miércoles, 19 de marzo de 2025

La trilogía del Fraile (y III). La hora del retrato

 




La adquisición por parte de la Excma. Diputación Provincial de Almería del núcleo arquitectónico del cortijo del Fraile y 30 ha de terreno en sus inmediaciones constituye un hito determinante en la historia reciente de este apreciado inmueble y entorno. Cabe esperar, cabalmente, que este movimiento institucional sea el preámbulo del conjunto de acciones necesarias para convertir un resto deteriorado en un activo patrimonial.

También se advierten algunos elementos inquietantes sobre cuya evolución merecerá la pena adoptar una actitud rigurosa y colaboradora, que contribuya a su efectiva superación.

Aunque pueda parecer pretenciosamente autorreferencial, debo llamar la atención sobre los fundamentos conceptuales desde los que se escriben estas páginas. Pueden leerse aquí y aquí .

En un breve resumen: nuestra sociedad arrastra un problema de organización institucional, que dificulta su correcto funcionamiento. En particular, este problema se pone de manifiesto en el enfrentamiento a procesos complejos, que difícilmente se dejan manejar por cada una de las instancias institucionales por separado. Requieren, por lo general, el acuerdo o colaboración entre distintas instituciones públicas, además de la colaboración público/privado/colectivo. La creación de estos espacios de colaboración es una tarea previa e imprescindible para el éxito de la intervención en estos procesos complejos. El del cortijo del Fraile lo es.

Nuestros antecedentes no son demasiado halagüeños. Por citar solo un proceso en el que estuve directamente implicado, el Plan de Gestión de la Movilidad Sostenible del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar, aprobado por unanimidad en la Junta Rectora de ese espacio protegido, permanece inédito (no se ha aplicado ninguna de sus medidas), mientras los problemas de movilidad en ese espacio se manifiestan de una manera cada vez más preocupante. Desde luego, no puedo decir que ese resultado (la absoluta inutilidad del plan) fuera una sorpresa. En ese documento estratégico se señalaban dos carencias amenazantes: no existe un modelo ni estrategia territorial al que las iniciativas de movilidad puedan referirse; no existen espacios institucionales donde pueda darse la coordinación entre todas las administraciones concernidas en el impulso de las acciones descritas en el Plan. (págs. 6 y 59)

Además de la adquisición, la institución provincial ha iniciado un proceso de acción pública sobre el cortijo del Fraile, con la contratación de los servicios profesionales para la elaboración de un Plan Director, como paso previo y necesario a las intervenciones materiales encaminadas a la rehabilitación y puesta en uso del inmueble. Hay que destacar lo pertinente y acertado de este paso previo, no solo porque debería permitir documentar y clarificar opciones antes de tomar decisiones de obra, asignación de nuevas funciones y establecimiento de un modelo de gestión, sino porque podría permitir una comunicación y dinamización social, imprescindibles para la éxito de las iniciativas posteriores.

No obstante, entrando en el detalle de este proceso, ya iniciado, algunos de sus rasgos mueven a la inquietud. Destacaré tres.

Respecto al primero, me puedo permitir el comentario que sigue porque es conocida mi beligerancia contra los prejuicios gremiales y mi decidido apoyo a la transdisciplinariedad. Desde ese punto de vista, el requisito en la convocatoria para la adjudicación de la elaboración del Plan Director de que los licitadores deben ser estudios de arquitectura me parece sospechosamente reduccionista: lo único que hay que “construir” en este momento del proceso son acuerdos (conceptuales, institucionales, sociales...), para lo que las habilidades necesarias no son precisamente las de un estudio de arquitectura.

En segundo lugar, los tiempos asignados al proceso de trabajo del Plan Director son tan limitados que difícilmente permitirán desarrollar adecuadamente la Documentación e Interpretación de un elemento tan rico y complejo como el cortijo del Fraile. Tampoco facilitarán la comunicación y dinamización social necesarias a las que se ha hecho referencia. El estrecho marco temporal de la fase de “participación” parece abocarlo a la típica “faena de aliño” para cumplir el trámite.

Por último, la comunicación institucional de la Diputación Provincial viene insistiendo desde que se produjo la adquisición de la finca en que la finalidad de su rehabilitación es albergar un Museo Provincial del Cine, lo que parece claramente extemporáneo. Esta anticipación sitúa esa iniciativa en el capítulo de las “ocurrencias”, precisamente por haberse formulado antes de que se produzca el proceso de cualificación científica, técnica, institucional y social que la elaboración del Plan Director debe hacer posible. Aunque la utilización del cortijo del Fraile para rodajes cinematográficos es un aspecto destacado de la construcción de la “imagen” del cortijo, que acaba constituyéndolo en un icono paisajístico, es evidente que el cortijo y su entorno tienen otras muchas cosas que contarnos.




Estos primeros pasos institucionales apuntan a un proceso de “puesta en valor” de un recurso prometedor, para su definitiva constitución como un activo patrimonial que ofrezca bienes y servicios a la comunidad. En consecuencia, conviene repasar cuáles son las etapas de ese proceso de formación de valor, y cómo operan en el caso del cortijo del Fraile. La explicación conceptual y metodológica de estas etapas puede consultarse aquí.

1º: Documentación

El “relato” convencional sobre la identidad del cortijo del Fraile hace referencia a los frailes dominicos, al crimen de Níjar y su derivada lorquiana y al rodaje de una docena de películas, entre las que destacan dos clásicos de Sergio Leone. Los siguientes items en relación con el cortijo y su entorno quedan prácticamente inéditos:

Geológico-mineros

La condición geológica de la caldera volcánica de la Lomilla, los procesos de alteración hidrotermal que forma los filones y diques metalizados y cómo influyeron en todas las explotaciones mineras y metalúrgicas que se han desarrollado en el entorno.

Agronómicos

Las condiciones hidrológicas, litológicas y edáficas que convierten el paraje en un lugar idóneo para la producción primaria, su orientación al complejo agrosilvopastoril del cereal de secano y el despliegue de sus artefactos característicos.

Historia económica

La secuencia desde la ganadería trashumante a la agricultura, vinculada a la mejora de la defensa de la costa y el apaciguamiento del secular enfrentamiento con el imperio otomano y sus regencias berberiscas, la vinculación del arrendamiento de los pastos al mantenimiento del sistema de defensas de la ciudad de Almería, la asignación al convento de Santo Domingo de la finca donde se sitúa el cortijo del Fraile, la tensión entre absolutistas y liberales a lo largo del XIX, con procesos desamortizadores que permitirán la configuración del gran latifundio del cortijo del Fraile, a costa de la desarticulación del régimen comunal, la decadencia de la efímera burguesía almeriense, la aparcería, la colectivización durante la guerra civil y el progresivo abandono de la explotación primaria del cortijo, en el contexto del abandono del hábitat rural diseminado de los secanos de Níjar por la atracción de los poblados de colonización.

Territoriales

El patrón de asentamiento diseminado, conformado por cortijadas con una cierta equidistancia, que señala el umbral de terreno necesario para la supervivencia del clan, la integración orgánica de la edificación con las funciones primarias de este manejo de los secanos, los singulares rasgos de una arquitectura vernácula que expresa las limitaciones de elementos constructivos

Paisajísticos

El cortijo del Fraile y su entorno atesoran todos los significados de estos aspectos deficientemente documentados. El paisaje es la puerta de entrada a los significados del territorio: contiene un importante potencial narrativo cuyo esclarecimiento y activación debería incorporarse a los propósitos estratégicos de este proceso de adquisición de valor.

Interpretación

De las múltiples facetas significantes del cortijo, como testigo de unos siglos cruciales en la construcción del orden territorial en Cabo de Gata y el campo de Níjar, solo unas pocas funcionan en el “debate” social. Muy destacadamente, su vinculación con las resonancias literarias de los hechos del crimen de Níjar y su aparición en distintos rodajes cinematográficos. Incluso en estas, que a día de hoy constituyen sus campos semánticos funcionales, la aproximación de interpretación es superficial y con déficit de documentación. Una interpretación de calidad solo es posible sobre una documentación de calidad, y esa premisa no se cumple. Parecemos condenados a operar sobre el cortijo como si ya supiéramos todo lo que hay que saber, cuando es evidente que no es así. Los plazos que establece el Pliego para la redacción del Plan Director no permiten que se produzca una aportación significativa durante su elaboración.

Comunicación

La conversión de un elemento territorial prometedor en un patrimonio operativo exige un nivel de vinculación social, que hay que gestionar y estimular de una manera planificada y rigurosa, mediante acciones cuyo desarrollo temporal no caben en un curso de acción de planificación como el Plan Director. El tiempo que ha transcurrido entre la adquisición y el inicio de este proceso de planificación era el idóneo para estimular el debate social, y para preparar a la sociedad para la recepción de un nuevo activo patrimonial. La ausencia de este proceso, que en ningún caso puede suplirse con la participación en la elaboración del Plan Director va a lastrar de una manera determinante el futuro de este elemento destacado de nuestra identidad.

