la
construcción de un “ser colectivo” más vigoroso, y más anclado en los valores
que individualmente profesamos; sin dedicar tiempo a practicar la ciudadanía.
Lo es, también, y hablo desde la herida, porque los que
hemos prolongado nuestro compromiso ciudadano en la militancia de base
aparecemos siempre como sospechosos de intenciones torcidas, mientras que alcanzan
recompensa social los que mantienen una elegante distancia respecto a cualquier
institución donde se ponga a prueba nuestro músculo democrático.
Este seguiría siendo un país de pandereta aunque los
resultados de nuestros “colores” hubieran sido espectaculares. Más inquietante
me parecería esta opción, ya que estaríamos disfrutando de un “idilio melifluo”
con la madurez e inteligencia de nuestra ciudadanía, tan visceral y desenfocado
como el desencuentro que sufrimos en estas horas.
Entre tanto, nadie se preocupa del “cómo somos”. La
misteriosa desaparición de esta variable de nuestras ecuaciones políticas
indica con claridad la liviandad y la oquedad de nuestro “ser” político. El
“cómo somos” se residencia en los gabinetes mercadotécnicos de los comités
electorales, para maximizar el voto. Deja de ser objeto de la acción política
para convertirse en un orientador del mensaje electoral.
Cuando en alguno de los raquíticos espacios para el debate
político que cabe encontrar dentro de los partidos, he tenido ocasión de
reclamar atención al “cómo somos” como objeto político de primer orden, he
obtenido siempre la misma respuesta: “es que eso es muy difícil”. Ya.
El bálsamo me ayudó un poco, gracias. El "como somos" claro que es muy difícil...... y no el tal como éramos
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