sábado, 28 de febrero de 2015

Una manera de ser andaluz

Nunca me he caracterizado por mi fervor andaluz. Mi inclinación identitaria, muy potente, no encaja en esa circunstancia político-administrativa: encaja en el sureste, como región sentimental, en Almería como espacio de referencia, y, muy especialmente en Níjar, la forma más extrema de ser almeriense y del sureste. A estas escalas se refiere mi sentido de pertenencia.

Tengo recuerdos juveniles de la emersión de la identidad oficial andaluza, bastante a rebufo de la eclosión nacionalista de la transición, y, básicamente, como una manera de “no ser menos” entre el elenco de lo que luego serían Comunidades Autónomas. Así que, por motivos de edad, he tomado conciencia de ser en un momento en que Andalucía era absolutamente irrelevante como elemento identitario. Mi identidad originaria estaba más relacionada con la pertenencia a una tierra dejada de la mano de Dios, “en el culo del mundo”, como solía decirse. Una pequeña ciudad esquinada, en la que con frecuencia se hablaba del traslado a Granada de algún enfermo. Granada era una especie de puerta de entrada al mundo, que nos esperaba a los almerienses de la época que estábamos llamados a cursar estudios superiores.

Aprendí a amar Granada, una ciudad tan fascinante para un visitante como hostil para el que tiene que vivirla. Mis derroteros profesionales como geógrafo me han llevado a recorrer toda Andalucía, y a participar en algunos proyectos territoriales de escala regional (ordenación del litoral, red de miradores…). También a vivir intensamente rincones de la región como la Sierra de Segura en Jaén o el Condado de Huelva. He podido disfrutar de la diversidad de una región extensa y muy contrastada, a medida que Andalucía se convertía en mi mercado profesional “natural”, ya que mi dedicación a la consultoría territorial para administraciones públicas me vinculaba crecientemente con políticas regionales.

He hecho excelentes amigos en todas partes de Andalucía, y especialmente en Sevilla. A través de su mirada he podido comprender otras identidades que conviven en la región. He construido un “mapa” mental de esas identidades, que, como todo lo que se manifiesta en el territorio es susceptible de ser observado en diferentes niveles de “zoom”: estando en Sevilla puedo hablar de una identidad almeriense (cosa que hago con frecuencia), pero si estoy en mi tierra, tengo que anotar las sustanciales diferencias entre un alpujarreño, un almanzorí, un nijareño o un velezano.

Como los almerienses arrastramos cierto estigma ante el resto de los andaluces por el famoso resultado del referéndum sobre el artículo constitucional en que debía desarrollarse la autonomía andaluza, con mucha frecuencia he sido emplazado a definirme sobre mi identidad. Sistemáticamente, he respondido: si se puede ser andaluz siendo como soy, no hay ningún problema; si tengo que cambiar para parecerme a algún arquetipo andaluz, entonces sí tendremos problemas.

En consecuencia, puedo predicar que mi manera de ser andaluz es ser almeriense. Me gusta bromear insinuando mi supuesto nacionalismo almeriense o nijareño. Contrariamente a lo que se dice, este nacionalismo mío no se ha curado viajando, antes bien, se ha hecho más preciso, más perspicaz; he aprendido de las diferencias.

La cuestión principal es si esta manera de ser andaluz –siendo almeriense- es o no pacífica. Manuel Castell señalaba que hay tres maneras de construir la identidad colectiva: una identidad legitimadora, una identidad de resistencia y una identidad de proyecto. La primera se refiere a la construcción institucional y a una supuesta identidad que legitima dicha construcción. La construcción institucional de la Junta de Andalucía se remite a una supuesta identidad andaluza legitimadora. Las identidades de resistencia se construyen mediante la lucha contra la marginación o la opresión. En los primeros momentos, la construcción de la identidad andaluza tuvo esta connotación, pero, tal como señala Ángel Acosta Romero (“Pensar Andalucía: la identidad andaluza desde el pensamiento complejo”. Comunicación en el VIII Simposio de la Asociación Andaluza de Semiótica), la implantación de la institucionalidad andaluza podujo el paso de la identidad de resistencia a la de legitimación, generando como subproducto nuevas identidades de resistencia de escala menor (competencia entre ciudades o entre provincias, todos contra Sevilla –menos Huelva-).

Lo que tenemos en falta es una identidad de proyecto y la gran pregunta es cuál sería la escala adecuada para esa identidad.

En este orden de cosas, tengo que dejar constancia de mi creciente incomodidad como almeriense, ante la manifiesta dificultad para encajar nuestras singularidades en el programa de gestión regional. No es solo un reproche al gobierno andaluz. También hay que señalar la falta de liderazgo y de peso político de nuestros representantes almerienses en las instituciones andaluzas. La promoción política de cualquier almeriense pasa por la sumisión a las políticas generales andaluzas, de donde proviene el poder de poner y quitar puestos. También hay que hacer un reproche a la debilidad de otros liderazgos almerienses, en el terreno social, empresarial, cultural. ¿Somos víctimas de la ley del número, de nuestra debilidad demográfica, de nuestro periferismo? ¿No somos, también, víctimas de nuestra propia idiosincrasia, de nuestra falta de fe en la posibilidad de construcción colectiva del futuro?

Para el resto de los andaluces, los almerienses somos un pequeño apéndice periférico: los ultramontanos, los orientales, los levantinos.

Pero ¿qué somos para nosotros mismos?. Hoy es fácil encontrar en las redes sociales espacios de exaltación de la identidad almeriense, como identidad de resistencia. Visito estos espacios con una mezcla de curiosidad y regocijo, pero acabo deprimiéndome cuando constato la insistencia en subrayar lo que no somos y la dificultad para definir nuestra identidad en positivo.

La cuestión que deberíamos plantearnos es si la resignación, la pasividad y el escepticismo son parte sustancial de nuestra identidad o si deberíamos sustituirlos por compromiso, dedicación y dignidad, materiales que necesitamos para construir una identidad de proyecto almeriense. Una identidad que, como decía sobre la mía personal, si puede darse dentro de Andalucía, no hay ningún problema, pero si tengo que renunciar a ella por pertenecer a Andalucía, entonces sí que tendríamos un problema. 

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