Intervención

Esta fase se caracteriza por distintas acciones proyectuales, de obra, de adecuación funcional, de dotación, para unos propósitos que deben clarificarse y jerarquizarse en el Plan Director, que, como hemos comentado, va a desarrollarse con importantes déficits en las tres primeras fases. No hay ninguna duda de la solvencia de las administraciones públicas para la gestión de esta fase. La licitación y contratación pública de obras y servicios forma parte de las actividades más tradicionales de los poderes públicos, y, desde luego, por motivos fundacionales, de la Excma. Diputación Provincial. Sin embargo, los procesos de activación patrimonial tienen unos requerimientos específicos: la intervención debe ser consecuencia de la tres fases anteriores, y debe orientarse al cumplimiento de los objetivos de la siguiente, la gestión. La fase de intervención es la menos autónoma de todas. En cambio, con frecuencia, se impone una dinámica inercial por la que la obra o dotación acaban adquiriendo autonomía por el simple hecho de que es lo que se sabe hacer. La experiencia reciente del Museo del Realismo, con una negación del conjunto edilicio que lo acoge, cuyos significados e interpretación son ignorados por la adecuación al nuevo uso, no nos permite ser demasiado optimistas.

Gestión

La voluntad de conformar un espacio de convergencia y colaboración institucional (con otras administraciones públicas, con instituciones culturales, sociales, empresariales o financieras) y el avance en su efectiva constitución deberían ser previos a cualquier planteamiento estratégico o director. Su liderazgo debería corresponder a la Excma. Diputación, como titular del inmueble, y por ser la institución pública que ha iniciado de forma decidida el proceso. El hecho de que se haya iniciado la elaboración del Plan Director sin crear ese espacio supone, en sí mismo, un elemento de inquietud. La experiencia me permite observar que cuando una institución pública se convierte en propietaria de un bien, tiene una irrefrenable tendencia a actuar como propietaria, y no como institución pública. No creo que haya que extenderse demasiado en la explicación de que el marco jurídico-administrativo en el que debe darse la intervención en el cortijo del Fraile ha de establecerse con la participación de la Consejería de Cultura, en virtud de la catalogación como BIC del inmueble y de gran parte del equipamiento productivo de la finca y de la declaración de Paisaje Cultural de la zona minera de Rodalquilar; de la Consejería competente en medio ambiente, por su destacada presencia en el territorio afectado por la declaración de Parque Natural, Reserva de la Biosfera, Geoparque; y del Ayuntamiento de Níjar, como administración civil y territorial básica, que debe canalizar las aspiraciones culturales, sociales y económicas de los actores locales. Y esto, hablando solo de los actores públicos. Los actores sociales y privados son igualmente relevantes.




Como mi vinculación con la zona y sus estrategias de desarrollo es conocida, con frecuencia se me pregunta qué usos o funciones creo yo que debería albergar un nuevo cortijo del Fraile rehabilitado y puesto en valor. Por supuesto, tengo mis ideas, pero lo que las distingue de las ocurrencias es que esas ideas provienen de una práctica técnico-profesional que toma en consideración las debilidades y carencias del territorio en el que el cortijo comparece. Normalmente, me apresuro a atender a esas preguntas apuntando que antes de decidir el “qué”, deberíamos considerar el “para qué”.

La activación patrimonial del cortijo del Fraile es una oportunidad para que nuestra comunidad y sus instituciones intervengan en procesos de deterioro, desbordamiento y enajenación que están comprometiendo el valor y atractivo de una zona (Cabo de Gata, el campo de Níjar), sometida a unos flujos de visita inadecuados en el tiempo, el espacio y la motivación. El pequeño sistema productivo local, que se basa en la acogida a esos visitantes (turistas, viajeros, excursionistas, residentes ocasionales o permanentes) tiene unas carencias y debilidades que reclaman la acción colaboradora de los poderes públicos, en la gestión del valor de sus atractivos y en la modulación del flujo de visitantes para que se adecuen a las condiciones y valores de este territorio. También en la superación de sus debilidades. La intervención en el cortijo del Fraile se presenta, así, como una oportunidad única e irrepetible.

Cuando, como sociedad, nos enfrentamos a retos exigentes, nos retratamos. La colección de retratos que estamos dejando serán analizados de una manera crítica por las futuras generaciones. Componen una muestra “pictórica” fiel de nuestras capacidades y limitaciones colectivas, cuyo realismo les haría merecedoras de ocupar una sala en el MuReC.

lunes, 10 de marzo de 2025

El oro de Almería

Un lingote acuñado en Rodalquilar. Archivo RTVE

Mirado desde el punto de vista científico, el oro es un elemento químico, de símbolo Au, cuyo número atómico es 79 y que se sitúa en el grupo 11 de la tabla periódica. 

Para la alquimia, el oro es agua, aire, tierra y fuego... con tiempo. La búsqueda de la piedra filosofal (el opus magnum), que era capaz de producir la transmutación de cualquier metal en oro (la crisopea), fue el motor de la alquimia, que contenía una mirada especial sobre el mundo y su composición. 

La simbología hermética de los elementos

El oro de Almería, de Níjar, de Rodalquilar, es el resultado de complejos procesos geológicos en el que juegan todos los elementos citados al principio de mi intervención. Estos procesos son conocidos, sobre todo, por el interés de técnicos y empresas mineras en su explotación. Gracias a ellos sabemos que el vulcanismo de Cabo de Gata, de magma muy silíceo y denso, se manifestaba en domos volcánicos que, eventualmente, eran destruidos por erupciones explosivas dejando en su lugar calderas volcánicas, estructuras de colapso con unas laderas interiores fragmentadas, ruiniformes. Esas fracturas en las rocas volcánicas eran rellenadas por depósitos hidrotermales, en el contexto de unas alteraciones hipogénicas (relacionadas con el magma y su aproximación a la superficie de la corteza) y supergénicas (relacionadas con la aportación de agua meteórica), que generan fluidos líquidos y gaseosos que van a mineralizar filones y diques en una matriz de cuarzo.

Panorámica de los diques 2, 3 y 4 del cerro del Cinto
 

 Con una intención didáctica, podríamos afirmar que en Rodalquilar se da una minería de cuarzo y una metalurgia de oro. Lo que se extrae de las laderas volcánicas es una roca de cuarzo que contiene partículas de oro. La separación del oro para su beneficio requiere complejas instalaciones metalúrgicas, como las plantas María Josefa, Abellán, Dorr, Denver, St. Joe... que han establecido una cronología de anhelos, logros y fracasos en este distrito aurífero.

El castillete de la mina Consulta (junto a la planta Dorr) en 1932 (foto Arnold Hein)
 

Viviendo en Rodalquilar, y dedicándome a compartir los significados de tan insólito lugar, se me pregunta con frecuencia si todavía hay oro. Por supuesto, la respuesta es afirmativa, no solo por la estimación de que existen unas reservas de, al menos, dos toneladas de oro, sino ,sobre todo, porque el oro que puede explotarse en Rodalquilar es un oro metafórico: es el oro de la búsqueda del significado, del conocimiento que proporciona claves de entendimiento e interpretación, para una vivencia cabal del sitio por parte de toda la sociedad.

La casa PAF del Instituto de Estudios Almerienses

Siguiendo con esta metáfora, podríamos considerar que el Instituto de Estudios Almerienses es una compañía minera, con un numeroso staff técnico, que ha demostrado un notable y sostenido éxito en las tareas de extracción, mientras que manifiesta un rendimiento metalúrgico irregular. 

El reto de las instituciones culturales y del conocimiento, su opus magnum, es la efectiva entrega a la sociedad del valor generado por su actividad, en forma de bienes y servicios culturales de calidad, nuestra particular piedra filosofal. 

La sociedad almeriense, deslocalizada y agitada por el viento de la historia, está enfrentándose a los retos que le plantea un mundo cambiante. En esa tesitura, es más necesario que nunca contar con un buen anclaje, con un sentido de pertenencia y de identidad territorial, que solo puede proporcionarlo el oro metafórico al que aquí he hecho referencia: el oro de Almería.

Intervención en la actividad Tardes del IEA "Historias de nuestra historia". 6 marzo 2025

miércoles, 30 de octubre de 2024

Trampas semánticas

 

Reflexiones sobre el valor del patrimonio , a propósito del patrimonio geológico y minero


Montaje fotográfico para ilustrar la situación del castillete de la mina Consulta (Rodalquilar)
Montaje fotográfico que ilustra la ubicación original del castillete de la mina Consulta (Rodalquilar)

1  Nuestra noción de “patrimonio”

El campo semántico de “patrimonio” incluye distintos componentes:

  • Un componente de valor (Se considera valor patrimonial el valor contable con que se ha registrado un bien en los libros de contabilidad).

  • Un componente de titularidad, de pertenencia o posesión (Fulanito de tal es titular o poseedor de un importante patrimonio).

  • Un componente de transmisión entre generaciones, de herencia (existe un polémico impuesto de transmisiones patrimoniales).

En resumen, patrimonio es algo valioso, que nos pertenece y que debemos atesorar para legarlo a nuestros herederos. Este es el sentido de nuestro concepto moderno de patrimonio. En una primera adjetivación, surge el concepto de patrimonio cultural. Este concepto prescinde de una de las cualidades semánticas del término, el de la posesión. De esta forma, pueden considerarse bienes de interés cultural propiedades privadas, sobre cuyo uso y dominio recaerán distintas restricciones en atención a las otras dos cualidades semánticas: son valiosos y debemos velar por una correcta transmisión generacional. Aunque no nos pertenezca el bien material, sí nos pertenece la información cultural que contiene, su significado.

¿Cómo saber cuál es el alcance de nuestro patrimonio? Pues, haciendo un inventario. También cuando nos referimos al patrimonio cultural. Los catálogos e inventarios son los primeros instrumentos de las pioneras legislaciones protectoras del patrimonio cultural. Pongo la cursiva en “protectoras” por un argumento que desarrollaré más adelante.

Con este andamiaje jurídico-administrativo comienza nuestra andadura colectiva por el patrimonio cultural. De los momentos fundacionales, tres certezas persisten a día de hoy, a mi juicio, de una manera torpe.

  • La primera es que la apreciación del valor corresponde a especialistas, a profesionales, científicos o iniciados en los conocimientos necesarios para verificarlo.

  • La segunda es que ese valor se asigna a un bien material, tangible, a un objeto (sea una pequeña joya o una catedral gótica).

  • La tercera, consecuencia de la segunda, es que la labor básica de los poderes públicos respecto al patrimonio cultural es su protección, conservación y, en su caso, restauración o reconstrucción.

Cerro del Cinto, principal zona de extracción en diques auríferos de alta sulfuración. Rodalquilar (Níjar, Almería)

2  La recepción social del concepto “patrimonio”

Como tantos otros conceptos que articulan las preocupaciones de clases sociales o colectivos emergentes, el de patrimonio ha experimentado un proceso de expansión en las últimas décadas. Se empezó a desdoblar en patrimonio natural y cultural; más tarde en material e inmaterial. El concepto de patrimonio histórico empezó a convivir con el de patrimonio cultural. El resultado de esta expansión conceptual ha sido la sofisticación del término “patrimonio”, con una creciente diversidad semántica, en el contexto de una sociedad más diversa y compleja. Uno de los efectos de esta expansión del concepto “patrimonio” es que amplias capas de la población tienen dificultades para identificarse con los nuevos objetos y elementos que distintos especialistas consideran dignos de integrar el patrimonio. De esta manera, el empleo del término pasa de ser pacífico (los elementos que se consideran patrimonio son reconocidos por la sociedad) a ser conflictivo (se emplea el término patrimonio para llamar la atención sobre la necesidad de apreciar determinadas cosas, sin que exista un apoyo social claro, o, en los casos más extremos, a pesar de la oposición social). Son los nuevos “patrimonios”.

A partir de aquí, los “activistas” del patrimonio se especializan en la interlocución con los poderes públicos, espoleados por el marco europeo, y ante la indiferencia social, lo que me inspiró una reflexión crítica sobre el estado de la cuestión, y decidí repensar los tres puntos que he denominado “fundacionales” en cuanto al patrimonio cultural:

  • Respecto al primer punto, es la sociedad en su conjunto la que tiene que apreciar el valor de las cosas, puesto que, sea cual sea el patrimonio que se promueve, será un patrimonio de toda la sociedad. Los especialistas y científicos deben contribuir con su producción intelectual al reconocimiento de ese valor. El activismo patrimonial debe velar por el reconocimiento jurídico y administrativo de esos bienes, pero también debería emplearse en la ampliación de la base social de apoyo a esas políticas.

  • Respecto al segundo punto, hay que complementar la inercia objetual del patrimonio con la incorporación de los relatos que facilitan la captación del sentido, del contexto y del significado de esos bienes. Lo que acerca a la sociedad al aprecio por estos bienes es compartir su significado.

  • Respecto al tercer punto, los poderes públicos deben incorporar a sus labores tradicionales la dinamización, la interpretación, la entrega efectiva a la sociedad del significado de cada uno de los bienes, o de su interrelación en sistemas significantes.

En definitiva, lo que realmente crea patrimonio, es decir, aprecio por el valor de algo que nos pertenece y que debemos transmitir a las siguientes generaciones, es la comprensión de su significado, a través de una serie de bienes y servicios culturales cuya producción y distribución es la finalidad de la gestión cultural. Las acciones que generan patrimonio están más próximas a la interpretación que a la reconstrucción. Y, además, son mucho más baratas. Lo realmente paradójico es que la única manera de que los decisores asignen recursos a un mantenimiento decoroso de los elementos materiales del patrimonio es que haya una presión social suficiente, y esta sólo se producirá si hay una complicidad con el significado de esos elementos materiales.

Zona de las instalaciones de desagüe y minas "ricas" en el barranco Jaroso (Cuevas del Almanzora, Almería)


3  El patrimonio industrial y minero

Por acercarnos al tema que me preocupa hoy, hay que anotar la relativamente reciente aparición de conceptos como el de patrimonio industrial, en el que cabe incluir también el patrimonio minero (en 1987 participé en Granada en la creación de una Asociación para la promoción de la Arqueología Industrial, impulsada por el que fuera profesor de Historia en mi instituto, Miguel Ángel Rubio Gandía). Lo novedoso de esta incorporación es la reivindicación de los espacios, instrumentos y jerga del trabajo industrial como elementos significativos para formar parte del legado patrimonial. Esto supone, en la práctica, un socialización y democratización del concepto de patrimonio. Hasta ese momento, los bienes del patrimonio cultural eran siempre producto de la acción de las clases o instituciones dominantes: eran las manifestaciones, la forma de expresión de los poderosos. Ahora se incorporan también los espacios del trabajo, tanto industrial como agrario o rural.

Dentro de este “patrimonio industrial”, tiene también su espacio el minero. Los escenarios de la minería son impactantes. Suponen grandes alteraciones del medio, y, con frecuencia, dan cuenta de la evolución tecnológica de una sociedad, especialmente en la metalurgia. Los espacios mineros abandonados, ocasionalmente acompañados de fundaciones urbanas específicas, tienen una gran capacidad evocadora y conmovedora. Son terreno abonado para intervenciones de clarificación del significado. Pero no siempre están en los mejores lugares para su disfrute. Por otra parte, suelen ser lugares peligrosos, en los que la adecuación para la visita o el disfrute resulta muy costosa. Y, no nos engañemos, somos un país pobre, no tanto por nuestras variables económicas, sino, sobre todo, por la falta de comprensión y apoyo a las políticas de desarrollo basadas en la identidad y en la recuperación patrimonial.

Maqueta 3D de la cartografía interpretativa del paisaje minero de Sierra Almagrera (Cuevas del Almanzora, Almería)


4  No pronunciarás el nombre del “patrimonio” en vano

La secuencia es más o menos conocida:

Un experto identifica el valor patrimonial de algo, a partir de su mirada de experto. En seguida, pide (o exige) a las Administraciones Públicas su reconocimiento, mediante su inscripción en algún registro o inventario de “bienes patrimoniales”, lo que, hasta hace unos años, causaba efectos jurídico-administrativos, e interfería con el derecho de propiedad, limitando o condicionando sus límites, no ya con carácter general, como hace el planeamiento urbanístico, sino en función de ese valor detectado por el experto.

Como cada vez hay más expertos, que necesitan su legitimación social y su espacio de rendimiento económico, las invocaciones del valor patrimonial de algo se hacen cada vez más diversas, abigarradas, bizarras y puede que de extravagantes a incomprensibles. Por eso, los poderes públicos inventan formas de declaración del valor patrimonial que carecen absolutamente de efectos jurídico-administrativos, como la de los Paisajes Culturales, y que no obligan a nada a la entidad que promueve su declaración. Se contenta así a la parte “experta” de la sociedad, sin perturbar derechos y obligaciones. Es una auténtica práctica retórica.

Pero el insaciable experto no se conforma con esa declaración. Ante la evidencia de que las declaraciones sirven de poco, y de que, en todo caso, la ley de la gravedad es más determinante que cualquier ley de patrimonio, al experto no le queda otra vía que la del activismo patrimonialista, azote de instituciones públicas y martillo de desviacionistas. La lógica del activismo es bastante opuesta a la del conocimiento, con lo que el perfil del experto se desdibuja, en una metamorfósis a “mosca cojonera”.

Y el dato que no debemos olvidar: la mayor parte de la sociedad asiste indiferente a estos movimientos, y, en general, los entiende opuestos a sus anhelos inmediatos, que tienen más que ver con la satisfacción de necesidades básicas. La preocupación por cosas cada vez más incomprensibles comparece, definitivamente, como rasgo de clases ociosas, funcionarios o liberados de todo tipo, que pueden permitirse el lujo de la elevación de su espíritu, puesto que no tienen que distraerse con la lucha cotidiana por sobrevivir.

Los expertos y activistas tienen que luchar contra ese estigma y despliegan su estrategia en una doble dirección: adoptan un lenguaje economicista para referirse a las cosas por ellos apreciadas: bienes, recursos, valor...; y justifican el interés de dedicarse a estas cosas por su supuesto efecto benéfico para el turismo.

La impostura de esta estrategia alcanza su climax con el uso del término “patrimonio”. Llamar a algo “patrimonio” es una jugada maestra del activista, a condición de que se refiera a objetos que tradicionalmente han quedado fuera de esa categoría. Llamar patrimonio a algo incomprensible para el común de los mortales significa: “yo sí que soy sensible y culto, y no como tú, que eres un paleto”. Por supuesto, ningún activista reclamaría la consideración de patrimonio para la Alcazaba de Almería o la Alhambra de Granada: el acuerdo social sobre esta cuestión es consistente y el activista no aparecería como alguien culto o sensible, sino como un auténtico desequilibrado. Pero si reclamas la condición de patrimonio para un balate (muro de piedra seca), una parte de la comunidad sí admirará tu sensibilidad o tu cultura, mientras que otra seguirá considerándote un desequilibrado. Así, la jugada maestra ya está en marcha: el activista consigue distinción social respecto a gran parte de sus semejantes, y, sobre todo, reafirma el desprecio a los “políticos”, que nunca están a la altura de la sensibilidad del activista.

Asistimos así a un espectáculo muy característico del aquí y ahora: la parte más culta, sensible y activa de la sociedad tiene más incentivos para distinguirse del resto que para operar socialmente, ampliando la base de complicidad con el valor de las cosas. Tiene más incentivos para desprestigiar a las instituciones y a quienes eventualmente las dirigen que para colaborar con ellas para conseguir los fines que dicen perseguir.

Y llegamos al centro de la cuestión: ¿quién o qué, y a partir de qué mecanismos, hace que algo sea “patrimonio”? Y para contestar a esa cuestión, debemos distinguir dos planos: el formal o institucional y el real o cultural. En el plano formal, el proceso para el reconocimiento del valor patrimonial de algo empieza con una investigación y documentación, su análisis por las instituciones culturales, la propuesta de su inserción como bien tutelado por los poderes públicos y su publicación en el Boletín correspondiente, que causa efectos jurídicos (si es el caso). En el plano real, una cosa es patrimonio cuando la sociedad así lo reconoce, y lo utiliza como palanca para conseguir fines sociales de distinto tipo. Ese reconocimiento social es cultural, y, en consecuencia, puede promoverse, acelerarse o articularse mediante distintas acciones, en general, inéditas en nuestro entorno, a las que me referiré en el capítulo final de este artículo.

La existencia de estos dos planos es común en todas las sociedades. La relación dialéctica entre ambos caracteriza las capacidades colectivas, y es un motor de cohesión, avance y progreso. Lo que no es tan común es que esos dos planos tiendan a una vida autónoma, sin relación especial entre ellos. Es entonces cuando podemos advertir componentes patológicos en la organización social, que condenan a la esterilidad al papel articulador que cabría, cabalmente, asignar al patrimonio.

Y aquí es donde debemos concluir con el diagnóstico de dos rasgos muy característicos de nuestra sociedad, cuya consideración es fundamental para una reflexión crítica sobre el papel del patrimonio en nuestras estrategias de cualificación. En primer lugar, la desarticulación provoca una multiplicación de los “segmentos” sociales, motivados por raza, género, creencia, condición económica, cultural, geográfica; y una paralela descomposición de los vínculos de confianza entre segmentos y en que todos debemos contribuir a los objetivos comunes. Esos objetivos comunes van debilitándose hasta casi desaparecer, sustituidos por un creciente tribalismo. En segundo lugar, la desconfianza respecto a las instituciones, heredera de los seculares abusos de poder, indica que no hemos desarrollado una lógica del poder democrático que nos permita apreciar a las instituciones como propias, y herramienta imprescindible para conseguir nuestras aspiraciones.

En este orden de cosas, y ante la gravedad de los procesos de descomposición social, cabría preguntarse si debemos seguir intentando “salvar” al patrimonio, o si deberíamos procurar que el patrimonio ayude a “salvarnos”.

Máquina de vapor del barranco Chaparral, en sierra Almagrera (Cuevas del Almanzora, Almería)


5  La “puesta en valor” del patrimonio. La cuestión instrumental

Desde que tengo memoria profesional, siempre he convivido, no sin incomodidad, con esta fórmula, traducida directamente del mettre en valeur francés, y que tiene especial carta de naturaleza en su aplicación a los bienes o recursos culturales. De esta forma, la expresión “poner en valor el patrimonio” es tan frecuente que casi se ha vuelto tópica. Una vez que es tópica, podemos considerarla muerta, por lo que procedería hacerle la autopsia. Vamos a ello.

En la expresión “poner en valor el patrimonio” hay algo que chirría, a primera vista. Si el patrimonio, tal como hemos convenido al principio de este artículo es, por definición, algo valioso, ¿por qué hay que ponerlo en valor? ¿No será que estamos utilizando el término “patrimonio” para algo que no lo es, aunque desearíamos que lo fuera, tal como se sugiere en este artículo?

Podríamos calificar esta frecuente y paradójica situación como una “anticipación”. Quienes, por su formación o especialidad científica o profesional, aprecian el valor cultural de algún elemento, espacio o paisaje, le asignan el término “patrimonio”, anque la sociedad no lo reconozca. Esta anticipación voluntarista provoca algunas consecuencias indeseables. Una vez denominada una cosa (con frecuencia una ruina) como patrimonio, lo único que queda es “protegerlo” y, eventualmente, invertir en su adquisición o reconstrucción...). Es decir, entre el científico, profesional o experto que anticipa el valor patrimonial de algo ignorado por la comunidad y la acción constructora de los poderes públicos, no se reconoce la necesidad de ningún otro tramo de actuación.

La reiteración de este mecanismo ha producido un panorama de centros de interpretación y equipamiento de significado cerrados o pasivamente abiertos, y un riesgo cierto de descrédito sobre el interés de la inversión en bienes culturales. El creciente recelo de la población ante este modus operandi se intenta neutralizar invocando, como se ha señalado, sus supuestos efectos benéficos para el turismo. El efecto perverso de esta situación es que la población, en general, no se siente concernida por estos equipamientos: son para los turistas.

Podemos concluir que cada uno hace lo que sabe hacer: los expertos identifican y documentan, los activistas reclaman y los poderes públicos licitan (obra y dotación). La pregunta a la que debemos contestar es: ¿la suma de esos saberes es suficiente para que los elementos de nuestra identidad operen suministrando bienes y servicios culturales que nos fortalezcan como sociedad?

Cabe señalar la ausencia de la sociedad en dos tramos fundamentales de la gestión del patrimonio cultural: en la propia comprensión del interés patrimonial de algo (su posibilidad de convertirse efectivamente en patrimonio), y en la implicación en la gestión, que es la que debe garantizar la generación de bienes y servicios culturales, sin la cual no hay valor, ni, en consecuencia, patrimonio.

Lo mismo que la cualidad de “recurso” de una cosa no es inmanente (una cosa solo es recurso cuando atiende a una necesidad a través de una serie de acciones que lo constituyen como tal recurso), la cualidad de “ patrimonio” de una cosa tampoco es inmanente. Una cosa se constituye en patrimonio a partir de una serie de acciones, que vamos a repasar a continuación.

En el gráfico se reflejan cinco grupos de acciones, diferentes en su naturaleza y en su esencia, necesarias para que una cosa se convierta en patrimonio. Por requerimientos gráficos, se presentan de una forma lineal, aunque esta cuestión será, seguramente, controvertida. Algunas de estas acciones se presentan necesariamente trenzadas, y se apoyan unas en otras. Pero esto no invalida la identificación de cada una de ellas como distintas. El gráfico se titula “Esquema de adquisición de valor patrimonial”, aunque, en sentido estricto, el valor patrimonial se adquiere solo en el último tramo, el de gestión, tal como se indicará en los epígrafes siguientes.



    El primer tramo se denomina “Documentación”. Es el trabajo de especialistas que, a través de un proceso de investigación (documental, bibliográfica, de campo, o un híbrido de todas ellas), aporta conocimiento cualificado acerca de algo, constituyéndolo como “elemento”, que puede ser más o menos prometedor en su cualidad potencial de convertirse finalmente en patrimonio. Este conocimiento se difunde a través de circuitos especializados, donde comparece ante la comunidad científica para someterse a la consideración de otros especialistas. Es una condición sine qua non para que puedan darse los siguientes pasos, pero en ningún caso los puede obviar: las condiciones, requisitos y protocolos de investigación y documentación hace que los materiales resultantes sean poco adecuados para promover el aprecio social por sus focos de interés.

    El segundo tramo se denomina “Interpretación”. Es el trabajo de generalistas, que tienen la capacidad para “traducir” los materiales de los investigadores a categorías y formas narrativas que puedan ser recibidos y comprendidos por la población. Esta traducción se produce por la apreciación de los contextos, históricos, geográficos, o de otros tipos, que permitan una valoración correcta de sus rasgos distintivos, de su singularidad o representatividad. Además del marco contextual, la interpretación explica el funcionamiento del “elemento” u objeto de investigación y conocimiento en sistemas de significado más amplios. La narrativa de interpretación puede permitirse licencias metafóricas, alegóricas, poéticas o de cualquier otro tipo, para cumplir más cabalmente su finalidad: hacer comprensibles los elementos u objetos de investigación y su interés. Es el territorio del relato. Se puede señalar que este tramo está muy poco desarrollado. Sus principales logros vienen de la capacidad de algunos investigadores que tienen, además, la habilidad y motivación para divulgar.

    El tercer tramo se denomina “Comunicación”. Si el tramo anterior está poco desarrollado en nuestra sociedad, este tercero está prácticamente inédito. Se trataría de producir impacto social y conmoción a partir de los trabajos de interpretación, para articular y/o acelerar la toma de conciencia social sobre el interés de determinados elementos. La práctica ausencia de este tramo explica el estado de la cuestión, que ha sido descrito en los epígrafes anteriores. La mediación necesaria para este tramo apelaría a activistas, movimiento asociativo, operadores culturales, medios de comunicación y agencias de comunicación, que, además de interpelar a las instituciones públicas, como es habitual, deberían comprender que sin complicidad y apoyo social no hay política patrimonial posible. La movilización social que debe conseguirse con este tramo es la garantía de consistencia de las intervenciones públicas posteriores. En sentido contrario, el escaso efecto que producen las intervenciones públicas de “puesta en valor” guarda relación con la práctica inexistencia de esa movilización social previa.

    El cuarto tramo es el de la “intervención”, que es el que con frecuencia recibe la denominación de “puesta en valor”, aunque, como aquí se propone, la puesta en valor comienza mucho antes, y solo se verificará con el éxito del modelo de gestión, como veremos en el siguiente epígrafe. Esta intervención puede ser de muchos tipos distintos. Para empezar, hay que señalar que podría ser tanto pública como privada. En otros países, con otra experiencia cultural, es frecuente que sean fundaciones privadas quienes impulsen intervenciones patrimoniales destacadas. En nuestro entorno, en cambio, estas intervenciones suelen ser públicas, o, como mucho, fruto de una colaboración con algunos agentes privados. Por su intensidad, estas intervenciones pueden ir desde una señalización (física o virtual) que explique significados, hasta una intervención pesada en entornos monumentales, con gran despliegue museográfico. Sea cual sea el tipo de intervención, se desarrolla en un proyecto, que es la herramienta por la que unas aspiraciones, objetivos o ambiciones entran en contacto con un conjunto de restricciones (temporales, económicas, competenciales), hasta el punto que se puede afirmar que los proyectos nos hablan más de las restricciones que de las aspiraciones. Los proyectistas son profesionales cualificados que suelen dirigir equipos, más o menos corales, que facilitan las distintas aportaciones necesarias para el éxito del proyecto. Este éxito de un proyecto de intervención produce recursos culturales, necesarios para la gestión, que es la que producirá “patrimonio”.

    El último, y fundamental tramo, es el de la “gestión”. Este tramo necesita todos los anteriores, y, a la vez, es el que les da sentido. Con frecuencia, los actores institucionales que impulsan las intervenciones del tramo anterior, confunden el término “gestión” con el de “apertura al público”, siendo así que, con frecuencia, se destinan grandes cantidades al proyecto de intervención, mientras que se intenta minimizar el gasto corriente de la apertura (si hablamos de centros de significado). Esta confusión, y la debilidad señalada en alguno de los tramos anteriores, son las que explican la frecuencia con la que estos equipamientos culturales permanecen cerrados o languidecen en una apertura pasiva. En realidad, la gestión no empieza cuando acaba el proyecto de intervención. Debería empezar, al menos, en el tercer tramo, participando en el proceso de movilización social, cualificándolo y obteniendo los compromisos necesarios para dar robustez a la estrategia. No obstante, una buena gestión estratégica tomaría la iniciativa y estimularía los procesos de investigación y conocimiento desde el primer tramo, para que todo el “itinerario” sirviera para madurar el modelo de gestión. En todo caso, la gestión, que corresponde a responsables públicos y personal de sus instituciones, debe orientarse a la efectiva entrega a la sociedad de bienes y servicios culturales. Esta entrega debe ser permanente, y la renovación de sus dotaciones exige el reinicio del proceso de cinco tramos tantas veces como sea necesario. Esa distribución de bienes y servicios culturales es la que permite que podamos considerar “patrimonio” al elemento, bien o recurso en torno al cual se ha desencadenado el proceso.

    De esta exposición en cinco tramos podría deducirse que cada uno de ellos “pertenece” a un grupo o colectivo diferente. No es así en absoluto. Son diferentes los retos y aptitudes necesarias para cumplir cada tramo correctamente. Pero nada impide que un investigador transite por el resto de los tramos, incluso en de la gestión, incorporándose a consejos asesores, fundaciones u organismos de participación social en la gestión patrimonial. Pero sería muy conveniente que reconociera que las aptitudes necesarias en cada tramo son distintas de las de la investigación y el conocimiento, para aliarse con quien pueda aportarlas o para adquirirlas con un proceso de formación y experiencia que no siempre es compatible con el mantenimiento de las tareas propias. En realidad, en cada tramo se necesita calidad, aportada por perfiles profesionales diferentes, pero el éxito de estos procesos depende mucho del liderazgo, de la capacidad de trabajar en equipo, de humildad, compromiso, entusiasmo y muchas ganas de aprender. Las dos condiciones necesarias para que ese liderazgo sea funcional son la conexión con la estrategia de gestión, y la cualidad transdisciplinar, que se consigue habiendo pasado por todos los tramos y sabiendo con quién hay que contar para cada proyecto.

    Bosquejo planimétrico (minuta cartográfica) del área de Sierra Almagrera. Año 1900.


    6  Reflexión final

    Cuando comparto alguno de estos acercamientos críticos al desempeño de actividades profesionales avanzadas, con frecuencia quienes se reconocen en la frustración suelen hacerme unos comentarios o preguntas recurrentes, como las siguientes.

    Si, pero, es que eso es muy difícil”.

    Pero ¿conoces algún sitio donde se hagan estas cosas bien?”

    Entonces, ¿qué necesitamos para hacer las cosas correctamente?”

    ¿De quién es la culpa?”

    Siendo como somos, nunca vamos a mejorar”.

    Preguntas y comentarios que no estoy en condiciones de responder satisfactoriamente. A duras penas, acierto a trasladar algunas de mis convicciones, que no creo que convenzan a quienes quieren una solución, pero ya!

    No creo que existan sociedades malditas, o invalidadas por la historia para la realización colectiva. Sin embargo, es evidente la existencia de gradientes civilizatorios, que determinan diferentes condiciones de posibilidad. Ese y no otro es el propósito de la gestión cultural: la adquisición de herramientas, métodos de trabajo y habilidades para estar más preparados para la incertidumbre y la complejidad. Los tiempos no parecen demasiado propicios para una reivindicación de lo colectivo, de la comunidad. Sin embargo, ese es el camino que debemos transitar y que exigirá de cada uno su mejor aportación. He tenido oportunidad de constatar que en nuestra sociedad (sea cual sea la escala de observación), hay capacidades suficientes para enfrentarse y superar retos exigentes. Seguramente, no tenemos un problema de capacidades individuales, sino de una organización colectiva que permita utilizarlas adecuadamente, y que genere los incentivos necesarios para que se integren en proyectos cohesionadores. Pero esa organización colectiva tenemos que construirla nosotros. El desestimiento no es una opción.

martes, 13 de febrero de 2024

Designificación

 

                                                    Máscaras venecianas, en la película Eyes Wide Shut, de Stanley Kubrik

Escribo esta nota en la mañana de Carnaval de 2024, a propósito de mis reflexiones sobre la designificación de fiestas, celebraciones y rituales. Voy a referirme aquí a algunas a las que tengo un especial apego.

Durante mucho tiempo he asistido a la pérdida de significado de la celebración del Carnaval, que ha ido acompañada de su institucionalización y de un tránsito por el calendario que decreta finalmente el desdibujamiento de su sentido.

                                                  La pelea de don Carnal y doña Cuaresma. Brueghel el Viejo. 1559 (fragmento)

Choqué de bruces con la noción del Carnaval en Cuevas del Almanzora, a finales de los años '70 del siglo pasado. En el Casino, junto al Teatro Echegaray, se celebraba un baile de máscaras en el que los asistentes, con una voz impostada, habitaban el anonimato provocando todo tipo de situaciones divertidas y transgresoras. El puro espíritu del Carnaval, en una localidad que tiene el justificado orgullo de no haber dejado de celebrar la festividad ni en las oscuras épocas de la prohibición. Si cabe, es en esas épocas donde la transgresión cobraba todo su auténtico valor y alcance.

Mi curiosidad me llevó a conocer la naturaleza original de la celebración, relacionada con ancestrales rituales de excesos (cultos a Isis, rituales dionisíacos, saturnalia...) y su posterior vinculación con el calendario católico. El martes de Carnaval es el día antes del miércoles de ceniza, momento en el que empieza la Cuaresma, un periodo presidido por el recogimiento y la restricción. Precisamente este periodo de restricciones por venir es el que explica la tolerancia de la víspera, en el que se establece una indulgencia sobre los excesos carnavaleros. Es una válvula de escape preventiva de la presión de la restricción. Un día en el que habitar fuera de las normas sin graves consecuencias. Una colectiva despedida de soltero, o un Rumspringa de los amish, pero acotado a un día al año. La relajación de la norma y la invitación a la transgresión son el Carnaval. El disfraz y las máscaras son solo medios para mantener un anonimato que te permita acometer actos socialmente reprobables sin el riesgo de un reproche personal posterior.

La evolución a la que he asistido desde ese descubrimiento de juventud ha acabado por convertir al Carnaval en una fiesta de disfraces con un claro componente infantil, institucionalizado por administraciones públicas y la comunidad escolar, y trasladado en el calendario, de manera que ya no se habla de Carnaval, sino de carnavales, y su celebración se extiende a lo largo de varios fines de semana. Lo paradójico del asunto es que esa designificación, aparentemente transgresora del sentido original, supera esa tolerancia un poco paternal, tutelada por la Iglesia Católica, que ha acompañado durante siglos a la escenificación de la transgresión moral original. Pero lo hace, precisamente, prescindiendo de ese cruce de las normas como ritual de paso que está en su núcleo original, por lo que más que una transgresión supone una adulteración.

                                                                        . . . .

Nací un 23 de junio, junto al solsticio de verano, el día de la noche de San Juan. Esa noche, el mar, el fuego, la reunión, los rituales, han marcado mi vida. La celebración de mi cumpleaños se extendía a lo largo de una noche especial. Como todos los chavales de Villagarcía, sabíamos que ese día había que recoger trastos y enseres viejos que nos entregaban los vecinos, para montar la hoguera para la noche. Una espontánea, completa, utilitaria y simbólica fiesta que en los años de mi adolescencia apelaba y convocaba a quienes teníamos el privilegio de haber nacido junto al mar. Las hogueras iban marcando los distintos emplazamientos (San Miguel, Los Tritones, Villagarcía, Las Conchas, Sorrento, Carabineros, Barrio de Pescadores...). Poco a poco, el fascinante ritual de la noche (el salto de las ascuas, las abluciones en el rompeolas, con plena conciencia de que en todas las orillas del Mediterráneo se estaba procediendo del mismo modo en ese mismo momento) fue convocando a cada vez más gente de toda la ciudad. Hasta que el recién constituido Ayuntamiento democrático decidió sabotear la fiesta organizando un sarao en las Almadrabillas, que interfería con la liturgia de un ritual cósmico, solar, de com-pañerismo (compartir el pan), perfectamente connotado por la fuerza inexorable de la rueda del año. Los grandes desastres suelen venir precedidos por las mejores intenciones y esa intervención municipal facilitó un cambio de escala de la fiesta que lo ha convertido en una especie de espectáculo para el posicionamiento turístico. Muy poca gente conoce el origen y el vigoroso simbolismo de la celebración, por lo que la designificación se ha consumado.

                                                      Hoguera de San Juan. Playa de Villagarcía (Almería)

Pero, de una manera inadvertida, el ritual y sus elementos significantes sobreviven, tal es la potencia de su atávico arraigo. Los que tenemos una vinculación especial con esa noche, la seguimos disfrutando y apreciamos el mantenimiento de sus elementos esenciales. Aunque íntimamente añoramos la oscuridad de esas noches de nuestro recuerdo, solo puntualmente interrumpida por las hogueras, seguimos hermanándonos con todos los habitantes de las orillas del Mediterráneo.


                                                                                . . . .


En mi confesado propósito de convertirme en nijareño, recalé en la villa de Níjar a principios de 1983, para incorporarme al Ayuntamiento, tras superar unas oposiciones para un trabajo administrativo. De la inmersión en el mundo nijareño que me procuré, me queda una relación especial con los chisperos (16 de enero, día de San Antón), que conectaban muy bien con mi tradición polvorista, y complementaban mi vínculo solsticial de verano con este otro fuego solsticial de invierno. 

                                                      Polvorista en acción. Playazo de Rodalquilar.

Era una celebración tremenda, en toda la amplitud de la acepción, centrada en la villa de Níjar. El pueblo se cerraba, y no se permitía el paso a nadie ajeno a él. Al oscurecer la tarde, daba comienzo un ritual en el que los oficiantes, debidamente ataviados para minimizar riesgos, iban quemando chisperos por toda la zona vieja de la Villa. En sus pequeñas glorietas, plazas, o puntos de encuentro de calle, se formaban corros en los que todos sus componentes iban quemando y tirando chisperos que, en su aleatoria trayectoria rodeaban, percutían y acababan empercudiendo las blancas fachadas. Era el fuego de invierno. La peligrosidad del ritual, y algunos excesos fruto de la euforia polvorista acabaron provocando una intervención municipal que limita, regula y advierte de las responsabilidades. A tenor de los bandos municipales de los últimos años, los chisperos se queman en distintas localidades del municipio, pero en recintos acotados. En la villa, los chisperos se queman en el aparcamiento municipal del camino del Campo. En este caso, la designificación viene por un intento de domesticación del fuego.

Pero, sobre todo, descubrí la romería de Huebro. No cabe en la dimensión de este escrito la descripción de las sensaciones de romería en un lugar tan fascinante como Huebro. Todas las maneras de vivir la romería (la ortodoxa, católica, la meramente tradicional, la del recuerdo de los moriscos y su habilidad para construir regadíos de montaña, la del ritual mediterráneo de celebrar juntos el “ser aquí”, la de la hermandad y la generosidad, la excesiva) se dan cita componiendo una escena embriagadora e inolvidable. En el centro, la relación de moros y cristianos, una representación que recrea el drama morisco (las capitulaciones, su incumplimiento, el bautismo obligatorio, la rebelión de 1568, la deportación y la expulsión definitiva en 1609). Como en tantos otros lugares moriscos, el culto católico se organiza en torno a la Virgen del Rosario, patrona de la pequeña localidad.

                                                      Collage de imágenes de Huebro (Níjar)

Huebro y su entorno forman un lugar que no deja indiferente a nadie. El día de la romería, Huebro florece, acogiendo a un elevado número de personas que recrean su vínculo con el sitio y con la memoria; tanto la memoria personal, trufada de momentos en los que Huebro aportó su singular escenario, como la memoria remota, con frecuentes componentes míticos, que nos conecta con significados romantizados por la imponente escena montañosa del valle de Huebro. ¡¡¡Viva Huebro!!!

Y, para los propósitos de este escrito, la romería de Huebro, cuya identidad ha sufrido mutaciones, abandonos transitorios y recuperaciones, es un ejemplo de ritual significante, por las múltiples interpretaciones, miradas y vivencias particulares a las que convoca, y que le proporcionan un renovado vigor. Pero no estaría mal que convivieran con una resignificación profunda de su simbolismo y significado histórico.

Este repaso por la designificación de fiestas y celebraciones que me son cercanas no estaría completo sin un análisis de las nuevas celebraciones, entre las que destacaría el Desembarco Pirata de San José, al que ya me referí en mi entrada sobre los Piratas de la Costa, y la Noche de las Velas de Rodalquilar, extravagante celebración cuyo análisis requiere una publicación específica.



domingo, 11 de diciembre de 2022

 


LOS “PIRATAS” DE LA COSTA

Aproximación a un mito

Dos cosas permanecen estables en la costa de Níjar desde el principio de los tiempos: la baja densidad de población y su situación respecto al norte de África. Ambos factores tienen una gran influencia en el devenir histórico de esta esquina, y, en consecuencia, contribuyen a explicarlo.

De un tiempo a esta parte, en el relato de la identidad de este sitio vienen apareciendo unos supuestos piratas, que se están convirtiendo así en protagonistas de una historia paralela a la real.

Convencido como estoy de que nunca ha habido más piratas en la costa de Níjar que en la actualidad, me propongo en estas líneas aportar información, documentación y también puntos de vista sobre una historia real, mucho más fascinante, a mi parecer, que los delirios con los que se está construyendo el relato de nuestra identidad contemporánea.

No pretendo aquí cambiar la cosmovisión de nadie: la figura romántica, literaria y cinematográfica del pirata tiene un simbolismo complejo, pero encaja bien con una tierra donde la presencia del orden y la ley siempre ha sido tenue. Esta tierra fronteriza sin territorio es un buen escenario para cosmovisiones alternativas y para ensoñaciones libertarias y antisistema, que me parecen tan respetables como cercanas. Pero preferiría que estas cosmovisiones fueran producto de una decisión libre, y no una manifestación de pura desorientación.

Es conveniente anotar que esa desorientación no es solo fruto de una falta de documentación. Contrastados investigadores y auténticos conocedores, al sucumbir a una especie de tentación comunicativa, han contribuido significativamente a los orígenes y afianzamiento del mito pirático. Es preciso destacar en ese capítulo al padre Tapia, archivero que fue de la catedral de Almería y prolífico autor que contribuyó a rellenar el vacío historiográfico que sufría Almería a finales de la década de los'70 del XX. Me siento en deuda con él, por lo mucho que disfruté de su “Almería piedra a piedra” y su monumental “Historia General de Almería y Provincia”, en los ya remotos tiempos en los que me adentraba en la pasión por el conocimiento de mi tierra. José Ángel Tapia Garrido publicó en 1972 en la Revista de Historia Militar (núm. 32, pgs 73-103) un artículo titulado: “La costa de los piratas”. Aunque en el texto del artículo la cosa aparece mucho más contrastada, en la elección del título queda patente la querencia del autor por categorías que nos parecen tan actuales como el “impacto”, o cómo captar la atención del lector.


Este escrito se organiza en dos bloques. En el primero, haré un repaso por los acontecimientos históricos de los que se nutre el relato pirático. En la segunda, analizaré los principales hitos de la presencia de la simbología pirática en la construcción de la identidad contemporánea de la costa de Níjar.

A. QUÉ NOS CUENTA LA HISTORIA

1. El corso turco-berberisco

El primer antecedente que encontramos de actividades que podrían encajar en la categoría de “piratería” se remonta al siglo XII. Tras el desmembramiento del califato de Córdoba, la taifa o reino de Almería, que había sido base naval de la flota califal, se encuentra con un gran número de embarcaciones y tripulaciones desconectadas de los motivos históricos por los que se habían constituido. Al parecer, o al menos eso nos cuenta el Poema de Almería (parte final de la Chronica Adefonsis Emperatoris), los marinos almerienses se dedicaron a interferir en las rutas comerciales impulsadas por catalanes, genoveses y pisanos. Su alianza con la corona de Castilla, en época de cruzadas, provoca la toma de la ciudad de Almería a los almorávides en 1147. Los almohades la recuperan en 1157. La finalidad de debilitar esa base naval se había cumplido.

Pero fue el final del proceso conocido como “Reconquista” el que sentó las bases geopolíticas de un escenario de guerra difusa que se extiende desde el XVI hasta finales del XVIII, en el que cabe entender el origen del mito pirático. Almería, y muy especialmente la zona litoral de la sierra de Cabo de Gata, se convierten en “frontera de moros”.

Es en el contexto de guerra difusa entre las coronas hispánicas y el imperio otomano, que había extendido su influencia en el Magreb, en el que hay que entender las hostilidades de todo tipo que se desarrollan entre ambas orillas. Es también ese contexto el que nos permite proponer aquí que las incursiones, razzias y secuestros, tan frecuentes en la época, encajarían con mayor rigor en la categoría de corso, y no en la de piratería. La piratería es una actividad delictiva llevada a cabo por la iniciativa individual de los criminales, y perseguible en cualquier contexto jurídico nacional. El corso es una actividad hostil, alentada o impulsada por una autoridad legítima en un escenario bélico.

   
Dos aspectos pueden contribuir a esclarecer las claves de esta época tumultuosa.

El primero es que a la narración de los piratas norteafricanos que hostigan nuestras costas, se puede contraponer el hecho de que, con frecuencia, los supuestos piratas eran moriscos almerienses recien expulsados (tras la conquista del reino de Granada, tras el fin de la guerra de las Alpujarras, o tras el decreto de expulsión definitiva de 1609), mientras que quienes defendían nuestras costas eran los castellanos recien aterrizados, con evidentes dificultades para controlar una costa tan escarpada como poco poblada y conocida.

El segundo aspecto es que durante ese dilatado periodo de confrontación geopolítica entre las dos orillas, la convivencia tuvo tanto espacio como el conflicto. Los habitantes y navegantes de este sector del Mediterráneo Occidental a menudo cooperaban, comerciaban y convivían. Una lengua transaccional, la lingua franca, una especie de esperanto regional, compuesto por voces castellanas, catalanas, italianas y bereberes, facilitaba los contactos. El continuo canje de cautivos entre las dos orillas permitió el florecimiento de algunos oficios de frontera, como el de los alfaqueques, especializados en la negociación para la liberación de cautivos, mediante el intercambio o el pago de distintas cantidades.

2. Unos alumbres penalizados por la inseguridad (y por la competencia)

En 1509, la reina Juana (la loca) firmó la concesión para la explotación de los alumbres de Rodalquilar (y los del resto del Obispado de Almería) a favor de Francisco de Vargas y Medina, a la sazón Tesorero Mayor de Castilla. Vargas, consciente de la exposición al “enfrente” africano y del riesgo de la explotación de un producto codiciado en la época en lugar tan aislado, creó un poblado fortificado, conocido como Los Alumbres de Rodalquilar, primer núcleo de población de entidad en este valle. 



Para su mejor defensa, construyó también la Torre de los Alumbres, una magnífica fortificación de cantería con una cerca cuadrilobulada, muy del gusto renacentista de la época. Hoy se encuentra en un penoso estado de abandono y deterioro, pero sigue siendo el único resto emergente de lo que fué aquel poblado-factoría, que está pidiendo a gritos una recuperación histórica. Dicha recuperación vendrá, con toda probabilidad, del trabajo de comprometidos investigadores como Francisco Hernández Ortiz, Antonio Muñoz Buendía o Antonio Gil Albarracín, que se ocupan con acierto de esta época y actividad.


El caso es que, a pesar de la fortificación del poblado, la actividad de la factoría de alumbre se vió interrumpida por un ataque norteafricano en 1520. No se retomará la actividad hasta 1565. Por lo que sabemos del contexto competitivo entre los tenedores de derechos concesionales sobre el alumbre, no sería descartable, siquiera como hipótesis, que el ataque berberisco de 1520 estuviera de alguna manera alentado por la competencia.

3. El “moro” de la Isleta

Desde mi más temprana juventud, estoy enamorado de la Isleta (y quién no, pensarán los innumerables devotos de tan maravilloso lugar). Mi instinto de geógrafo me ha hecho preguntarme por el origen del nombre de los sitios, y muy especialmente, de los sitios a los que quiero. ¿Quién era ese “moro” al que se refiere el nombre de la localidad? ¿Era Mohamed Arraez, tal como aparece en algunas cartografías y en la rotulación de alguna calle en el pueblo?. Un “arráez” es un capitán de almadraba (o de algunas embarcaciones), y en esta zona se ancla un arte de pesca similar a la almadraba, conocido como “moruna”, que sirve para capturar distintas especies, entre las que destaca la lecha, una especie a la que se podría considerar la reina de la gastronomía local. Esas eran las coordenadas de una certeza siempre provisional, hasta que tuve ocasión de leer un estupendo artículo de Francisco Velasco Hernández, titulado “La razzia del corsario Morato Arráez en la costa murciana en agosto de 1602”, publicado en el número 125 de la revista “MVRGETANA” en 2011, págs. 83-102. En dicho artículo, el especialista en Historia Moderna aporta unas muy interesantes y documentadas informaciones sobre el personaje (Murat Reis, castellanizado como Morato Arráez) en su expedición de 1602, y deja claro que su actividad como corsario obedecía a las instrucciones de las autoridades argelinas, y a su deseo de “tomar lengua” (obtener información) de los movimientos de la flota española.


En el artículo queda constancia, además, de la frecuencia con la que Murat Reis aparecía en su tramo de costa favorito, el que va desde el cabo de Gata al de la Nao, entre 1584 y 1605. Ese Morato Arráez podría ser, cabalmente, el moro de la Isleta. La sospecha acabó alcanzando la categoría de hipótesis bien fundada a través de otras fuentes. En las relaciones que redacta el Marqués de Valdecañas en 1739 para sugerir emplazamientos para la ubicación de las baterías costeras, señala que la de Escullos podría situarse también en el “islote grande de Amurate Arráez” (citado en el monumental volumen recopilado por Antonio Gil Albarracín “Documentos sobre la defensa de la costa del Reino de Granada (1497-1857)”, publicado en 2004. Pg. 282). 

En el mapa de Joseph Espelius, de 1759, que ilustra la provincia de Marina de Almería (Biblioteca Nacional-M. XLII/36) puede leerse, entre los topónimos costeros “Ysleta de Moratarraez”. Seguramente hemos dado con el “moro” de la Isleta: un corsario.

4. Unas baterías costeras que nacieron (o se renovaron) tardíamente

Durante el año 1984, tuve ocasión de procurar una primera ordenación del archivo histórico municipal de Níjar, que se encontraba en un estado calamitoso. Durante esas labores, encontré, y estudié en profundidad, un ejemplar del “Reglamento que su Magestad manda observar a las diferentes clases destinadas a el servicio de la Costa del Reyno de Granada (1764)”. Recuerdo perfectamente cómo llamó mi atención el preámbulo de dicho Reglamento, que comenzaba “EL REY. Informado de los repetidos insultos que padece la Costa del Reyno de Granada, por las frequentes correrías de los Corsarios, y de lo que dificulta el Comercio interior, y exterior el recelo de los que se emplean tanto en las Embarcaciones menores, como en el cultivo de los campos...”. El extraordinario placer que me produjo la detenida lectura de dicho documento está hoy al alcance de todos por la publicación del facsímil del mismo en la obra citada de Gil Albarracín (“Documentos sobre la defensa...). 




Gracias al minucioso trabajo del historiador, en dicha publicación se da acceso a la copiosa documentación que se generó a lo largo de tres siglos y medio de afán defensivo de nuestra costa y de la de todo el reino de Granada. Para la puesta en práctica de lo que se regulaba en el Reglamento, se aprobó un Plan General de Obras, que incluía la renovación de fortificaciones que llevaban siglos en funcionamiento (San José, San Francisco o San Pedro), así como la construcción de otras nuevas (San Felipe en Escullos o San Ramón en Rodalquilar). Esta última batería, también llamada de Santiago, acabó de construirse en 1768. La de Escullos, en 1774. La rehabilitación de la de San José concluyó en 1769, mientras que la de San Pedro lo hizo en 1773. Por azares de la historia, en 1775 se firmó en Argel un tratado de paz que acababa con casi tres siglos de inestabilidad y de hostilidades entre las dos orillas: la construcción de las nuevas defensas costeras y la adaptación de las existentes con anterioridad, habían sido en vano. Pero encontramos la prueba más concluyente de que lo que sufrimos en nuestras costas y mar era corso, y no piratería: las hostilidades cesaron con la paz de Argel.

A principios del s. XIX diferentes informes dan cuenta del estado de abandono y deterioro de las fortificaciones. El siglo antepasado iba a conocer otras pintorescas actividades náutico-comerciales, como las del contrabando de tabaco y otras mercancías desde Gibraltar. Pero esa es otra historia.


B. LOS “PIRATAS” CONTEMPORÁNEOS


1. El desembarco pirata

Desde hace unos años se celebra en la localidad de San José un evento conocido como “desembarco pirata”. Respecto a dicha celebración tengo una actitud dual y, por qué no reconocerlo, un poco contradictoria. Por una parte, cuenta con toda mi simpatía y mi agrado, al ver cómo una sociedad en construcción genera sus propios rituales, que están llamados a ser un potente elemento de cohesión. Por otra, lamento que la falta de documentación generalizada quede reflejada también en este evento, que, de una manera inadvertida, contribuye a cimentar una visión poco contrastada de la historia, con fuertes componentes maniqueos y supremacistas. Una visión especialmente desafortunada es unos momentos en que la asimetría en el desarrollo económico y social entre las dos orillas genera unos flujos migratorios que constituyen un trasunto trágico del espíritu lúdico de la celebración.


2. El bar de Jo

Seguramente quien más ha contribuido al auge de la simbología pirática en las últimas décadas ha sido el establecimiento conocido como “bar de Jo”, un atractivo e insólito recinto junto a la rambla de Escullos que acabó convirtiéndose en un referente de la vida nocturna de este espacio geográfico. Actualmente está cerrado, como consecuencia de que la ética pirata (si es que la expresión es posible) no inspiraba solo la escenografía y filosofía del sitio, sino también su relación con las Administraciones Públicas. El añorado bar de Jo era un lugar especial, donde podía escenificarse una actitud ante la vida que conectaba con el espíritu de una zona singular y fronteriza, y que había contado con unos estupendos antecedentes, como El Chamán, El Pez Rojo o la Haima de Escullos, con quien convivió durante bastantes años. Ese espíritu alternativo, común a los pioneros del renacimiento de este espacio, quedaba aquí subrayado por la simbología pirata del logo del establecimiento, presente como pegatina en un montón de vehículos, entre los que se cuenta el mio. No creo necesario insistir aquí sobre mi aprecio por este lugar, que, sin embargo, asistió -como todos los “dolientes”- al proceso de enajenación y desbordamiento que viene sufriendo esta costa en las últimas décadas y del que, a última hora, se constituyó en uno de sus exponentes.


3. El “pirata del Caribe” del Plan Turístico de Níjar

Llevo bastantes años dedicándome a la planificación turística, con un enfoque que se orienta a la clarificación del significado del paisaje y la historia territorial de cada zona. En mis distintas aportaciones, he intentado compaginar un acercamiento amable y atractivo a esos significados con el rigor de una buena documentación de partida. He podido constatar que no es una actitud muy frecuente en el ecosistema de la consultoría turística, que aparece dominado por un sedicente pragmatismo, que acaba atendiendo a las demandas de los agentes económicos y no a las necesidades de los territorios y sus habitantes. Así, no es extraño asistir a diferentes delirios mercadotécnicos, y al ofrecimiento a los visitantes de escenas, experiencias de vida y relatos basados en la pura fabulación. En torno a 2008 y 2009, el Ayuntamiento de Níjar y la Junta de Andalucía impulsaron la elaboración de un Plan Turístico de Níjar, una de cuyas propuestas temáticas era la sugerencia de una “Ruta de los Piratas”. En apoyo de esa propuesta temática, se instaló a la entrada de Escullos una silueta metálica que componía la imagen de un pirata. Inevitablemente, esa imagen contenía todos los tópicos semióticos hollywoodienses de un “pirata del Caribe”: un guacamayo o loro al hombro, la pata de palo, el garfio en el muñón de la mano... Junto a la silueta, una de las “lápidas” del Plan Turístico justificaba el concepto de la Ruta de los Piratas. Por primera vez, el delirio pirático aparecía impulsado por las Administraciones Públicas. Una vez más, las hipotéticas necesidades del turismo amparaban un relato falso, precisamente en un territorio del que supuestamente valoramos su identidad y su singularidad, y que nos ofrece cosas mucho más interesantes que los banales elementos con los que todas las zonas turísticas acaban pareciéndose.


4. Chicote y la narratividad lisérgica

Hace unas semanas se estrenó en televisión la serie “Fuera del mapa”. La serie, siguiendo el formato franquiciado, consiste en una serie de entrevistas entre Alberto Chicote, conductor del programa, y unos invitados, con cada uno de los cuales recorre distintos sitios, elegidos por su interés, singularidad y personalidad. No podía faltar uno dedicado a Cabo de Gata, que se emitió no hace mucho, con Raquel Sánchez Silva como invitada. 


Quien lo haya visto, habrá reparado en un extraño tratamiento del color, mediante unos filtros que acercan la experiencia de visionado a un viaje alucinógeno o lisérgico. El episodio adoptó el título “La ruta de los piratas”, título no menos estupefaciente que el tratamiento del color, y posiblemente influido por la propuesta del Plan Turístico de Níjar, del que ya hemos hablado. Se podrá argumentar que el programa no pretende describir sitios, sino enmarcar entrevistas, y que mis reparos son consecuencia de mi hipersensibilidad como geógrafo. No tendría ninguna objeción al argumento, si no fuera porque la productora del programa se puso en contacto conmigo para que les asesorara sobre rutas, contenidos o datos geográficos o históricos que les facilitara la elaboración del guión del episodio. Finalmente, después de varios cambios de orientación (al principio se trataba de deambular entre cortijos), el programa adoptó mi propuesta de ruta entre los castillos de San Felipe y San Ramón (los dos castillos “nuevos” del Reglamento de Carlos III), según un planteamiento temático que sugerí, y que quedó completamente postergado por el ya sabido título de “la ruta de los piratas”. 

Por lo menos, tuvieron el buen criterio de no incluirme en los créditos del programa, lo que hubiera resultado muy enojoso, si atendemos a la deriva final del guión. Seguramente, lo más acertado del programa sea el título. Ese “Fuera del mapa”, que podemos aquí entender como “fuera del territorio y de su historia”; en este caso, no se puede decir que sea consecuencia de la falta de documentación, sino de una cierta preferencia por la narrativa lisérgica.

Conclusiones

Este acercamiento a la creación, liviandad y vigencia del mito pirático, me permite compartir con mi exigua legión de fieles lectores algunas conclusiones.

Los sitios existen con independencia de nuestra vida en ellos. Existieron antes de que pudiéramos mirarlos y vivirlos, y nos sucederán. Mi disciplina, la geografía, se organiza en torno a esa evidencia. Pero también le cabe a mi disciplina entender los procesos de connotación cultural que proyectamos sobre los sitios. Estos se construyen con memoria, con emotividad, de manera que cada uno puede recrear el sitio en atención a sus experiencias en él. Otra cosa son los acuerdos colectivos que debamos adoptar para su buen gobierno.

Cuando los romanos identificaron y describieron el “genius loci”, se referían simultáneamente a esta doble dimensión del habitar en los sitios: los condicionantes, tanto positivos como negativos que los sitios nos ofrecen, y nuestra posibilidad de llenarlos de alma, de vida, a partir de un ejercicio reiterado de asignación simbólica y cultural.

Las culturas orientales, de las que el feng shui (viento y agua) es un claro exponente, aprecian la existencia de momentos o fases distintas de la energía, simbolizadas en cinco elementos (fuego, tierra, metal, agua y madera), que interactúan en diferentes ciclos, generando diversas condiciones para el correcto y benéfico funcionamiento de los espacios (en especial los domésticos).

En definitiva, los sitios contienen una personalidad que es consecuencia de sus condiciones físicas, del acumulado histórico de huellas de habitación, y de la connotación simbólica por la que asignamos significados a cada lugar.

Los Campos de Níjar no serían lo mismo sin Goytisolo. Rodalquilar no sería el mismo sin Carmen de Burgos; tampoco sin su historia minera. Pero alguien que acceda por primera vez a la Costa de Níjar puede establecer un fuerte vínculo emocional con sus lugares sin haber leído las obras de estos autores ni conocer nada de su historia. De hecho, esto ocurre. En muchas ocasiones, ese desconocimiento es una condición para una vivencia plena del encantamiento.

A todos nos gustaría haber descubierto este sitio. Algunos incluso se lo creen. Es frecuente asistir a distintas “competiciones” en las que se dirime quien fue el primero en descubrir este sitio, quien llegó antes. Porque la Costa de Níjar, el Cabo de Gata, es fascinante, poliédrico, riquísimo, y permite todo tipo de ensoñaciones. Mueve a la pasión, y en ella el componente de posesión es muy importante.

Los que nos dedicamos al conocimiento del territorio estamos en condiciones de afirmar que este ejercicio de libertad creativa respecto a la conciencia del sitio de vida, necesario y muy respetable, debe reconocer, no obstante, la existencia del “genius loci”, y, en consecuencia, intervenir en él desde el respeto.

Y ese respeto, que es una condición necesaria para el acuerdo colectivo sobre sus valores y cómo interpretarlos, sí que necesita algo de documentación. De lo contrario, la acción cultural sobre el territorio, lejos de servir como elemento de cohesión, se convierte en una desordenada feria de vanidades que puede tener algo de gracia para una vivencia vacacional, pero ninguna utilidad para construir un espacio de vida digno de los valores que el sitio contiene.

La gran dificultad para lograr este objetivo, la construcción de un espacio de vida digno y coherente con los valores de este territorio, que nadie debería cuestionar al menos en su formulación general, proviene de la debilidad demográfica , de la vulnerabilidad de la identidad local, de los procesos de desbordamiento y sustitución sociológicos de las últimas décadas, y de la creciente orientación a los distintos negocios “turísticos”.


Habrá que recordar las palabras de Marco Polo a Kublai Khan, según las imaginó Italo Calvino: en medio del infierno de los hombres, hay que buscar aquello y a quienes no son infierno, para protegerlos y darles un espacio que les permita sobrevivir.

A la búsqueda de ese espacio se dedica este artículo.